Capítulo 99

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Cada porción de mi piel palpita enérgicamente. Es como si se hubiera encendido una chimenea dentro de mi estómago y las ascuas incandescentes saltaran contra las paredes, dejándolas en carne viva.

En un lapsus de conciencia veo que Alex devuelve el bolso a alguien junto con algo más que no me da tiempo a distinguir.

Parpadeo.

Alex se sube parte de la camiseta y deja al descubierto sus abdominales bien trabajados. A continuación, da un paso hacia mí y, todavía con la camiseta agarrada con una mano, la levanta en mi dirección y observa mi boca. Con espanto, intuyo sus intenciones de limpiarme ante todo aquel público y me muevo hacia otro lado, pero él me aprisiona por uno de los hombros y frota el borde de la tela contra mi boca con un rápido movimiento. Antes de que pueda reaccionar, me rodea con uno de sus largos y fuertes brazos y me atrae hacia un lado de su pecho en un ademán protector. El calor gradual que emana de su cuerpo al mío me reconforta un poco.

—Mi musa... No voy a dejarte sola—susurra, de modo que solo yo pueda oírlo. Me besa la frente.

—Alex..., salgamos de aquí, por favor —ruego con un hilo de voz.

Mis mejillas deben de ser ahora mismo igual que dos sirenas de emergencia.

Él asiente sin dejar relucir ninguno de sus pensamientos; me presiona con suavidad el hombro y me conduce directa hacia el vestíbulo en cuanto el ascensor se abre en la primera planta.

Alzo la cabeza hacia Alex y lo observo mientras caminamos rápido gracias a la sujeción que él me ofrece: noto que sus cejas se acercan la una a la otra de un modo amenazante ante cualquiera que se atreve a mirarme con lástima. Pero descubro, no sin dejar de asombrarme, que la gente se aparta y nos abre paso en cuanto lo ven a él a mi lado. Incluso algunas personas lo saludan con respeto al pasar por delante.

Oigo tenuemente cómo los empleados cuchichean sobre nosotros a nuestras espaldas, y siento que una peligrosa aura de desafío envuelve a Alex, lo que les hace cerrar las bocas al instante cuando este dirige su atención hacia ellos de forma fugaz. De repente, mi corazón se estremece por una nueva emoción muy intensa, que se extiende por todas mis extremidades a una velocidad vertiginosa.

—¿Crees que se olvidarán de esto?—pregunto con la voz ronca.

Alex se inclina hacia mí con una sonrisa pícara y seductora.

—Con franqueza, mi musa. Me importa una mierda —concluye con indiferencia, al más puro estilo de Clark Gable en "Lo que el viento se llevó".

Continuamos nuestro camino sin decir ni una palabra más. Mientras, Alex carga con casi todo mi peso. Es la primera vez que me siento así de frágil.

Siempre he sido yo la fuerte: la hija que debía afrontar las malas situaciones y trabajar duro para solucionarlas, la hermana que debía ser responsable, la chica que no podía ir más lejos del instituto y que siempre pensaba en la prueba de acceso a la universidad. Sin embargo, tener aquí a Alex me hace creer en imposibles, en que tal vez sí que exista esa persona única en la que puedes confiar ciegamente y por la que puedes darlo todo sin temer a las consecuencias. Siento que, ahora mismo, todas las reglas por las que me he regido y por las que he estado segura a lo largo de mi vida son inútiles.

Pierdo la noción del tiempo según avanzamos y apenas me percato de cuando cruzamos las puertas de salida del edificio. De pronto, Alex se detiene y me ayuda a sentarme en un pequeño banco de madera. En la esquina superior derecha distingo una pintada de color blanco hecha con lo que intuyo que debe ser típex: «A x B para siempre».

Parpadeo con fuerza, pero la pintura continúa en el mismo lugar.

Esto es el destino.

Alex parece interesarse también por el dibujo, pero no dice nada.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora