2ªParte - Capítulo 18

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Él se aparta un poco, dejando un espacio de seguridad entre ambos, sonríe con aire malvado y me saca la lengua. No me hace falta tener un espejo delante para saber lo coloradas que deben estar en este instante mis mejillas.

— Eres un ligón empedernido —digo con convicción mientras me dirijo de nuevo al banco y me dejo caer junto al delantal, si bebe el que deposito el retrato con delicadeza.

Él me observa con su ruso gesto de «soy una bomba sexual» a través de una jovial sonrisa que lo vuelve arrebatadoramente encantador.

Suelto un bufido aguantándome las ganas de echarme a reír de nuevo.

Entonces su expresión se vuelve repentinamente sería, y me deja desconcertada.

Toma haciendo a mi lado y extiende las piernas ocupando parte de mi lado a demás del suyo. Me encojo para dejarle más sitio.

— Todo...bien.

Lo ha pronunciado en tono afirmativo, pero caigo en la cuenta de que eso ahora no tendría sentido; en realidad me lo está preguntando, lo sé. Me muerdo el labio inferior, sintiéndome repentinamente nerviosa.

— Anoche..., después de que tú me dejaras en mi casa, él vino.—Me detengo, tomándome mi tiempo antes de continuar para poder estudiar su rostro.

Alex asiente con la cabeza muy despacio sin dejar de mirar la pared de enfrente. No es necesario que le diga que es a Miguel a quien me refiero, estoy segura de que él ya lo sabe.

—¿Te hizo algo?

Ahora soy yo la que observa la pared blanca que tenemos delante.

— No —contesto tras unos segundos—, pero estaba muy alterado. Quería que lo perdonase.

La última palabra casi se me atraganta, por lo que me acaricio un poco el cuello, dándome pequeños pellizcos.

—¿Y lo has hecho?

El timbre de su voz parece haber cambiado, pero no llegó a distinguir de qué modo. Me giro hacia él. Sus ojos brillan de forma enigmática, y veo como una cena le late con fuerza en la sien cuando se echa hacia atrás y apoya las manos en el banco; su pelo oscuro cae cuidadosamente en la misma dirección.

— No, no puedo hacerlo. Cada vez que pienso en él o veo su cara, recuerdo la manera en la que sonreía mientras...

Trago saliva, incapaz de continuar hablando, pro eso no impide que la imagen se reproduzca en mi cerebro tan nítidamente como si aún tuviera a Miguel y Óscar delante. Siento un dolor desagradable en el estómago, por lo que me llevo la mano derecha a esa zona y me la masajeo en círculos.

Alex lanza un puño en el aire y hace crujir sus nudillos.

—¿De verdad? Creí haber hecho una preciosa cirugía estética en su patética cara de gilipollas...

Me vuelvo hacia a él, sorprendida por las palabras que ha utilizado, y él me enseña una hermosa fila de dientes blancos cuidados que me descolocan y me llevan a querer imitar el gesto de su boca. En lugar de eso, termino soltando una carcajada.

— Puedes darte una gran palmada en la espalda. —Me paso un mechón suelto de la coleta tras la oreja y le devuelvo la mirada con diversión—. Hiciste un gran trabajo. —Inspiro hondo—. Gracias.

Se encoge de hombros, se balancea un poco y luego se levanta.

— Tengo que marcharme —me informa.

Se pasa una mano por la coronilla, lo que me permite llevarme una gran visión de su camiseta estrechándose contra los músculos de su abdomen. Respiro entrecortadamente; nunca me he sentido así con nadie, ni siquiera con Miguel.

Levantó la vista, y descubro que también él me está estudiando con igual fascinación.

— No es mi problema, pero a lo mejor convendría que supieras que esa amiga tuya vino a buscarme esta mañana para interesarse por ti. No parece...mala chica.

—¿A buscarte?

Recuerdo entonces que Marta me devolvió mi móvil, pero no me dio ningún tipo de explicación.

— Algo así —responde Alex, rehuyendo el tema con brusquedad.

Frunzo el sueño y él me imita pero exagerando el gesto, así que cambió con rapidez la expresión de mi cara e intentó serenarme.

—¿Podrías ser más implícito, por favor?

— Pasó la noche con mi compañero de cuarto, Carlos.

De algún modo, me relajo ostensiblemente al oír aquello. Alex me examina con interés, por lo que intento borrar todos mis pensamientos, temiendo que aquellos vivaces ojos de elfo puedan sonsacar más información de la que deseo darle.

— Entiendo —digo, componiendo un semblante de chica madura.

— No creo que ella en realidad quisiera soltarte toda la mierda que te soltó.

Dibujo una mueca torcida, sé que tiene razón.

— Lo sé, no tienes por qué recordármelo —contesto más bruscamente de lo que pretendía.

Suspiro, él me observa con preocupación.

— Y bueno...¿para cuándo ese batido?

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora