Capítulo 92

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Ruedo una vez más sobre el colchón.

Estoy exhausta, pero mi cerebro no ha parado de trabajar. He pasado la noche inquieta, sin dejar de moverme y dar vueltas a causa de todo lo sucedido ayer.

Sé que no puedo seguir posponiendo mi charla con Sofía, y siento que tampoco puedo obviar el hecho de que Elisa está muy presente, como una sombra en nuestra relación.

Doy otra vuelta. Alex gruñe un juramento por lo bajo y me atrae hacia sí para que no pueda seguir sacudiéndome.

—Eh... —murmura.

—Eh... —digo imitando el mismo sonido grave y masculino que él ha hecho.

La boca de Alex sonríe sobre mi piel y luego esparce un reguero de besos desde el nacimiento de mi cuello hasta la comisura de uno de mis ojos.

—Todavía te debo algo por lo de ayer, mi musa —dice Alex deslizando una de sus manos hasta uno de mis pechos, que luego hace descender con una languidez torturadora hasta mi vientre. Me atrae entonces con fuerza hacia sí, contra su erección.

«¡Madre mía! Alex está muy excitado», me digo impresionada.

—No es necesario, yo... —balbuceo nerviosa.

De pronto, Alex me da la vuelta haciendo rodar su mano por mi cintura y me envuelve en un apretado y posesivo beso. Mi estómago se convierte en una marea en la que flotan imprevisibles emociones. Siento vértigo y me agarro a él con fuerza como si fuera mi bote salvavidas. Él me recoge y no permite que me caiga.

—Yo creo que sí, mi musa. ¿Tienes idea de lo mucho que te deseo ahora? —arrulla Alex a mi oído con la voz rota de la necesidad, y luego delinea con sensualidad la curva de mi espalda de la cintura para arriba, con lo que mi piel se eriza bajo su caricia y toda mi camiseta queda convertida en un montón de tela sobre mis hombros—. ¿Tienes idea de lo que hiciste ayer por mí? ¿Quieres que te lo explique? —Mi camiseta sube hasta mis ojos, cegándome por completo, y solo puedo sentir en la oscuridad como los labios de Alex mordisquean mi mandíbula con deseo.

Trato de quitarme la prenda, pero él me lo impide.

«¡Oh, Dios mío! Esto es tan erótico», me ruborizo.

Mi garganta está obstruida por la emoción y no logro responder a la pregunta que me ha planteado Alex.

Él continúa tocándome, y no se detiene hasta que alcanza mis pechos ya tensos y desnudos. La lengua de Alex los lame dibujando círculos calientes y exigentes. Pronto estoy gimiendo de placer y de frustración por sentirlo más cerca. Todo mi cuerpo se arquea encendido.

—Alex... —Me retuerzo. Por fin me retira la camiseta de los ojos y me deja mirarlo.

—Eres preciosa, Rebeca. De dentro a afuera, y quiero besar cada parte de ti, cada centímetro de tu piel.

Deslizo mi vista hacia él, y él vuelve a requisar mi boca con celeridad. Mi vacilante lengua se encuentra con la suya. Alex ejerce una ligera presión en mis caderas que aumenta a medida que me recorre con los dedos hasta la mandíbula. Amoldo mis manos sobre sus sólidos bíceps y lo atraigo todavía más contra mí. Él suelta un jadeo y yo noto que mueve una mano sobre el colchón para tirar algunos de los cojines hacia el suelo.

—¿Estás preparada, Rebeca? —pregunta Alex.

Su mirada nublada de deseo echa chispas, y yo siento que toda la pasión de sus ojos va a consumirme.

—Sí, Alex.

Él asiente con un gesto rudo y sexy.

Después, se coloca frente a mí y se inclina hacia delante. Me mareo al notar sus largos dedos separando mis muslos.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora