Capítulo 155

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Abro mucho los ojos.

A menos de un metro, Alex retiene por la muñeca el brazo musculado de aquel atleta que le dobla en corpulencia, y lo mantiene alejado de mí con una férrea y adusta expresión en la cara. El deportista se tambalea un poco y no reacciona de inmediato. Parece estar demasiado borracho.

Durante ese breve intervalo de confusión, miro a Alex entre fascinada e inquieta. Su cuerpo enjuto y fuerte está ceñido por una de sus sencillas camisetas de algodón, con los vaqueros algo caídos sobre las caderas. La camiseta blanca y de manga corta emite un resplandor azulado debido al efecto óptico producido por la iluminación ultravioleta del local, y me resulta imposible apartar los ojos de él.

Había tanta urgencia en la voz de Sara que había esperado encontrarlo de la peor manera que alguien ebrio puede llegar a estar, pero Alex parece bastante sobrio y, sobre todo, tranquilo. No obstante, en un Kirov aquella apariencia de calma puede ser todavía mucho más inquietante.

—¡Alex! —lo llamo, dividida entre el alivio y la nueva preocupación que supone su presencia allí, pero no me oye entre el ruido y la tensión que se ha deslizado en el ambiente—. ¡Alex! —grito todavía más alto e ignoro el ardor que se extiende por mi garganta al forzar la voz.

Al oírme, él inclina levemente la cabeza hacia atrás y me mira profundo a través del océano helado que rodea sus penetrantes pupilas. Sus facciones se suavizan, pero solo por un instante.

Después, hace un gesto brusco de cabeza para que tome una distancia de seguridad.

Aún no he empezado a levantarme, cuando veo volar una enorme mano sobre nuestras cabezas.

—Alex, cuidado —chillo, y dejo de lado por un momento la preocupación que siento por mi hermano y Marta.

No obstante, Alex ya lo ha visto venir y lo esquiva justo a tiempo. El atleta se enfurece todavía más por su falta de éxito, y trata de desenredarse de la sujeción al igual que un elefante acorralado. Alex gira la mano para mantener a raya al atleta, y el movimiento le estira la camiseta, marcando cada fibra curva y dura del pecho y los hombros. De nuevo, su contrincante intenta liberarse, pero Alex lo somete una vez más.

Entrecierro los ojos. Alex parece diferente, más masculino y fuerte, como si hubiera vendido su alma al gimnasio durante las últimas semanas.

—¡Salid de aquí! —grita haciéndose oír por encima del tumulto, y aunque no nos está mirando en estos momentos, sé que se refiere a nosotros.

Con el corazón acelerado, me vuelvo hacia Víctor. Se ha puesto el tipo de ropa que suele llevar Alex, vaqueros raídos y una camiseta básica de color negro que se extiende a lo largo de una amplia espalda masculina. Parece más adulto y fiero.

De repente, soy muy consciente de que me he perdido el momento en el que la diferencia de edad entre hermanos desapareció y de que ya es todo un hombre.

Le toco el hombro para llamar su atención, y él se gira con una sacudida violenta que solo logro esquivar por puros reflejos. El fuerte golpe que acaba de recibir lo ha debido de dejar desorientado.

Apenas consigo tomarle de las dos mejillas con las manos antes de que trate de empujarme de nuevo.

Le obligo a mirarme.

—Soy yo, Víctor. Beca —grito sobre su cara, para asegurarme de que me oiga bien por encima de toda la música y el ruido. Él abre mucho los ojos—. ¿Puedes levantarte? —pregunto a toda velocidad, y le suelto con un suspiro de alivio al ver que por fin me ha reconocido.

Víctor confirma con un gesto duro y, antes de que pueda preguntarle nada más, ya se ha dado la vuelta para ayudar a Marta. Esta permanece todavía arrodillada en el suelo del local y se abraza a sí misma como un capullo de flor mecido por el viento. Noto enseguida que algo no va bien cuando se pone de pie y la veo tambalearse con una mueca de malestar. De inmediato, Víctor se pasa uno de los brazos de Marta por los hombros y la acerca a su cuerpo con una mano sobre la cintura, a pesar de que él también debe de estar soportando un dolor importante en estos momentos.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora