Capítulo 85

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«No puede ser... ¿Son esos Carlos y la ex de Héctor?», pienso, y estiro el cuello para ver mejor.

Todas mis terminaciones nerviosas se ponen en guardia ante su aparición.

Es como si el destino los hubiera traído justo frente a mí ahora.

Preocupada, compruebo si Marta o Laura los han visto, pero ellas están distraídas, inmersas en su conversación sobre ropa.

Me giro de nuevo y los observo a los dos: Carlos pasa un brazo por encima de los hombros de la ardillita como si tratara de consolarla, y esta se lleva todo el rato un pañuelo de papel a la cara como si estuviera limpiándose las lágrimas. Con la otra mano libre, la chica se masajea el estómago. Ese último pero sencillo gesto hace que mis sospechas se multipliquen.

«—... a ese imbécil ni siquiera le importó que su nuevo ligue estuviera presente cuando golpeó a Xavi. Me montó una escenita de celos impresionante y luego nos ridiculizó delante de todos los que estaban allí», recuerdo que dijo Marta.

Me muerdo las mejillas por dentro.

«¿Y si Carlos tenía un motivo más serio que le obligó a dejar a Marta?», reflexiono. Solo es una idea tonta, pero y si...

Me levanto de mi sitio y avanzo unos pasos en su dirección para averiguarlo.

No obstante, de repente un férreo pecho se cruza en mi visión y me detengo antes de colisionar contra él. Al alzar la vista me encuentro con los impenetrables ojos de Alex. Va vestido de los pies a la cabeza de negro, con la excepción de la camiseta blanca que lleva debajo de su camisa habitual, y que ensalza su complexión atlética, y los pantalones de camuflaje, que se amoldan a la perfección a sus largas piernas.

Se ha puesto también una gorra con el emblema de una empresa de coches de carreras, que esconde parte de sus rasgos faciales, y en una de las manos sostiene unas gafas de sol.

Ya no lleva las vendas.

Alex podría ser perfectamente un famoso ídolo que trata de pasar desapercibido a la salida de un aeropuerto.

—¡Eh! —saluda, y se queda mirándome con su sonrisa secreta, que lo vuelve irresistible.

«¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha ocurrido con su madre?». Estas y más preguntas acuden a mi cabeza como balas de metralleta y me dejan el cerebro hecho un amasijo inservible por el que asciende un hilo de humo.

La tensión arterial se me pone por las nubes y tardo dos preciosos segundos en recuperarme, y mientras pierdo de vista a Carlos y a la otra chica. Por suerte, logro localizarlos de nuevo, antes de que desaparezcan por una de las calles de enfrente.

—Hola, Alex... ¿Cómo...? —No llego a terminar la pregunta, pero él no parece sorprendido. Se agacha y me da un ligero beso sobre los labios. Parece contento de verme; yo también lo estoy.

«Ojalá no me sintiera tan impaciente ahora mismo y pudiera disfrutar del momento», pienso.

—Vengo de solucionar unas cosas en el estudio y te he visto sentada con tu amiga —responde, y noto que me está ocultando algo, aunque ni siquiera puedo intuir qué es.

El estudio de Alex está bastante lejos de aquí, y su respuesta no explica cómo ha logrado que lo dejen salir de casa de sus padres, aunque por su aspecto puedo imaginar que no se ha molestado en pedir permiso.

Alex señala con una expresión interrogante la mesa todavía llena de propaganda universitaria, y me distraigo de mis pensamientos.

—¿Estáis mirando universidades?—pregunta lleno de curiosidad.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora