Capítulo 55

392 19 1
                                    

Miro por la mirilla y compruebo que Alex ya está aquí.

De repente se me pone un nudo en la garganta: se ha presentado antes de la hora.

«¡Madre mía! ¿Yahora qué hago? No hay nadie en casa, y anoche las cosas fueron demasiado confusas.»

Doy una larga inspiración y pongo la mano sudorosa sobre el picaporte de la puerta, temiendo poder derretirlo con mi propio calor corporal.

Respiro profundamente.

«Tranquila», me digo.

No debería estar tan alterada: me he duchado, me he vestido con ropa nueva e incluso me he puesto un poco de maquillaje, y hoy estreno uno de esos conjuntos de lencería tan sexys que compré con Marta.

«Todo debería salir bien», me convenzo.

Abro de un tirón la puerta de mi casa y me quedo observando a Alex.

Al instante, se me acelera la respiración: a pesar de que lleva el pelo alborotado y está más ojeroso de lo habitual, sigue siendo irresistiblemente guapo. Tiene los iris de un azul apagado y está dando un enorme bostezo, lo que me hace pensar que aún no se ha echado a dormir.

Al notar mi presencia, cierra la boca de golpe con la mano aún en el aire, como si hubiera olvidado qué hacer con ella. Al final, la agita a modo de saludo.

El gesto me hubiera parecido cómico si no estuviese tan nerviosa.

Alex da un largo silbido mientras me abarca con su penetrante mirada, que hace que la sangre se me agolpe en las mejillas.

Sus ojos suben ardientes por mis piernas, ceñidas en unos estrechos pantalones de pitillo, y luego siguen recorriendo cada curva de mi cuerpo hasta detenerse con descaro en la zona del escote, en gran parte visible a causa de los tres botones sin abrochar de la camisa denim que llevo puesta.

Un cosquilleo familiar atenaza mi estómago dejándome una ligera sensación de mariposas aleteando en su interior.

—Hola, Alex —le saludo. Me quedo paralizada, sin saber cómo continuar—. Has llegado temprano... —digo lentamente.—¿Alex? —le llamo de nuevo.

Me doy cuenta de que está totalmente abstraído en mi cuerpo, como si no pudiera oír nada de lo que estoy diciéndole.

«¿Y si estoy haciendo el ridículo? No debería haber hecho caso de los consejos de Marta», pienso, e incluso me pregunto si aún no es demasiado tarde para ir a buscar una de mis viejas sudaderas.

Enarco una ceja, molesta.

—¿Alex? ¿Estás bien? —repito.

De pronto, su nuez se eleva a lo largo de su cuello varonil como si le costara tragar, aunque se recupera rápidamente y esgrime una sonrisa impertinente que captura toda mi atención hacia sus labios carnosos.

Definitivamente, él no es el único aturdido por la presencia del otro.

—Perdón. ¿Decías algo, Rebeca? —contesta distraído.

—¡Oh, nada! Nada importante —respondo mordaz.

—Eh... Entonces, ¿puedo entrar? —me pide, dándole una calidez casi sexual a sus palabras que me hace pestañear.

—Eso depende. ¿Me lo preguntas a mí o se lo preguntas a mis tetas? —ironizo cuando veo que todavía sigue mirándome al pecho en lugar de a la cara.

Alex se remoja el labio inferior con la lengua, jugando con su piercing frío y plateado, y luego levanta la cabeza. Con una sonrisa insolente, vuelve a mirarme a los ojos sin un ápice de remordimiento. De repente, todo el cansancio de su rostro desaparece por arte de magia.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora