Capítulo 131 (Alex)

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—Rebeca. —El sonido de su nombre se me cuela entre los labios como una pequeña cuerda que sostiene mi cordura casi hecha pedazos.

La piel me arde de necesidad por tocarla y los agujeros nasales se me dilatan como un perro que busca frenético el aroma que tantas veces le ha vuelto loco.

¡Mierda! No puedo esperar ni un minuto más a verla y a sentirla de nuevo entre mis brazos.

Con este pensamiento en mi cabeza, acelero el paso, cada vez más rápido y desenfrenado, hasta que el entorno conformado por sillas, plantas, puertas, paredes grises, baldosas blancas pijamas de pacientes y otras personas se mezcla y se transforma en una tormenta de oscura turmalina y de imágenes borrosas sin sentido, que me abraza como una segunda capa invisible de ansiedad hasta llegar al mostrador. Sin más dilación, me lanzo sobre la asustada enfermera y pregunto por Beca.

Cuando por fin llego a la habitación, se oye una risa contagiosa; la puerta está ligeramente abierta, pero no lo suficiente como para que pueda ver el interior. Empujo la puerta con cierto recelo hasta que esta pega contra la pared de su izquierda, de una tonalidad celesta. Entonces, veo a Rebeca con el cuerpo medio incorporado en la cama y todo lo que pretendía decir o hacer desaparece de mis pensamientos.

Trago saliva.

Joder..., ni siquiera puedo emitir algún sonido coherente después de verla por fin.

De lo primero de lo que me doy cuenta es de que Rebeca parece respirar por sí misma. No hay tubos a su alrededor o un exceso de maquinaria de hospital. Eso ya debería ser una buena señal. Y a pesar de que es una habitación compartida, la cama detrás de ella está vacía. Lo segundo en lo que me fijo es en que no está sola. Su madre y sus hermanos, excepto Diego, que se ha quedado atrás con Carlos, la acompañan, y estos no paran de hablar al mismo tiempo que ella asiente a todo lo que le dicen con una vaga sonrisa.

Ninguno se ha percatado todavía de mi presencia en el cuarto.

Mis labios se entreabren, pero no llego a decir nada mientras admiro cómo el pelo largo y castaño le cae en frágiles hondas sobre los estrechos hombros.

Aprieto los puños. La tez de Beca siempre ha mantenido un sano tono dorado y nunca la he visto tan pálida como ahora.

De pronto, como si unas fuerzas desconocidas se hubieran aliado para resaltar sus elegantes rasgos, un rayo de sol traspasa la ventana sutilmente abierta y le cae sobre la cabeza, lo que produce la sensación de que unas manos brillantes acarician con calidez sus facciones marcadas por la inevitable pérdida de peso de los últimos días.

El cabello de Rebeca se agita durante un breve momento por una corriente de aire traviesa.

Doy un paso torpe hacia delante totalmente descolocado y fascinado.

Parece que el viento pudiera llevársela con la misma facilidad que una hoja caída de un árbol.

Se me escapa un gemido, impactado por la visión.

—¡Alex! —chilla en tono juguetón Natalia, la hermana pequeña de Beca, y vuelvo a sentir las baldosas del suelo bajo mis pies poco a poco.

Tanto Rebeca como su madre y Víctor se giran sorprendidos. Pero no puedo seguir mirándolos, pues, derepente, Natalia salta de manera temeraria de la cama de Beca como si fuera una versión minúscula de supergirl y sale corriendo hacia mí a pesar de las palabras de advertencia de su madre.

Observo que la melena de Natalia se ha oscurecido con el tiempo hasta adquirir un hermoso color negro como el ala de un cuervo, a diferencia del castaño con reflejos dorados de Rebeca, y ahora se agita en su cara infantil con vida propia. Mientras, su vestido parece flotar a su alrededor como si tratara de seguirle el ritmo sin mucha suerte y deja ver una gran porción de sus piernas flacuchas al correr. Natalia es toda una futura belleza.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora