Capítulo 115

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Han pasado casi tres semanas desde que Alex y yo regresamos de Londres tras aquella fatídica noche, y desde entonces no hemos vuelto a tener relaciones sexuales o a hablar de lo que sucedió. Cuando regresamos al hotel, de repente Alex se convirtió en un torbellino de ropa, maletas, manos y pies. Al cabo de unas horas ya volvíamos a estar en España, más agotados que si hubiéramos ido de acampada a la montaña o recorrido el Camino de Santiago a pie.

Distraída, guardo en mi bolsillo el horario de todas las clases que cursaré en la facultad de Ciencias de la Documentación, que comienzo el próximo lunes. Marta lo ha imprimido para mí, ya que en nuestra casa no hay impresora.

—¡Dios mío, tía! ¿Alex no te ha tocado en todo este tiempo? ¿Lo dices de verdad? —salta Laura con los puños clavados en una de las mesas redondas que hay en La Abuelita, donde estamos sentadas, lo que me hace volver a nuestra conversación.

Se ha puesto de pie y su pelo caoba recién teñido le cae en tirabuzones similares a llamas de fuego por los hombros. Juraría que la han escuchado a varios kilómetros a la redonda.

—No puedo creerlo —insiste Laura. Sus pendientes de aro se balancean en las pequeñas orejas.

A pesar de que ya he terminado mi turno de trabajo, no puedo evitar echar una mirada alrededor con las mejillas igual que amapolas en flor. Por suerte, hoy por la tarde el local está prácticamente vacío, pero todavía reconozco las caras de un par de clientes habituales entre las mesas.

Desvío la vista hacia mi copa. Todavía no he empezado el batido de pistacho helado que Rosa ha preparado para nosotras.

—Joder, Laura, chica, eres la hostia. Deberías ser presentadora de catástrofes, haces que la caída de un pétalo sea el acontecimiento del año cada vez que te pones a hablar —interviene Marta, y luego bosteza. Después de emborracharse un sábado, apareció con el pelo cortado por debajo de las orejas y teñido de negro, lo que hace que su piel parezca todavía más pálida. Laura aprieta la boca y se sienta de nuevo en su silla sin replicar, aunque intuyo que quiere hacerlo. Todas las pulseras de metal en sus muñecas tintinean—. Y bien, Beca, ¿aparte de eso has notado otra cosa que haya cambiado entre vosotros? ¿Se porta mal contigo?—pregunta de pronto muy seria. Todo resquicio de sueño desaparece de sus ojos, y Laura también me observa muy atenta.

Me tranquilizo.

—No, lo cierto es que Alex se ha vuelto incluso mucho más amable conmigo desde entonces —respondo un tanto desconcertada incluso yo misma por mis propias palabras—. No deja que cargue con nada de peso, escucha todo lo que digo sin rechistar, aunque solo hable yo durante más de una hora, e incluso me ayudó a hacer las paces con mi madre después de que le hubiera ocultado toda nuestra relación durante este verano. Todo parece ir bien, pero...

—... no echáis ningún polvo —resume Marta sin asomo de burla.

Cierro los ojos, su comentario hace que me chirríen los dientes, pero no me molesto en llamarle la atención.

Escucho que alguien de una mesa cercana se echa a reír, esta vez ni siquiera me pongo colorada. Es más doloroso pensar que, a cada día que pasa sin que Alex me toque, mi cuerpo parece reaccionar con mayor intensidad cuando él está cerca. Apenas consigo disimularlo.

Suspiro. He comenzado a tener sueños eróticos con él todas las noches, que hacen que me despierte húmeda y agotada. Su maldito hechizo sexual ha crecido exponencialmente y me persigue allá donde vaya, es mi perdición.

Frustrada, me muerdo el labio inferior.

Marta chasquea la lengua con disgusto ante mi silencio y me tira de la barbilla.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora