Capítulo 12

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—¡Oh, Beca! Por favor...—Miguel parece arrepentido.

Inevitablemente pienso en la opción de hacer como que no he visto nada y empezar de nuevo con mi novio.

—¿Rebeca? —me llama Alex.

Pestañeo despertándome. Estoy tan agotada...

Niego con la cabeza y dejó que sea la mano de Alex la que me conduzca de regreso al coche.

—¡Beca, mi amor! —grita Miguel, sumido en el llanto.

Me estremezco y tiro de la camisa de Alex; de algún modo, me resulta reconfortante.

De repente, Miguel se planta delante de nosotros y nos corta el paso.

—No te dejes engañar por este tipo, mi amor.

Me tapo la cara y tiro de mi pelo sin querer; se me sueltan varios mechones de la coleta.

—¿Por qué no ves la realidad? Eres tú la persona en la que confio..., en la que confiaba —me corrijo, y me río por dentro de mis propias palabras—,y mira lo que me has hecho.—Tengo que irme o vomitaré  allí mismo toda la tortilla de patata de mi madre.

Veo que intenta tocarme, pero yo retrocedo, buscando la seguridad en el cuerpo de Alex.

—Las manos quietas —le advierte este a Miguel con voz cortante.

—Tu no te metas en esto, joder—replica Miguel.—Esto es un asunto entre ella y yo.

Alex se acerca más a mi, haciendo que instintivamente me refugié en él. Absorbo todo el calor que desprende su cuerpo, estremeciéndome por un momento. Observo inquieta la reacción de Miguel, que no le quita los ojos de encima. No obstante, Alex comienza a hablarme como si Miguel no existiera.

—La furgoneta está aparcada en la calle paralela a esta, justo al girar la esquina de enfrente, junto a la churrería. —Espera a que asimile toda la información antes de seguir.—Ve y adelántate— me exige con una voz grave que me produce un escalofrío.

Parece verdaderamente enfadado.

—Pero...

—Ve —repite en tono imperativo, pero su expresión cambia al mirarme, y acaba suavizando la orden con una sonrisa conciliadora.

Me lanza las llaves, las cojo al vuelo y echo a andar, haciendo caso omiso de las incesantes súplicas de Miguel.

Lo último que veo es que Alex impide que me siga agarrándole de los hombros, lo cual agradezco enormemente. Más tranquila, comienzo a hacer mis cálculos: Alex tiene un cuerpo más entrenado y atlético, y por añadidura es una cabeza y media más alto que mi novio, así que sé que no le supone ningún esfuerzo retenerlo. La diferencia entre ambos es notoria en todos los sentidos.

Cuando llegó a la furgoneta me dirijo hacia el lado del copiloto y encajo la llave en la cerradura, pero esta no cede ni un milímetro.

—¡Genial! —maldigo cabreada. En ese momento recuerdo como abrió la puerta Alex y decido imitarlo; lo golpeo, pero me dejo el puño en el metal.—¡Ah! —gimo, sintiendo un dolor agudo en la muñeca que se extiende rápidamente por el brazo.—No puede ser...¡Maldita sea! —murmuro.—Es un asco —me lamento, y comienzo a darle patadas al vehículo esperando que se abra en algún momento.—Un verdadero asco. ¡Idiota! ¡Imbécil! —el tacón de aguja que llevo en el pie derecho hace un ruido extraño; me detengo, me saco el zapato y compruebo que está prácticamente roto.—¡Oh, no! Esto es una auténtica porquería. ¡Te odio! — grito entremezclando las lagrimas con mi voz.

De pronto oigo soñar un aplauso, seguido de otro más apagado y un último casi inaudible.

—Pensaba llevarte a un sitio como esos de películas, en los que la protagonista grita a todo pulmón cuando aborrece el mundo, teniendo a su lado al chico del que terminara enamorándose...—ironiza Alex. Hace una pausa y me mira de arriba abajo con expresión indisimuladamente divertida.—Pero veo que ya te has encargado tú solita de todo.

Siento que me ruborizo ante sus palabras.

—Esto ya era demasiado vergonzoso sin necesidad de que me vieras en este estado—digo, revelando mis pensamientos.

Me dejo caer sobre la puerta del coche completamente abatida, y me quito el zapato que aún llevaba puesto para colocarlo junto al otro a mi derecha. No sé cómo voy a decirle a Marta que me he cargado su regalo de cumpleaños. Cierro los ojos y descanso la nuca.

—Ha sido entretenido.

Reprimo una carcajada ante su inesperado comentario. ¿Quiere hacerme reír? El labio me tiembla y solo deseo llorar. No quiero que esta noche acabe así: pasar de Cenicienta a Pulgarcita, perdida en medio de una naturaleza que me abruma con du inmensidad.

—Ha sido el peor día de mi vida —replico —, y ni siquiera he podido emborracharme, ahora que soy mayor de edad.

—Todavía estás a tiempo.

Abro los ojos y levanto una ceja. Alex se ha sentado a mi lado, lo que me permite ver que de la comisura izquierda de la boca le cae una gotita de sangre.

Me pellizco el labio inferior preocupada.

—¡Dios mío!—digo con voz queda.— ¿Estás bien? Y ellos...

—Acabo de chuparles la sangre a tu novio y a su amante, así que ellos están peor. Contesta con una mueca, enseñándome los colmillos. Yo ni siquiera me inmutó.—Bueno, supongo que no tiene tanta gracia—continúa, mientras tira de uno de los hilos que salen de las aberturas de sus pantalones.

Me reprimo para no detenerlo. Rebuscó en mi bolso y sacó un pañuelo de piel y una caja de tiritas que siempre llevo conmigo. Con cuidado, me giro de lado sobre las rodillas y me hacerlo a Alex para limpiarle la herida del labio. El se retira instintivamente moviendo la cabeza hacia el lado contrario y me observa con recelo.

—Quédate quieto, solo voy a curarte eso —le explico con calma.

No dice nada, así que lo interpretó como una respuesta afirmativa y vuelvo a intentarlo. Esta vez Alex deja que me encargue de él mientras sigue todos los movimientos de mis manos con sumo interés. Ahora la noche está fría y puedo ver el vaho que sale de su boca al respirar. Parece inquieto con cada roce de mi dedo en su piel. Me aparto un momento para coger una de las tiritas, con estampado de frutas, de la caja. El frunce el ceño.

—Siempre me ha sorprendido la cantidad de cosas que podéis llegar a meter las tías en un bolso tan pequeño.

—Suelo llevarlas para las ampollas de los pies— explicó avergonzada, refiriéndome a las tiritas—, aveces camino demasiado. —Sigo hablando sin saber muy bien la razón por la cual quiero contárselo todo.—Supongo que la gran mayoría de las chicas tenemos el complejo de Mary Poppins —bromeo.

Varios mechones de pelo que me han soltado de la coleta me caen sobre la cara en ese preciso instante, pero cuando estoy a punto de peinarme de nuevo, Alex me recoge uno de los mechones tras la oreja y luego otro más lentamente, produciéndome una agradable sensación. Cuando termina, me mira muy serio. Con mucho esfuerzo, logró tragar saliva sin apartar los ojos de los suyos.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora