Capítulo 88 (Alex)

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Algo violento se retuerce en mi interior y asciende a trompicones por la garganta abrasándome. Me clavo el piercing en un lado de la boca hasta que saboreo mi propia sangre, y luego trago saliva.

«Tío, contrólate», me advierto furioso conmigo mismo. Llevo demasiado tiempo en presencia de mi madre, y eso ha hecho que me haya olvidado de las reglas por un momento.

—¿No vas a darme dos besos antes de irte, hijo? —me pregunta ella esperanzada y con un brillo especial en sus ojos de color avellana, tan similares a los de Beca.

Mi madre supone que, como Rebeca está observando la escena con atención, mantendré las apariencias, y se aprovecha de ello. Divertido con su desafío, me inclino sobre ella y, sin llegar a rozarla, le susurro en la oreja:

—Muy buena actuación, mamá. Casi me la creo, casi. —Luego me pego a su otra mejilla y le doy un beso. Los labios me queman cuando lo hago. Más afectado de lo que quiero reconocer, me levanto y digo en voz alta y con acento rudo—: Esta noche me quedaré en la residencia.

A continuación, voy hasta Rebeca y la rodeo con un brazo. Tiene la piel de gallina. Ella me dedica una sonrisa de agradecimiento que derrite la capa de hielo que se ha formado en torno a mi corazón, pero yo no sonrío.

En este momento no puedo hacerlo.

—Al menos deja que os lleve el chófer. Es de noche y hace frío, Alex —dice mi madre.

—No lo necesitamos —rechazo bruscamente y, sin mirarla, me pongo a andar hacia la salida junto con Beca.

—Puede que tú no, pero ella sí —replica mi madre con esa voz de negocios que utiliza para hacerse respetar.

Me vuelvo hacia Rebeca. Está pálida de agotamiento y tiene los brazos cruzados para arroparse a sí misma y entrar en calor.

Aprieto la mandíbula.

Mierda...

—Si insistes... —respondo con una dura sonrisa.

Mi madre inclina la cabeza en dirección a su bolso y toma su móvil para hacer la llamada. De nuevo ha comenzado a evitarme.

Debería sentirme aliviado por ello, pero solo me siento como un perro apaleado y con las manos vacías.

Poco después ya estamos en el coche de mi familia: un BMW demasiado llamativo para mi gusto, de color azul marino con asientos blancos. Iván lo conduce y cuenta algunas historias sobre los ligues que ha tenido en el pasado.

No obstante, al cabo de un rato le hago bajar el volumen de la voz cuando descubro que Rebeca, que ha insistido en ir conmigo a la residencia en lugar de regresar a su casa, se ha quedado dormida recostada sobre el lado izquierdo de mi pecho. Con cuidado, la recoloco sobre mi regazo para darle algo de calor con mi propio cuerpo.

Cuando lo hago, suelta un gemido y sonríe entre sueños.

Hipnotizado por la calidez que desprende ese gesto en su rostro ovalado, hundo egoístamente mi nariz entre las ondas de su cabello, tal como he estado deseando hacer desde que la he visto esta tarde sentada sola en el bar, y dejo que su aroma impregne todos mis sentidos. Huele también al café del hospital que se ha derramado encima.

Me estremezco.

—Gracias —murmuro, y la estrecho más contra mí porque sé que, si la suelto en estos momentos, volverá a tener frío, y me temo que no tendré fuerzas suficientes para luchar contra él esta noche.

Iván detiene el coche frente a la entrada de la residencia. Beca se remueve y alza la barbilla. Su boca entreabierta se pega de pronto a mi yugular, mientras su suave y húmeda lengua acaricia la piel de mi cuello.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora