Capítulo 82

282 14 0
                                    

La intensa mirada de Alex, de un azul eléctrico, refleja irritación e indignación cuando abre la puerta y posa sus ojos en mí. Su llavero con una vaca cuelga de uno de los bolsillos de sus tejanos.

Por un instante, me ha sobresaltado, pero me obligo a soltar la fotografía e inspiro hondo para enfrentarme a él.

Alex desciende la vista hasta mis piernas y levemente noto como su ceño se frunce un poco más. Eso es todo.

Ambos estamos sumidos en una pelea de silencios cortante como el filo de un cuchillo.

Una ardiente llama crece desde la punta de mis pies hasta mi cabeza con cada segundo que pasa.

—No me has esperado en la habitación —irrumpe Alex con un tono de voz inquietantemente sosegado. Acto seguido, cruza el umbral de la puerta, que cierra muy despacio tras él. Luego, impasible, revisa con un breve vistazo la sala y, por último, vuelve a contemplarme con fijeza—. ¿Qué haces aquí, Beca?

Alzo la barbilla, desafiante, sin que su sombría expresión logre intimidarme, aunque por dentro estoy temblando.

—Alex, ¿lo sabías? —pregunto reuniendo todo mi coraje, y blando en alto la fotografía para que él no tenga dudas de a qué me refiero—. ¿Sabías que Carlos estaba liado con otra tía mientras salía con mi amiga Marta?

—Lo que nuestros amigos hagan o dejen de hacer no tiene nada que ver con nosotros, Beca. El punto principal es: ¿qué haces tú aquí? —exige con la decepción reflejada en su mirada.

Me quedo callada y agacho la cabeza. Aprieto los labios formando una fina línea. He estado esperándolo casi tres cuartos de hora, tras lo que he salido a buscarlo cuando ya podía soportar por más tiempo la preocupación.

Veo las deportivas de Alex dar unos pasos hacia delante; después, él inclina la mitad de su cuerpo frente a mí y clava con violencia el puño en el respaldo del sofá, muy cerca de mi hombro izquierdo.

—Joder —masculla, y apoya la frente sobre mi cabeza. Su voz suena y reverbera a través de mí.

Levemente oigo su respiración entrecortada soplando entre mi pelo. La calidez de su aliento congela todas mis extremidades, dejándome paralizada.

«¿Por qué siento que quiero llorar?». La saliva se me apelmaza en la boca y me dificulta la tarea de hablar.

Estoy agotada. Ya no podría aguantar otra pelea más.

—Alex... —digo muy preocupada—. Edu —lo llamo ya desesperada cuando él no me contesta.

De pronto, al escuchar su verdadero nombre, Alex desplaza una de sus manos por debajo de mi nuca y echa hacia atrás mi cabeza con suavidad.

—Dilo otra vez —repite con una voracidad y una necesidad inconmensurables, perceptibles en sus pupilas coreadas de un mar interminable que me aspiran hacia dentro.

—Alex...

Alex sacude negando la mandíbula.

—Eso no, Rebeca, lo otro. ¿Cómo acabas de llamarme?

Parpadeo.

—¿Edu? —titubeo.

Él afirma con un gesto.

—Eduardo —digo esta vez con mayor confianza.

Alex curva los labios con una total intención depredadora y toma mis hombros con las palmas de las manos.

De manera instintiva, apoyo las manos en su pecho.

—Eduardo... —Pronuncio la palabra y la saboreo, asimilando todo el sacrificio que hay tras esta para él—. ¿Cuánto tiempo llevas sin escuchar tu verdadero nombre? —pregunto.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora