Capítulo 149

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Una vez que Iván se ha marchado, la fachada de tranquilidad de Alex se desprende. Los ojos le brillan tan intensamente como hielo derretido, y destacan sobre las marcas oscuras de cansancio que presenta bajo ellos. Parece lo bastante furioso como para preocuparme...

Comienza a andar en mi dirección, pero apenas ha dado un paso, se detiene de forma abrupta como si acabara de pisar una bomba escondida bajo las baldosas de gres de color ceniza de la cocina. Muy lentamente, alza el pie derecho hacia él...

Contengo el aire en los pulmones.

En la planta descalza del pie tiene un buen pegote de carne con lo que creo que debe de ser tomate de los burritos. Una abrasadora blasfemia seguida del nombre de Iván corta el aire.

¡Oh, Dios mío! Me echo a reír.

—Ni una palabra, Beca. —Alex se frota molesto la parte inferior del pie contra los vaqueros slim fit, que a pesar de no ser totalmente ceñidos, al inclinarse se le ajustan al trasero de manera muy interesante—. Ni una palabra.

Tomo una larga inspiración. El cuerpo entero me tiembla.

—Bueno..., parece que ha sido un largo día —digo a pesar de su advertencia con una pequeña sonrisa. Ceñudo, Alex hace un ligero gesto de cabeza mientras trata de quitarse el último resto de salsa de tomate con más ímpetu—. ¿Qué tal si lo intentas con esto? —propongo con otra sonrisa contenida y le ofrezco un trapo de los que hay colgados de un gancho de la pared de detrás de mí.

Alex lo toma de inmediato.

Uno de los mechones de pelo castaño oscuro le baila hasta una de las sienes con el movimiento de forma muy atractiva. Disgustado, chasquea la lengua y apoya la mano izquierda sobre la puerta de la nevera, intuyo que para mantener mejor el equilibrio.

Su cuerpo queda muy próximo al mío de pronto, y me vuelvo muy consciente de su masculinidad. Trago saliva.

Él termina de limpiarse, pero no retira el brazo, sino que se inclina hacia delante. El pulso se me acelera. Alex se acerca todavía más. Por instinto, me echo hacia atrás para evitar que el líquido de la taza se me derrame y, como consecuencia, mi mejilla queda irremediablemente pegada a la larga extensión de su bíceps.

Giro la cara hacia el lado contrario y, de pronto, me encuentro a Alex mirándome muy fijo, como si tratara de averiguar cómo dar la primera pincelada a un lienzo en blanco.

—Gracias —dice y, sin dejar de penetrarme con la mirada, cuelga de nuevo el trapo en el gancho de la pared, de modo que durante unos segundos su torso desnudo se aplasta contra mí.

Cuando se retira hacia atrás, lo hace de un modo lento.

Sujeto la taza con fuerza y desvío la vista hasta su mano vendada con un exceso de interés.

—¿Estás bien? —pregunto con cautela. Siento la imperiosa necesidad de rodearle los dedos y de peinarle ese pelo de chico recién levantado, pero no hago ningún movimiento. Todavía no sé muy bien cómo tratar con él—. Alex, yo...

—He tenido días mejores. ¿Y tú?

Al contrario que su dura expresión, su voz suena calmada. Hago un lento asentimiento.

—Estoy bien. Tengo algún moratón, pero eso es todo. —Alex me traspasa con la mirada, como si pudiese ver a través de mí y del vestido y localizar todos los golpes. Me muerdo el labio inferior, insegura sobre lo que debo decir a continuación. Hay tantas cosas que decirnos, que siento que sería inútil intentar hablar de todas ellas en estos momentos, y al final opto por lo más obvio—. Hace un momento, tu padre fue a hacerte una visita. Estaba preocupado. ¿Has hablado con él?

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora