Capítulo 68

338 13 0
                                    

El corazón se me oprime en el pecho cuando recuerdo a Alex en mi habitación, besándome con gran pasión y a punto de...

Se me escapa un silbido y me tapo la boca enseguida. Espero que nadie me haya oído en la cafetería, pero todo sigue igual.

Tomo aire aliviada.

«¡Dios mío! ¡Tranquila, Beca!», me calmo.

Me llevo una mano hacia el cuello de la blusa y tiro bastante de él. Poco a poco mis palpitaciones recuperan su ritmo normal.

Alex y yo deberemos tener más cuidado la próxima vez si no queremos que Natalia entre y nos pille en un momento demasiado íntimo.

Me muerdo el labio inferior conteniendo una risita.

Primero pestañeo una vez muy despacio y luego cierro los ojos con fuerza. Cuento silenciosamente hasta tres y los abro al tiempo que dejo escapar un suspiro de frustración al recordar mi último encuentro cara a cara con Alex.

«Voy. No te muevas de donde estás, Elisa.»

Esas palabras repiquetean en mi cabeza y no me permiten sentirme tranquila del todo.

Mi humor decae al pensarlo.

Ya ha pasado una semana desde que Alex me salvó de ser atropellada y recibió la llamada de Elisa, y aún no he podido verlo ni tocarlo.

Por supuesto, al día siguiente, preocupada por no tener noticias suyas, lo llamé y le pregunté qué había ocurrido con Elisa. Alex zanjó el asunto explicándome escuetamente que solo había sido una falsa alarma, y no le dio más importancia. Parecía sincero.

Sin embargo, estas falsas alarmas se han repetido en varias ocasiones durante estos días, cada vez que intentamos quedar.

Inesperadamente, mi móvil suena y me saca de mi ensimismamiento. Echo un breve vistazo a la pantalla mientras con una mano sigo colocando los ingredientes sobre la encimera de mármol gris.

Hoy está siendo un día bastante tranquilo en La Abuelita y tengo más tiempo para pensar de lo que me gustaría.

—¿Alex? —pregunto sorprendida y empiezo a esbozar una pequeña sonrisa.

—Hola, musa —contesta con la voz un poco ronca.

Frunzo el ceño. De algún modo me parece notar algo diferente en su tono.

Al girarme, veo que Rosa me está observando: una pareja acaba de entrar en el establecimiento, como han anunciado las campanitas con forma de ángeles dorados que ella ha colgado recientemente en el techo. No voy a poder seguir hablando.

—Hola, Alex... Ahora mismo estoy trabajando. ¿Te importa si hablamos dentro de unos minutos? —le pregunto mordiéndome el labio inferior. Lo cierto es que no quiero dejar de escuchar el acento grave y profundo que pone en cada palabra, y menos después del mal presentimiento que arrastro desde el día en que Elisa cayó desmayada al suelo frente al Florida Night.

—No —contesta al instante.

—Espera, Alex. No cuelgues todavía —le detengo antes de que lo haga.

—Rebeca, ¿va todo bien? —se interesa Alex mucho más serio, como si quisiera decirme algo más. Es evidente que ha notado mi tensión.

—Todo va bien. Ya me quedan menos exámenes —respondo deprisa para ir directa a lo que de verdad me preocupa—. ¿Y tú? ¿Fuiste al final al médico? —pregunto.

—¿Al médico? —contesta Alex confuso. No sé si lo hace a propósito o si de verdad no se acuerda, a pesar de que ya se lo pregunté el otro día.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora