Capítulo 148 (Alex)

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El aire desaparece de mis pulmones.

—Trabajar hasta tan tarde te ha afectado. Será mejor que descanses un poco —murmuro automáticamente.

Como no me suelta, aparto la mano de mi padre hacia un lado y salgo de la habitación.

Empiezo a caminar a paso firme y, antes de que me haya dado cuenta, he echado a correr desenfrenado por la casa. Los músculos protestan por el repentino ejercicio, y la cabeza me da vueltas.

Aumento todavía más el ritmo de mis zancadas hasta que siento que el aire viciado de la casa me golpea en la cara y que dejo de pensar. Sin embargo, cuando llego a la cocina y me encuentro la puerta abierta, la furia que hay en mí desaparece como si una repentina brisa se la acabara de llevar muy lejos.

Desde el pasillo, puedo ver a Beca con el vestido azul apoyada de espaldas en la encimera de mármol negro de la pared de enfrente, junto al Bosch de acero inoxidable para hornear que solo debe usar la cocinera contratada por mi madre. A pesar de que desde mi posición no puedo verlo, oigo la voz ruidosa de Iván, por lo que intuyo que este debe de estar cerca. Beca parece concentrada en la conversación con la cabeza ligeramente girada mientras este le cuenta de buen humor una de sus anécdotas.

Ninguno de los dos ha notado mi presencia todavía.

Beca da un pequeño sorbo a la taza de té inglesa con pomposos dibujos florales que sostiene en la mano derecha, como si tratara de disimular detrás de ella una incipiente sonrisa.

Encojo y abro a medias varias veces los dedos de las manos...

Iván hace otro comentario, algo sobre el apareamiento de los pingüinos, y de repente Beca suelta una deliciosa y tímida carcajada. Animado por haberla hecho reír, Iván continúa con su vieja historia de cómo una vez tuvo que ser guardaespaldas del pingüino mascota de un millonario excéntrico.

Beca empieza a toser entre risas. Cuando para, sus mejillas están ardiendo.

Aquella visión resulta ser demasiado para mí, y doy un paso hacia el interior de la cocina.

Entonces, veo a Iván. En las manos, con las cuales ataca al mismo tiempo que habla un burrito enorme, distingo nuevos tatuajes de serpientes.

Iván deja de comer un momento para rascarse la cabeza rapada, la cual le brilla como una bola de billar y le da aspecto de matón. Esto hace que aquella escena hogareña entre los dos y en la casa de mis padres parezca más extraña si cabe.

Dentro de mí empiezo a sentir algo y me obligo a empujarlo de nuevo a ese rincón oscuro de mi mente antes de que tome forma.

Me aclaro la garganta, y tanto Beca como Iván levantan la cabeza en mi dirección, ambos sorprendidos.

Pongo mi cara de póker y me paseo por en medio de la cocina hasta situarme entre los dos.

Beca baja la taza y noto cómo la sostiene con fuerza, la única muestra de tensión, mientras que con la otra mano se toca el moño con el que se ha recogido el pelo. Lo lleva bastante prieto e intuyo que lo ha atado con una goma de esas que siempre le rodean la muñeca.

De inmediato, siento el deseo intenso de soltarle el pelo. No obstante, me resisto.

De cerca, observo un detalle importante que no había visto antes: unas largas ojeras de campeonato se le extienden como cortinas de humo bajo los ojos, pero la charla con Iván parece haberla serenado.

Sus pupilas diminutas me recorren el pecho desnudo y se detienen sobre mi mano vendada.

Varias arruguitas se le forman en las comisuras de los párpados y en sus iris bailan salpicaduras de oro. Aprieta los labios e intuyo que se está conteniendo para no decir algo al respecto.

—Llegas en buen momento, chico. Todavía queda alguno de los burritos que he preparado —ofrece Iván con entusiasmo.

Al hablar, varios trozos de pimiento se le escapan de la boca al plato.

—Gracias, Iván. Tal vez me pille uno después—comento distraído. Mis ojos vuelven a Beca—. Colega, ¿te importaría dejarnos a Beca y a mí solos un momento?

Iván se aclara la garganta, toma un vaso de agua y se levanta de uno de los taburetes que rodean la isla de la cocina.

—Si me necesitáis, estaré en mi habitación, viendo esa peli sobre una pobre estudiante de enfermería que limpia coches los fines de semana—informa Iván, pero aún no se marcha.

—Espero que la disfrutes, Iván. —Beca hace una pausa y los ojos la brillan con repentina emoción—. Y gracias por todo —dice. Luego levanta su taza a modo de despedida y le dedica una preciosa sonrisa.

Iván la observa unos instantes con algo más que interés, y sé lo que está pensando ese jodido pervertido de inmediato: Si tuviera unos años menos...

Me quedo mirándolo muy fijo y él lo capta enseguida.

Cuando la puerta se ha cerrado de nuevo y Beca y yo estamos solos, la rabia que he sentido hace tan solo un momento vuelve a apoderarse de mí con toda su fuerza.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora