Capítulo 162

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Estoy acurrucada hecha un ovillo en la cama, con una pierna enredada en la sábana a punto de caerse al suelo. Solo el edredón me protege del frío.

Los primeros rayos de luz del amanecer se cuelan por la ventana del dormitorio, y se derraman sobre mi cara, despertándome. Los científicos afirman que para que se vean estosrayos de luz tan espectaculares es necesario que la atmósfera esté cargada de gotas microscópicas de agua o de partículas de polvo. El mismo fenómeno se puede observar a veces en las ventanas, cuando entra luz en una habitación cerrada como en la que yo me encuentro en estos momentos.

Sonrío. La ropa de cama huele a Alex y a ese aroma en particular a disolvente que tanto lo identifica. Estiro un brazo a mi derecha, pero mi mano cae sobre el colchón vacío. Palpo varias veces la superficie con el mismo resultado.

Parpadeo, me reincorporo y me froto los ojos.

Luego miro hacia el lado donde hasta hace dos horas Alex todavía estaba profundamente dormido.

Me quedo en silencio muy quieta y observo alrededor. Anoche todo fue demasiado rápido y ni siquiera pude ver mucho de la habitación.

Apretujo contra mí el edredón y me levanto.

El dormitorio tiene forma rectangular, con un armario empotrado enfrente de la cama, y solo está amueblado con lo justo para poder dormir. No obstante, las paredes ya han sido pintadas de un etéreo gris, rematadas en su parte inferior por un rodapié de madera blanco. Este tiene todo el aspecto de haber sido instalado recientemente, como ya me avisó Alex.

Justo en la esquina, junto a la ventana cubierta por una ligera cortina de color crema, hay una silla que parece haber sido colocada allí de manera provisional. Sobre ella descubro una camiseta de color blanco doblada con sumo cuidado. Encima alguien ha dejado una nota.

«Úsame.»

Con una sonrisa, extiendo la camiseta y me la pongo. Esta me llega hasta las rodillas, pero es cómoda y de algodón. Debajo de la silla también hay unas bonitas zapatillas de color azul celeste.

Sorprendida, descubro que me encajan perfectamente en los pies.

Salgo del dormitorio y en el pasillo me parece oír que a través de las paredes se filtra un sonido similar a las uñas de un gato rascando una puerta.

—¿Alex?

—En la habitación del fondo —grita—. Estoy pintando. En la cocina tienes algunos muffins de chocolate que he comprado, zumo de naranja de tetrabrik y café recién hecho. Siéntete libre de coger lo que quieras de la mesa y del frigorífico.

Tal como ha dicho, cuando entro en la cocina, veo en la mesa unos deliciosos muffins e incluso más: una caja de cereales Cheerios, beicon y huevos fritos, zumo de varias clases... Todo huele magníficamente.

Me sirvo un vaso de café con leche en una taza con la cita grabada «Nuestro mayor propósito en la vida es la sensación, sentir que existimos», de Lord Byron, que encuentro en uno de los armarios, y agarro un muffin. El delicioso chocolate se derrite en mi paladar y me hace la boca agua antes de que haya podido tragar el primer mordisco. Lo termino poco a poco, y al mismo tiempo que lo como me siento cada vez mejor.

Tomo la taza y me embarco en la misión de saltar todos los obstáculos de cajas y herramientas diseminadas por el pasillo hasta llegar a la habitación que me ha indicado Alex. Por el camino me doy cuenta de que a excepción de la cocina y el dormitorio el resto sigue sin amueblar.

Entro en la habitación del fondo, y lo primero que veo son varias estanterías del mismo color agrupadas en el centro, cubiertas por un enorme plástico protector asegurado por cinta de carrocero.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora