5ª Parte - Capítulo 77

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—Dilo de nuevo, Beca —exige Alex, y con una de las palmas de su mano rodea mi nuca y me atrae hacia él, hasta que solo unos pocos centímetros nos separan.

Todas las alarmas de mi cuerpo se disparan como locas.

Mi corazón se acelera.

Me cuesta respirar.

Mis dedos se mueven al mismo ritmo que su mandíbula vocaliza esas palabras y olvido lo mucho que me pesa la mochila en la espalda con todas las cosas que he metido para sobrevivir a esta noche de infierno, que estamos en un lugar desconocido, que Sofía va a regresar en cualquier momento y, sobre todo, que solo he venido a escondidas hasta aquí para comprobar que los daños que aquellos tipos han causado a Alex no son graves y que después debo marcharme, en silencio y sin que nadie me vea.

Que debo marcharme...

En silencio...

Sin que me vea...

Nadie.

La boca me tiembla y no pienso siquiera en el significado de lo que Alex acaba de pedirme.

Todavía mis manos siguen acariciando el rostro de Alex y comienzo a retirarlas, pero él toma mis muñecas y me lo impide. La piel me arde cuando sus dedos me tocan.

—Alex... —murmuro con gran esfuerzo. Él me mira muy fijamente y de un modo tan intenso que solo deseo poder estar dentro de su mente y no encerrada entre estas cuatro paredes, limitada por el tiempo y el espacio.

Me parece oír unos pasos y ambos nos quedamos en silencio.

Con las sensaciones a flor de piel, observo de reojo la puerta del cuarto hasta que las personas que están al otro lado pasan de largo.

Sofía debe de estar cumpliendo con su palabra y eso es algo que debo reconocerle, a pesar de que todavía no entiendo exactamente por qué nos está ayudando a Alex y a mí.

La última burbuja de inquietud que estaba conteniendo entre mis pensamientos explota y noto como mi cuerpo al fin logra respirar. Pero mi alivio no dura mucho cuando descubro que los ojos azules de Alex están inyectados en sangre por el agotamiento y que un hilo perlado de sudor le cae por la sien izquierda. El brillo húmedo de su piel se intensifica con la luz que Sofía ha dejado encendida para mí. A pesar de lo grande que parece este lugar lo siento claustrofóbico.

«¡Dios mío! ¿Cómo puede hacer una madre esto a su hijo?», medito abrumada por el profundo dolor que siento debido a unos pensamientos repletos de furia y rabia.

—Alex... Estás despierto —digo y siento que mis ojos se llenan de lágrimas por la emoción que me provoca verlo consciente. Trato de sonreír.

—Repítelo —reclama de nuevo Alex con la voz reseca. Después cierra de nuevo los ojos y comienza a toser, y ello hace que me olvide de preguntarle qué es lo que quiere a pesar de que esta es la segunda vez que me lo pide.

«¡Oh, Dios mío!», murmuro intranquila mientras veo que su cuerpo se contrae repetidamente por el ataque de tos. Su cara está pálida y ojerosa, más incluso que hace unas horas, cuando fui a buscarlo a su estudio.

Descubro preocupada que Alex ha extendido, casi a ciegas, una mano hacia la mesilla situada en el lado derecho de la cama y busca algo con urgencia.

Está a punto de tirar al suelo el flexo negro que hay encima.

—Espera —lo detengo, y le ayudo a incorporarse aunque él es más grande y mucho más pesado que yo. Las muñecas se me agarrotan al realizar la maniobra de levantamiento.

Alex ni siquiera se niega a que lo ayude, y eso me produce un escalofrío por la inquietud que siento, pero al menos ha parado de toser.

Solo cuando he conseguido que apoye la espalda sobre el cabecero de nogal de la cama de matrimonio donde está echado, me separo un momento y voy a buscar agua. En la mesilla, además de una pequeña toalla húmeda, hay una jarra de cristal y un vaso vacío que lleno de agua.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora