Capítulo 62

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Alex está sentado en un banco de un moderno y rebuscado estilo. Este se encuentra en medio de un largo pasillo de baldosas grises, adosado a una pared de una brillante pulcritud que resalta al estar pintada con un blanco impoluto.

Supongo que hace poco que deben de haberle dado una nueva capa de color.

Al cambiar la posición de los pies, frunzo la boca con un gesto de dolor.

Estoy comenzando a sentir calambres en las piernas debido a lo entumecidas que las tengo por haber estado en la misma postura tanto rato.

Apenas hemos llegado, Sara se ha ido a esperar abajo a que viniera Sofía, y aún no ha regresado. Mientras tanto, solo me he movido una vez para ir a secarme un poco la ropa en los servicios. Alex, por su parte, ha permanecido todo este tiempo en silencio y en el mismo lugar, y no da señales de que desee que alguien se le acerque. Hasta el momento he respetado esa distancia, pero...

Tiene los labios morados y su pálida piel me recuerda a la de un fantasma, aunque lo peor es esa mirada salvaje que me hiela la sangre.

—Alex... —murmuro. Sé que él no me responderá; no importa lo alto que vuelva a llamarlo.

Respiro despacio mientras lo observo desde donde estoy, a unos seis metros, junto a un carro azul de la limpieza que permanece allí desde mi llegada, como si alguien lo hubiera olvidado, y tal vez sea así.

Los pulmones se me hinchan con el aire que entra por mis fosas nasales; huele a hospital: una inquietante mezcla a alcohol, cloro, desinfectante y a algo más que prefiero no identificar.

En el ambiente también percibo las emociones apagadas de las personas que recorren los pasillos con la cabeza gacha; algunos terminan apoyándose en la primera superficie que encuentran, como la joven pareja que descansa contra el marco de la tercera habitación que tengo delante; otros se detienen y, al cabo de un rato, vuelven a caminar.

Incluso, una mujer de unos cuarenta años, que lleva las ropas y el cabello bastante desaliñados, llora en silencio en una esquina, a mis espaldas. No obstante, la persona que realmente me importa no ha hecho ningún movimiento en dos horas. Alex sigue ausente.

Estoy muy preocupada.

Por el momento, no me he atrevido a decirle nada porque la mirada que me ha dirigido antes de subir a la ambulancia ha sido muy cortante, pero sé que él es consciente de que estoy cerca, tanto como yo noto su presencia.

—¿Todavía no vas a sentarte? —dice de pronto la voz de Alex. Lo ha dicho tan bajo y ha sonado tan desinteresado que al principio me parece haberlo oído mal.

No me está mirando, pero supongo que es a mí a quien se dirige; en cualquier caso, nadie más ha prestado atención a la pregunta, salvo yo.

—¿Perdón? —digo acercándome hacia donde está sentado, pero manteniendo una prudencial distancia. «Todavía no sé a qué atenerme con él», pienso—. ¿Has dicho algo, Alex?

De pronto, él vuelve la cabeza y me clava una mirada algo torcida. Tiene las manos cruzadas entre sus rodillas. El profundo color azul eléctrico de sus pupilas es como un disparo directo y muy intenso a mi corazón. El disparo me atraviesa de lado a lado y me deja inmovilizada y sin cerebro; no puedo pensar racionalmente durante unos segundos.

Estoy sin aire.

La presión y la duda aumentan de tamaño dentro de mí hasta crear revoltosas burbujas en mi estómago que me ponen nerviosa. Me llevo una mano temblorosa hacia la zona donde una vez Alex me pintó aquella bonita mariposa en tonalidades rosa y azul que alzaba el vuelo. Él sigue el movimiento de mis dedos con sus penetrantes ojos, sin perderse ningún detalle. Es como si ambos intercambiáramos un mensaje silencioso y el recuerdo de las caricias que hemos compartido hace unas horas regresara a nosotros.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora