Capítulo 119 (Alex)

227 14 0
                                    

Rebeca ha desechado su actitud defensiva y ahora muestra esa mirada brillante por la curiosidad que tienen todas las tías cuando oyen la palabra «sorpresa». Me gusta que vuelva a ser la de siempre. Tengo que admitir que su versión cabreada me acojona un poco.

Por el momento, todo su interés ha hecho que me haya perdonado por lo que ha ocurrido en el bar, y me alegro, porque lo que voy a pedirle a continuación podría volver a hacerla desconfiar..., y si bien no soy ningún santo, estoy dispuesto a probar a rezar.

Coloco un mechón de pelo castaño tras su preciosa oreja desprovista de adornos y luego deslizo la mano hasta su cuello, donde trazo con el pulgar unos cuantos círculos, que acaban convirtiéndose en una a, mi letra de la suerte.

«¡A por todas!», me digo, y lanzo un puño al aire que solo existe en mi cabeza para infundirme ánimo.

Me desabrocho el cinturón de seguridad y después me giro y hago la misma acción con el de ella.

—Ahora debes cubrirte los ojos. ¿Estás preparada? —suelto de golpe.

Enseguida, Rebeca retrocede hacia atrás y me envía una mirada recelosa, como ya había supuesto que iba a suceder.

—Ya es de noche, y no creo que pueda ver mucho... —Hace una pausa para darme tiempo a verificar sus palabras, si quiero—. ¿Es necesario? —pregunta con voz queda. Pienso en una manera de tranquilizarla.

—No —digo despacio. Me inclino sobre ella. Entonces, bajo el volumen de voz hasta una tonalidad grave lo suficiente alta para que pueda oírme solo Beca, y hago que mi acento ruso se deslice en mis siguientes palabras como tantas veces he hecho para salirme con la mía. Para rematar el efecto, poso una mano sobre su rodilla. Siento de inmediato cómo se estremece—, pero será más emocionante y prometo que te gustará, Rebeca.

No estoy seguro de cómo reaccionará después de que sepa lo que he hecho, pero es mejor que no me note dudar o estaré vendido.

Joder..., estoy nervioso. No creo que en mi vida lo haya estado tanto por una tía como ahora lo estoy. Pero esto es importante para mí, lo es porque esta relación que quiero mantener depende mucho de ella.

Ambos nos miramos y nos evaluamos mutuamente durante unos segundos.

Es una intensa batalla, pero sé que la he convencido en el mismo instante en que uno de sus pestañeos es más largo, su respiración se corta y noto un débil temblor en sus irresistibles labios de color frambuesa.

Quiero robarle un beso, uno guarro y profundo, pero me aguanto las ganas.

—De acuerdo —acepta. Y eso es todo cuanto necesito para actuar.

Me desato la banda negra de la muñeca izquierda. Está relativamente limpia, pero de todos modos la sacudo y la soplo antes de doblarla por la mitad mediante las puntas más alejadas. Beca me lanza una mirada cargada de ironía, pero no dice nada. A continuación, apoyo una de las rodillas en el asiento y le hago una señal con un dedo.

—Acércate, por favor —pido, y ella accede, aunque todavía noto la duda en su semblante. Paso con delicadeza el pañuelo alrededor de sus ojos—. Y ahora descansa la frente en mi hombro izquierdo. Así, Beca. —Escucho cómo su respiración se acelera cuando mis dedos se entretienen más tiempo del necesario en hacer el nudo. Siento su aliento en mi cuello, y aunque no puedo oír su pulso, casi puedo jurar que Beca es capaz de contar cada latido que da mi corazón por lo cerca que está—. Hueles bien —digo antes de darme cuenta.

—Tú también —responde como si mi comentario la hubiera puesto nerviosa. Estamos comportándonos como dos principiantes en su primera cita.

Me humedezco los labios. Estoy otra vez excitado y no voy a negar que verla limitada de este modo hace que en mi imaginación florezcan imágenes calientes y sudorosas, donde aprovecho esta oportunidad de muchas maneras.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora