Capítulo 137

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Tengo la tensión arterial por las nubes y el aire me entra a trompicones en los pulmones. Aun así, trato de pensar de manera diplomática.

—Todavía debe de ser pronto para que hayan llegado. ¿Qué hora es, Alex?—pregunto preocupada.

—Espero que la hora de enviarlos de vuelta a sus camas —gruñe. Me mira muy fijo y baja las pestañas hasta que cubren la mitad de sus ojos azules, nublados de intensa pasión.

A continuación, Alex se incorpora sobre mí, noto que con enorme esfuerzo, y apoya los codos a cada lado de mi cuerpo, todavía respirando muy fuerte y sin dejar de contemplarme. No puedo evitar fijarme en lo afectado que está y en cómo también cada parte de mí vibra por el deseo insatisfecho. El miembro excitado de Alex parece quemarme através de la ropa.

¡Madre mía! Me siento tan inquieta...

Me retuerzo de forma instintiva y, de inmediato, una expresión de dolor atroz atraviesa el semblante ya atacado de Alex.

—No te muevas, Beca —ordena con un jadeo tenso y cortante. Desvía la vista, lleno de impotencia, hacia mis pechos desnudos, que todavía están ensalzados por la camiseta de tirantes y el blanco sujetador de encaje que han quedado amontonados por debajo, y los aprietan. La respiración agitada hace que el pecho se me suba todavía más—. ¡Mierda! —maldice Alex y empalidece. El sudor le cubre la sien—. Solo dame unos segundos para conciliarme con mi ego, musa —dice, pero en realidad parece estar conteniendo un enorme ejército de hunos furiosos dentro de sí o algo mucho peor. Quiero compadecerme de él, pero yo no me siento mejor—. Joder... —jura por segunda vez al oír de nuevo las voces de Marta—. No debería haber accedido a esto.

Los nervios me pierden y se me escapa una risilla. Trato de taparme la boca con las manos, pero solo consigo que la risa aumente.

—No te rías, Beca, estoy muy jodido—refunfuña Alex, aunque también noto que su humor ha mejorado un poco al oírme reír—. ¡Oh, maldita sea! Joder...—dice al percatarse de su propia contradicción.

Me río más fuerte, porque nunca le he oído soltar tantas palabras malsonantes seguidas.

—Lo siento. No... no... puedo... —logro decir entre carcajadas, e intento taparme la boca—. Esto es...demasiado...

De repente, Alex me asegura la cabeza entre las manos y me sella los labios con un beso lánguido y torturador.

Abre mi boca con la suya y su sabor me inflama por dentro a medida que el beso se convierte en una caricia profunda, deliciosa, y succiona mi lengua hacia su propia boca.

De algún modo, consigo sobreponerme lo suficiente como para apartarlo con ayuda de las manos extendidas sobre su pecho. Es obvio que Alex sabe cómo hacer perder la noción del tiempo y de las cosas al sexo femenino, y por eso me resulta más difícil distanciarme de él.

—Debemos abrir la puerta, Alex —le recuerdo en cuanto recupero la voz. Acabo de tener un flashback de la conversación telefónica con Marta. Había algo de lo que ella quería hablar conmigo, y por la manera como aporrea la puerta debe de ser importante—, o Marta no parará hasta haber revuelto a todo el vecindario —añado de manera convincente.

—Sería mejor dejar que se la llevara la policía —gruñe Alex. Hace oídos sordos al ruido y me aplasta con su cuerpo contra el sofá, de modo que no pueda efectuar ningún movimiento de levantarme—. No quiero tener animales en casa.

Frunzo los labios con disgusto.

—Debo corregir tu error, Alex. En primer lugar, esta es mi casa. Y en segundo..., es mi amiga, no un animal, y por supuesto yo no quiero tener a la policía aquí metida —replico.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora