Capítulo 6

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Le doy un tirón a su camisa. Odiaría haberme equivocado al pensar que era una buena persona.

—Para— digo levantando la voz. Tengo que impedir como sea que me lleve a algún lugar donde no haya gente que pueda servir de testigo.—¿Adónde vamos?— le preguntó, mirándolo y frenando en seco.

Me vuelve la mirada con gesto crispado.

— Nos va a descubrir, date prisa, por favor— vuelve a suplicar entre dientes igual que el principio.

Lo ignoro. Él resopla.

—Ni hablar— me niego rotundamente.— No hasta que me por qué estamos yendo por la parte de atrás y no por la entrada como cualquier persona normal. Ya te he ayudado lo suficiente.— Me cruzo de brazos y él me dedica una mirada salvaje que hace que el cuerpo se me llene de adrenalina.

—Bueno, eso es porque no estás con alguien normal— me suelta, con arrogancia y mostrando una sonrisa descarada.

Dejó escapar un fuerte suspiro y giro la cabeza hacia un lado.

—Imbécil— murmuró.

—Perdóname— se disculpa de repente.

Mis ojos se abren sorprendidos.

—No, soy yo la que...—empiezo a decir, pero no logro continuar. Él no me lo permite.

Al instante, me veo empujada contra la pared del edificio y mi espalda se arquea instintivamente, amortiguando el golpe. Antes de que pueda quejarme o pedir ayuda, me tapa la boca con una mano y hunde la suya en mi clavícula desnuda.

Su aliento calienta mi piel, y una sensación de de fuego parece quemarme entera. Los dedos de mis pies se encogen, y un sentimiento que hasta entonces nunca había experimentado adormece mis movimientos y vuelve todas mis reacciones lentas y torpes. El contacto es tan intenso y tan frágil al mismo tiempo...

Pero algo no va bien, o al menos no está funcionando como mi cerebro cree que debería ser. Es cierto que sus labios me tocan y que su respiración llega a rozarme con un leve cosquilleo caliente, pero nada más. Aún así, su cabeza se mueve como si estuviera haciendo algo sexy y sucio. Cuando quiero darme cuenta, la función ha acabado y él ha retirado su mano de mi boca. Pero mi corazón sigue latiendo rápido y descontrolado.

—Se ha marchado—susurro sin apenas voz.—La chica ya no está—afirmó con mayor fuerza, recuperando poco a poco mi yo natural.

—Gracias— contesta realmente aliviado. Entonces me mira a los ojos y hace una mueca divertida que borra toda exorcizan de preocupación de su rostro. Me muerdo el labio inferior intentando frenar el temblor creciente que se ha adueñado de él.—¡Eh! Estas toda roja. Oh, no...—Se pasa la mano por el pelo cuidadosamente desordenado y suelta una carcajada.—Lo siento...¿Esperabas que te diera un chupetón o... que te besara? Yo nunca haría...

Le pego un laborado con el que le dejó la huella de mis dedos estampados en la mejilla.«Ahora ya no seré la única con la cara roja», me digo.

—Eres un cerdo. ¿Cómo...? ¿Cómo has...? No, mejor no me lo digas. —Hablo demasiado rápido incluso para mí misma.

Ni siquiera se por qué estoy tan nerviosa. Pero por un momento pensé... Me escurro de entre sus brazos, que seguían aprisionándome contra la pared, y empiezo a ha celebrar el paso dispuesta a iniciar una carrera. Pero entonces él tira de mi codo y me detiene.

—¡Eh! No te vayas así—dice frotándose la zona que le he dejado marcada.—Tienes una buena mano.— Silba.

Suelto un bufido de disgusto.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora