Capítulo 63

387 17 0
                                    

«Café.»

«Huele deliciosamente bien.»

«Tan bien que...»

Trago saliva mientras siento que la boca se me hace agua.

«¿Eso que acabo de oír ha sido el rugido de mis tripas?»

Todavía con los ojos cerrados, acerco la nariz y me dejo guiar por el intenso aroma de la bebida humeante. El vapor me hace cosquillas en la punta de la nariz y no puedo evitar sentir un ramalazo de felicidad, que empieza a extenderse por las comisuras de mis labios.

—¿Alex? —murmuro con pereza, esbozando ya una sonrisa completa.

—Casi. Solo que con tetas, el pelo largo y tacones —dice la voz de Marta sin renunciar ni a una pizca de ironía.

—¿Marta? —digo despertándome de golpe.

—Correcto... ¿Decepcionada? Me rompes el corazón, tía —continúa bromeando mientras observa divertida cómo reacciono.

Por un instante, me parece ver una chispa de ansiedad en sus pupilas marrones, pero la camufla enseguida con una mueca burlona.

—Sabes que no me siento decepcionada, Marta. ¿Me he quedado dormida? —digo cambiando de tema y haciendo caso omiso de su escéptico gesto, al tiempo que me estiro con un gran bostezo para esconder mi desilusión porque no es la persona que esperaba.

Me froto los brazos y descubro que el abrigo que le presté a Alex para que tapara a Elisa ahora está cubriéndome parte del cuerpo. En algún momento de la noche ha debido de venir a buscarme a la sala de espera. ¿Por qué no me despertó?

—Eso parece. Estás hecha un desastre, Beca —comenta Marta estudiándome con esa mirada de «eres un desastre en todos los sentidos».

En cuanto me recoloco para estar más cómoda, el abrigo resbala y Marta lo atrapa justo antes de que llegue al suelo.

A continuación, me ofrece un café y se deja caer a mi lado, con la prenda entre nosotras.

No veo por ninguna parte a Laura ni a Carlos. ¿Habrán regresado ya a sus casas?

—¡Oh, qué bien! Necesitaba un sitio donde sentar mi precioso culo —murmura en ese instante Marta con alivio y con la cabeza hacia atrás, apoyada en la pared.

Aprovecho que cierra los ojos para estudiar más detenidamente su rostro cansado. Por las sombras grises de máscara de pestañas que se le forman encima de sus mejillas y lo hinchados que tiene los labios, intuyo que debe de haber estado de fiesta hasta no hace mucho.

Distraída, echo un vistazo al contenido del vaso de plástico que me ha traído Marta mientras me tomo mi tiempo para pensar. Parece que es un cremoso capuchino de avellana. Intuyo que debe de haberlo comprado en alguna de las máquinas que he visto de camino a la sala de espera.

Marta me guiña un ojo cuando me pilla observándola por segunda vez, y yo le dedico una sonrisa de agradecimiento para tranquilizarla.

Luego doy un sorbo a la bebida, que hace magia en mi interior al calentarme el cuerpo de manera reconfortante e incluso encender mis mejillas.

Oigo a mi amiga soltar un socarrón suspiro. Ahora que la tengo junto a mí, intuyo que pronto comenzaremos a plantearnos algunas preguntas de verdad, y no sé si alguna de las dos estará dispuesta a contestar a todas.

Entrecierro los ojos debido a la intensa luz de los alógenos del techo y hago un gesto de dolor: noto a lo largo de toda la espalda la misma sensación que si hubiera estado tendida durante horas sobre rocas puntiagudas, pero no puedo quejarme.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora