Capítulo 90

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El camarero nos ha hecho sentarnos a los tres en una mesa redonda situada dentro de un romántico salón en cuyo techo, paredes y resto de la decoración se aprecian pequeñas referencias a los zares rusos de la historia. A unos metros de donde estamos descubro que también hay una chimenea de hierro fundido sobre la que han colgado un elegante espejo que refleja casi toda la estancia, y en la repisa alcanzo a ver un jarrón dorado entre dos candelabros con una vela blanca apagada cada uno. El conjunto resulta bastante impresionante.

—Beca, ¿verdad? —pregunta el padre de Alex justo cuando me estoy colocando la servilleta sobre las rodillas. Desearía ir mejor vestida, pero ya es demasiado tarde para pensar en ello.

—Sí —respondo con timidez—. Nos vimos en el centro comercial hace unos meses. Siento que en aquella ocasión no pudiera presentarme de la forma debida.

Alex escoge ese preciso momento en el que estoy hablando para arrastrar ruidosamente su silla y acercarla a la mía. Me contengo para no dedicarle una miradita cuando alarga su brazo y tira también de mi asiento hasta el suyo.

Nuestras piernas se tocan por los muslos, pero, no contento con ello, deja una mano sobre mi rodilla. Todavía me sorprende que Alex haya aceptado la invitación de su padre para cenar juntos los tres.

Su padre carraspea para llamar de nuevo nuestra atención.

—Tienes un nombre pretencioso, Beca. ¿Viene de Rebeca? —se interesa Dmitry con la voz algo estrangulada al pronunciar las erres.

Me quedo paralizada, sin saber qué contestar. Creo que ha querido decir precioso.

Alex, que acaba de llevarse un trozo de pan a la boca, comienza a toser con gran escándalo en cuanto oye lo que su padre dice. Escupe la miga del pan justo cuando me agacho sobre él para ayudarlo y esta va a parar en el espacio que deja el cuello de mi camiseta y se me queda entre el escote. Alex apenas puede contener la risa y yo no puedo estar más roja.

«¡Oh, no! ¡Madre mía!», pienso.

Dmitry no se percata de lo que sucede y llena un vaso de agua para Alex. Todavía no ha hecho ningún comentario sobre lo ocurrido a Alex esta tarde, pero es evidente que está preocupado por ello.

—Te ayudo, Beca —dice Alex sin llegar a tocar el vaso, y se levanta de su asiento.

—Por favor, no —mascullo casi histérica—. Vuelve a sentarte, Alex —chisto.

—¿Sucede algo? —pregunta Dmitry mirando al uno y al otro—. ¿Puedo ayudar?

—No —saltamos Alex y yo al unísono, dejándole desconcertado.

—No, gracias. Solo era una mosca—lo tranquilizo con una sonrisa.

«No, no es una mosca, pero es casi tan molesto como si lo fuera», pienso, y me remuevo incómoda en la silla. El trozo de pan se me clava más entre los pechos y me provoca un inesperado gemido. Me tapo la boca y toso para disimularlo.

Alex se vuelve hacia mí con un aire burlón en el rostro y me dedica una mirada desafiante mientras me pasa su vaso lleno de agua. Lo ignoro.

—Dmitry, ¿suele venir mucho por aquí? —pregunto después de beber un poco de agua.

—Por favor, tutéame, Beca. Y sí, conocemos al dueño desde hace varios años. En este restaurante sirven algunas de las mejores sopas que he probado. Me alegro de que Alex te haya traído esta noche aquí. ¿Recuerdas cuál era tu favorita, hijo?

Alex tensa la mano sobre mi rodilla; puedo imaginarme lo que está pensando.

Con un estremecimiento, noto como su pulgar asciende en círculos por encima de la tela vaquera de mi pantalón y forma una «A» perfecta en mayúscula.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora