Capítulo 109

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Cuando me despierto en la cama, la envolvente oscuridad de la habitación me sorprende y me asusta al principio.

Todo parece un mar en calma, sin sonidos más allá de la susurrante respiración de Alex a mi espalda.

Con cuidado, retiro a un lado el brazo con el que él me rodea la cintura, tras lo que me aseguro de que la manta siga tapándole el cuerpo. A continuación, bebo agua del vaso de mi mesilla, me levanto sigilosa y recojo la sábana arrugada del suelo, que está a nuestros pies, para protegerme con ella del repentino escalofrío que me ha desvelado. Luego camino descalza hacia la ventana que hay a menos de un metro y medio a mi derecha y corro la pesada cortina a un lado lo suficiente como para poder contemplar las hermosas vistas nocturnas de la capital.

Enfrente está el río Támesis, el cual se parte en dos por un largo puente, y al fondo identifico una enorme noria iluminada de rojo que debe de ser el London Eye del que todos hablan. El paisaje está lleno de vida y color, como si se estuviera celebrando una fiesta allí abajo. Es...

De pronto, unos brazos me rodean desde atrás y me sobresalto.

—Es bonito, ¿verdad? —murmura Alex, y apoya su barbilla en mi hombro. Noto que me estrecha más fuerte y me dejo mecer en su abrazo protector como una niña pequeña—. Sin embargo, prefiero verlo durante una mañana fría y con niebla. Cuando eso ocurre, hay un instante en el que el tiempo parece congelarse, Beca. Y Dios, es sencillamente increíble.

Respiro relajada.

—Me gustaría poder verlo también, Alex —confieso, y me giro para mirarlo.

Sus ojos brillan con tanta intensidad que me quedo obnubilada.

Si el amor pudiera medirse por el número de estremecimientos que sientes cuando la persona que amas te toca o está cerca de ti, yo estaría condenada a perder una y otra vez la cuenta con Alex.

—Tal vez podrías, Beca. Hay... —hace una pausa, como si rebuscara un dato en su memoria— hay un cuadro de Monet con estas vistas, y lo pintó desde este mismo hotel.

Me quedo pensativa.

—Alex... Siento lo que sucedió esta tarde. Debí haberme negado cuando Elisa me dio ese vaso de alcohol —me disculpo titubeante.

—Fue divertido —confiesa con una risita brabucona.

—Alex...

—Pero te prometo que lo olvidaré todo si vas a la cena de esta noche conmigo —dice en tono conciliador.

—Iré pero... ¿no estás nervioso de que Hugh, el antiguo agente de tu hermano, descubra tu verdadera identidad? —pregunto despacio—. Quiero decir, ¿no sientes ni un poco de miedo porque te haya podido reconocer esta tarde?

—¿Parezco sentir miedo, Beca? —inquiere él con una expresión impenetrable.

—Nunca sé lo que estás pensando, Alex —reconozco—. ¿Lo tienes?

—Lo único que me puede dar miedo es perderte, Rebeca.

Con una gran delicadeza, Alex desliza una mano por el perfil de mi barbilla mirándome muy fijo los labios, tras lo que conduce mi boca hacia la suya. Pestañeo rápido por el repentino movimiento y, de forma paulatina, mis ojos se cierran para contener todo este torrente inagotable de sensaciones que hay en mi pecho mientras él me acaricia la lengua y yo le acaricio la suya con la misma pasión. Lento, sensual, penetrante, exigente y de nuevo lento.

Aun cuando me libera soltando poco a poco mi labio inferior, la huella de su penetrante presencia sigue repercutiendo por todas partes en mi cuerpo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora