Capítulo 43

322 19 1
                                    

Intento contener el sentimiento de ahogo que atenaza mi garganta y me obligo a esbozar una gran sonrisa antes de pulsar el botón del timbre.

Loli me recibe con su pelo canoso peinado hacia atrás en un moño bajo. Viste una bata dos veces más grande que ella y sujeta precariamente a la cadera con un cinturón. Se la nota bastante desmejorada, como si en lugar de cincuenta y ocho años recién cumplidos acabara de sumar diez más.

Pero no me sorprende: únicamente se arregla cuando sale a la calle.

—¡Hola, hija! ¿Vienes a recoger a tus hermanos?

Asiento con la cabeza.

—Hola, Loli —la saludo.

Es la vecina que el otro día subió con Alex y conmigo en el ascensor, pero estoy tan agotada que ni siquiera tengo fuerzas para ruborizarme.

—Ahora te los traigo. ¿Quieres entrar un momento? Tengo galletas recién horneadas.

Noto como me observa unos instantes con la boca ligeramente entreabierta.

—¡Oh, no, tranquila! No quisiera molestar. —Tengo las uñas de la mano derecha clavadas en el centro de la palma. Ella se da cuenta y pone una expresión comprensiva.

—Hija..., ¿tu madre se encuentra bien? Antes la vi algo alterada.

Su tono de voz es tan sosegado y delicado que no estoy segura de haberla entendido bien.

—Sí, gracias. No te preocupes —contesto al fin evitando dar muchos detalles.

Antes de desaparecer por el pasillo que conduce a las habitaciones me sonríe, y se le forman varias arruguitas en el borde de los ojos.

Unos minutos después regresa con Diego, que sostiene una galleta gigante con virutas de chocolate, y Víctor, que carga sobre su espalda a una soñolienta Natalia. Intento cogérsela, pero él me dirige una mirada tranquilizadora y avanza un paso. Sé que me está pidiendo que confíe en él.

—Gracias por todo, Loli. Siento que hayamos tenido que molestarte a estas horas de la noche.

Loli rechaza con un gesto de la mano mi disculpa y me entrega una bolsa de plástico blanca que desprende un delicioso aroma dulzón.

—Para nada, mi niña. Y espero que contéis conmigo más veces. Me lo he pasado estupendamente con ellos.

Un gato de tonalidades canela se le enrosca al tobillo y ella se agacha a acariciarlo.

Nos despedimos y subimos hacia nuestra casa sumidos en un pesado silencio.

Al llegar, tomo una larga bocanada de aire y sacudo los hombros para armarme de valor. Entro en casa con mis hermanos siguiéndome de cerca.

Diego no dice nada y se va directo al baño y Víctor se me queda mirando, como si quisiera hacerme alguna pregunta incómoda. Pero no la hace.

—Buenas noches —murmura abatido, y se marcha a mi habitación para dejar a Natalia. Quizá sea mejor así por ahora.

—Buenas noches —digo en un susurro.

Entro en la cocina y clavo la vista en la botella de plástico vacía que hay sobre la encimera, recordando lo sucedido hace un rato. Luego centro la atención en mi madre, que está enmendando el estropicio del suelo con la fregona. En la zona por donde sujeta el palo tiene la piel de las manos seca y agrietada, debido a su trabajo en la empresa de limpieza. Sin decir nada, paso por delante de ella para abrir el frigorífico, saco una caja de zumo y me sirvo un vaso. Por el rabillo del ojo veo como le tiembla el pulso.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora