7ª Parte - Capítulo 112

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La pregunta sobre qué hace mi padre aquí, en medio de nuestra cena en un país extranjero, cae en el vacío y nadie la recoge. Tan aturdidos están todos en la mesa, Dmitry, Ángela, Elisa y Sofía, como yo.

Excepto Alex..., Mick y...

¡Dios mío! Mi padre, de carne y hueso, está inexplicablemente ahí, delante de mí, delante de todos. Observo que aprieta el asa de un maletín de piel oscura entre los dedos de su mano derecha hasta que los nudillos se le quedan en blanco. Mi ansiedad por lo que pueda haber dentro se dispara.

De algún modo consigo salir de mi estupor inicial, pero es peor ser tan consciente de su presencia. Mi cabeza empieza a divagar y mis pulsaciones se vuelven más rápidas, son duros golpes de martillo en mi pecho.

Papá... La palabra se queda atascada en mi garganta.

Cuanto más me hundo en la vorágine de pensamientos, más siento cómo una serpiente invisible me sisea al oído aquello que no quiero escuchar.

Esta se desliza por mi cuello, me presiona y, cuando parece que me va a soltar, hincha todo su pequeño cuerpo y me ahoga en su abrazo mortal. El horror me estremece, se aferra a mí con todas sus fuerzas. De repente, varios escalofríos me recorren el cuerpo, cada uno de ellos acompañado por un sudor helado que parece lacerarme la piel con un látigo en cada estremecimiento.

Me cuesta recordar que debo respirar.

El miedo no es algo recomendable para nadie, pero si detrás de él se esconde la culpabilidad, entonces eso..., eso sí que te puede hacer entrar en pánico real, y es lo que yo estoy sintiendo.

«La muerte del hermano de Alex no es culpa mía ni de mi padre», me corrijo primero.

«¡Cálmate!», me grito mentalmente con todas mis fuerzas, y al instante la visión de la serpiente desaparece.

El silencio sigue cargado y lleno de interrogantes. Nadie se atreve a romperlo todavía y la cena ha dejado de humear en nuestros platos. Apenas noto la sombra de Alex a mi lado, que echa un poco hacia atrás su silla con un pequeño golpe de las patas que llama la atención de los demás, y luego se inclina para recoger de la pálida alfombra con arabescos mi tenedor, que he tirado inconscientemente en medio de la conmoción. Con una actitud indescifrable lo deposita en el espacio que ha quedado libre del mantel.

Alex... Ha debido de ser él quien ha provocado esta situación. Pero...¿por qué?, ¿cómo?, ¿qué trata de hacer?

Estas y más preguntas se formulan en mi cabeza de forma atropellada cuando me giro hacia él interrogante. Nadie puede conocer sus pensamientos, con Alex las certezas son siempre muy relativas.

Él vuelve a colocar su mano en mi rodilla, pero no me mira, e ignora también las miradas del resto.

De pronto, sus dedos me presionan de modo breve la pierna como si intuyera mi ansiedad. O quizá es él quien busca mi apoyo. Es muy difícil saberlo.

Decido confiar en él, y eso me hace más fuerte. Me relajo, aunque por poco tiempo.

—Rebeca, hija...

La voz de mi padre, ronca y fuerte de fumador, entra por mis oídos, vibra de una manera muy real en mi cabeza y desciende hacia el fondo de mi estómago como una bola de fuego. Me vuelvo de nuevo hacia él, aunque solo deseo huir de esta casa, regresar a mi pequeña habitación en Madrid y sentirme rodeada por los brazos de mis hermanos y de mi madre. Lejos de este lugar y de esta inquietante escena «familiar».

Todavía quedan unas semanas para que empiece la universidad, pero parece que las vacaciones han terminado antes de lo esperado.

Trago saliva.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora