Capítulo 161 (Alex)

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Beca introduce las manos bajo mi camiseta y palpa los músculos de mi abdomen. Toda mi piel se tensa al primer contacto. Mi corazón se enciende como un motor a doscientos treinta caballos de apenas mil quinientos centímetros cúbicos, con tres cilindros, y crea un latido soberbio.

—¿Por qué no lo compruebas tú mismo? —dice Beca en un susurro tímido y sensual sobre mi boca.

Aquella voz me pone a cien y me pierde en una marea de excitación.

Sin esperar más, rodeo las muñecas de Beca y las levanto hasta mis hombros. Después, trazo con un dedo el contorno sexy de su cara en una línea vertical desde la frente. Cuando alcanzo su suave barbilla, la atrapo entre la yema de mi pulgar y el dorso de mi dedo índice. Muy lento, la atraigo hacia mí.

Una explosión de deseo despierta todo mi cuerpo cuando toco sus labios. He estado esperando tanto este momento...

Presiono su espalda hacia mí un poco más fuerte sin poder evitarlo y hago el beso todavía más profundo. ¡Dios, esto es tan jodidamente bueno!

Rápidamente, mis dedos se mueven por la cremallera de su abrigo. Sin dejar de besarnos, ella termina de retirárselo en dos sacudidas. Poco después, aquel jersey de un blanco roto que se ha puesto desaparece también entre caricia y caricia.

Deslizo mi boca hasta su cuello y mordisqueo su piel casi dorada. Huele tan bien... Beca suelta un jadeo cuando succiono la zona sensible cerca de su oreja, y hunde sus uñas por encima de mis omoplatos. Pero, de repente, suelta un chillido y se queda muy rígida.

Me retiro hacia atrás de inmediato.

—¿Qué ocurre? —pregunto muy preocupado.

—Creo que me he clavado algo en el trasero—revela tan ruborizada que tengo que hacer un gran esfuerzo para contener una carcajada.

—Deja que vea —digo con una expresión hermética, y la ayudo a levantarse poco a poco. Aparto el objeto punzante—. Es una astilla. Debe de ser de la mesa. Solo tienes un pequeño rasguño—informo tras hacer un rápido examen de la situación—. Vamos, agárrate a mis hombros. Te llevaré a la habitación y miraremos eso.

—No, creo que no harás eso... —se resiste Beca. Parece a punto de entrar en una erupción volcánica de tan roja que está.

—Beca, ya he visto ese trasero muchas veces—la interrumpo con forzada paciencia—. No hay nada de lo que avergonzarse.

—No hay necesidad —insiste.

—Beca... Esto está lleno de polvo, hay que desinfectarlo —declaro con firmeza y le lanzo una mirada que la hace callar.

Paso con cuidado un brazo por detrás de sus rodillas, la alzo y la llevo al dormitorio. Después de dejarla en el borde del colchón con las piernas colgantes, recorro de nuevo el camino andado con todos sus obstáculos hasta el baño, y saco el pequeño botiquín para emergencias.

Cuando regreso, descubro que Beca se ha quitado los vaqueros y está examinándose la herida.

—Ya estoy —anuncio. Ella levanta la vista y se fija con curiosidad en el botiquín que cargo. Me siento a su lado, saco un bote de desinfectante, un algodón y una tirita. A continuación, apoyo una mano sobre la cadera de Beca. Su piel está ardiendo—. Ponte de lado —ordeno—. Creo que no estaba demasiado abajo —comento en tono analítico y trato de no fijarme mucho en ese tentador tanga de encaje azul que delimita su delgada cintura y se encoge entre sus nalgas.

—Esto es bastante vergonzoso —murmura Beca.

—Míralo de este modo. Será la primera anécdota de nuestra casa. Cuando seamos padres se lo contaremos a nuestros hijos y después de eso a nuestros nietos, y estos a...

Beca suelta una risilla tensa.

—Para, para, Alex. Eso suena horrible.

—Eso suena a hogar, mi musa.

—Sabes que odio que tengas respuesta para todo, ¿verdad? —me reprende con suavidad.

Me río, pero rápidamente vuelvo a concentrarme. Paso un dedo alrededor de la pequeña incisión y masajeo la zona. Beca tiene un culo cojonudo: prieto y curvilíneo.

La oigo aclararse la garganta.

—¿Interesante? —pregunta.

—Cojonudo —digo antes de que pueda pensarlo bien.

Mierda...

—¡Alex! —me reprende Beca y empieza a incorporarse. La detengo.

—Ya me concentro —finjo disculpa—. Solo dame unos segundos.

—Estás pensando guarradas —acusa.

—Soy un hombre, no me puedes acusar por eso. ¿Qué tal si me hablas de lo que has estado haciendo en la facultad? —cambio rápidamente de tema.

La escucho suspirar.

—Estuvimos localizando e interpretando documentos en internet y, después, hemos aplicado la normativa jurídico-administrativa a diferentes casos que ha traído el profesor.

—Parece complejo.

—Aburrido más bien —señala ella—, pero no estuvo tan mal al final. ¿Sabías que el boxeador Mike Tyson para reducir su condena por buen comportamiento colaboró como bibliotecario en la prisión donde lo encerraron? Y Stephen King conoció a su mujer, Tabitha, mientras trabajaban juntos en la biblioteca de la Universidad de Maine. Hay muchos famosos que alguna vez fueron bibliotecarios, como Lewis Carroll, Vargas Llosa, Rubén Darío e incluso Benjamin Franklin.

Ya he limpiado la herida, pero alargo el tiempo todo lo que puedo mientras ella habla animada sin percatarse de ello.

—¿Y tú, Beca? ¿Por qué serías bibliotecaria?

—Esa es una respuesta sencilla, Alex. Me gusta muchísimo leer.

—¿Por qué te gusta tanto leer libros? —inquiero intrigado.

Juego con el algodón sobre la cadera de Beca.

—Porque cuando leo, Alex, siento que estoy soñando despierta, y eso es mucho mejor que cualquier droga —responde con una expresión apasionada. Me quedo mirándola fascinado—. Imagina todos los meses, años y esfuerzo que ha invertido el autor en escribir un solo libro, que un lector puede devorar en horas. Es por eso que siento que hay algo mágico y ritual cuando leo una novela. Hasta la última página estoy conectada con el escritor y todo su trabajo, no solo con la historia. Al ser bibliotecaria, me gustaría transmitir mis propias emociones a todos esos lectores que hay fuera. —Para de hablar derepente, y se ruboriza—. Creo que me he alargado mucho, lo siento. ¿Y tú, Alex? ¿Cómo sabes que has pintado una obra de arte? —inquiere.

Arrugo el ceño y me froto el mentón.

—El arte no tiene que ser bonito, basta con que te haga sentir. Cualquier elemento bien colocado como una lata de Coca-Cola o un montón de cáscaras de pipas puede ser arte, siempre que haya personas que lo sientan así —explico.

La giro con suavidad hasta que está completamente de espaldas y me inclino sobre ella sin soltar el algodón.

—Por cierto, ¿sabes que estás echada ahora mismo sobre uno de los lugares donde crearemos a nuestros futuros hijos? —digo en tono socarrón.

—Supongo que ya lo tienes todo planeado —se burla.

Pero noto que está tan excitada como yo. Sus pezones están izados bajo una fina camiseta de tirantes y toda ella —su cabello extendido en una cascada ondulada sobre el edredón acolchado de color blanco, su boca entreabierta, su mirada traviesa— despide feromonas a sexo.

Mi entrepierna se revuelve como un perro hambriento. Cuando hablo, mi voz baja varias notas.

—¿Sabías que algunas mariposas, como los machos de Saturnia pyri, son capaces de detectar el olor de la hembra a veinte kilómetros dedistancia? Me pregunto cuánta distancia haría falta para que no pudiera encontrarte, Beca, ahora mismo pienso que no hay ningún lugar posible en el que pudieras esconderte de mí —digo posesivamente y la beso.

La beso como nunca antes lo he hecho.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora