Capítulo 123

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—Vamos —dice Alex en cuanto llega a mi lado, y me rodea con un brazo para abrirnos paso entre la multitud.

No obstante, no me lleva a la cabina, sino que se desvía hacia el pasillo de empleados y me conduce hasta el que recuerdo que es el despacho de Sara.

Esta vez nadie nos impide el paso o nos hace preguntas, como si se tratara de algo natural que uno de los empleados se colase con una chica en la oficina de la propietaria.

—Espera, no creo que sea bueno que nos vean aquí, Alex, y también has dejado tu puesto vacío —le recuerdo—. Sara puede despedirte por ello —digo, y lo detengo para que no continúe avanzando.

—Eso es muy posible —concede Alex con una mueca de preocupación que no coincide con sus acciones. Abrela puerta y me lleva con suavidad hacia dentro—. Entonces no deberíamos quedarnos mucho tiempo por aquí —resuelve con un gesto inocente y después me devuelve la mirada de tal manera que termina clavándose en mis ojos de forma perturbadora.

Confusa, pestañeo. ¿Cómo su personalidad puede cambiar tanto de un segundo a otro?

—Eso no es lo que quería decir, Alex. Yo... —me interrumpo al percibir la mueca de advertencia que tuerce su boca.—Siéntate a la mesa, por favor, Rebeca —ordena, no lo hace de una forma en la que podría molestarme, sino que es más bien una petición que desea que acepte pero que puedo rechazar si quiero.

Estoy segura de que se ha dado cuenta de mis sentimientos después de lo sucedido.

Hago lo que dice porque me cuesta mantenerme de pie por más tiempo, y tomo asiento sobre un grueso escritorio de madera oscura, lo único mono color del despacho, ya que la silla tiene una torre de papeles encima.

No creo que llegue el día en que me acostumbre a lo atento que es Alex a todos los detalles, pero después de haberlo visto esta noche en acción empiezo a comprender un poco el motivo de que se haya vuelto cauteloso con todo el mundo. Sin importar el lugar o el momento, sé que él siempre impondrá mi seguridad por encima de la suya.

Tener a una persona de confianza como Alex a mi lado hace que pierda la sensación de miedo y que quiera superarme a mí misma cada día que pasa.

Estiro las piernas por delante de mí y las balanceo.

Sin más que hacer mientras Alex está ocupado en buscar algo dentro de un pequeño frigorífico que parece de oro, aprovecho para echar un vistazo al entorno no por curiosidad, sino por que no deseo acabar más envuelta por esta espiral de pensamientos que tengo en la cabeza.

Sara no me decepciona. La habitación refleja su gusto por la piel y la extravagancia en cada detalle por insignificante que parezca, incluidas las paredes pintadas de rosa fucsia.

No obstante, en general el despacho resulta ser un espacio más reducido de lo que me imaginé que sería para alguien que pasa más tiempo en el trabajo que en casa, pero está limpio y hay una tumbona revestida de piel a rayas blancas y negras que imita el pelaje de las cebras. Junto a la nevera de la esquina distingo un perchero del que cuelgan gran cantidad de pañuelos de todos los colores y tejidos, y abajo en el suelo descansa una cola de zapatos, casi todos con tacón, excepto unas zapatillas de leopardo con orejas.

Es un poco cómico ver a Alex en medio de todo esto, no encaja en absoluto con su personalidad fuerte y masculina.

—Este sitio hace que piense en las habitaciones que usan las chicas populares en los institutos americanos—comento para rellenar el hueco de silencio—. Ya sabes, en esas series adolescentes en las que un grupo de amigas hacen fiestas pijama y eso...

—Ten —me ofrece Alex, y me pasa una bebida isotónica. Ya la ha abierto por mí, así que tomo un sorbo porque deverdad me hace falta—. Puede ser, a Sara le encantan esos dramones —dice, y señala con un movimiento de la barbilla el televisor de pantalla plana colgado en la pared que hay frente a la tumbona. Encima de esta descubro una caja de pañuelos de papel abierta.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora