Capítulo 35

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El corazón me palpita tan deprisa que lo siento en todas las partes del cuerpo. Intimidada por su inesperada confesión, guardo silencio durante varios segundos mientras ambos compartimos una mirada de inquietud.

Quiero conocer más a Alex. Quiero conocer lo bueno y lo malo, lo que teme y lo que le da valor. Quiero que cada instante suyo me pertenezca y que siempre confíe en mí, como ha hecho ahora.

—Entonces, no me dejes marchar —digo deslizando mis manos hasta sus hombros fuertes y perfectos. Fascinada, me fijo en que tiene la camisa mojada y se le adhiere al torso como una segunda piel. Pero no veo su bufanda por ningún lado. Ha debido de perderla al ir a rescatarme.

—No voy a hacerlo —murmura con la voz ronca. Su gesto se ha transformado en una ruda mueca de insolencia que me exaspera y me excita a partes iguales.

—No debería sentir esto por ti.

—Lo sé, Beca. No deberías.

Una sutil sonrisa comienza a florecer en una de las comisuras de su boca, pero entonces la mirada de sus ojos se oscurece de manera preocupante.

—¿Qué ocurre, Alex?

—Deberías huir de mí ahora que estás a tiempo.

—¿Lo dices por lo que pasó con tu hermano?—pregunto arqueando una ceja.

Se queda callado, por lo que interpreto su silencio como una respuesta.

—No conozco a tu hermano pero, por lo poco que has comentado de él, parece una buena persona. Alex, no te culpes por lo que ocurrió hace dos años, estoy segura de que él no lo haría.

Como respuesta, suelta unos gruñidos perezosos y oculta la cabeza en mi pecho de tal modo que me saca una carcajada.

—No hablemos más de mi hermano mientras te tenga entre mis piernas.

Me río de nuevo y le revuelvo el pelo con cariño, hasta que de repente noto que sus dientes se hunden desvergonzadamente sobre mi camiseta, llegando a penetrar incluso mi sujetador por el lado izquierdo. Sorprendida, pego un brinco en su regazo y le empujo.

—¡Alex!

—Quiero que me des de comer —pide en un tono persuasivo relamiéndose los labios.

—Tú no eres precisamente un bebé.

—Por suerte no —dice pasándome las manos por el culo y arrimándome con descaro contra él. El choque hace líquido en mi interior con una deliciosa sensación de dolor y necesidad que me turba y da color a mis mejillas.

—Por suerte —corroboro con una sonrisa coqueta.

Alex me dedica una mirada lasciva y aprieta mis nalgas, provocando que exhale un suspiro de placer y quiera ser más atrevida.

Cuando me doy cuenta, ya estoy moviéndome en lentos y rítmicos círculos sobre él.

Escucho con satisfacción como cada inspiración de Alex se ve más afectada, entremezclándose con unos pocos sonidos graves, mientras el remolino de emociones que me posee con cada fricción hace que mi sed por tocarlo y sentirlo crezca a una velocidad imparable, estimulando y enardeciendo todos los rincones de mi cuerpo.

—Vas a hacer que me corra en los pantalones, cariño.

—¿Eso es posible? —le reto inocentemente.

Alex cierra los ojos con fuerza e inhala profundamente mientras me inmoviliza la cadera. Cuando los abre, un resplandeciente brillo de deseo baila en ellos con una danza salvaje y apasionada.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora