Capítulo 10

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—Es muy tarde para que vayáis vosotras dos solas por ahí, y además tú—dice dirigiéndose a mi amiga— todavía quieres quedarte un rato, ¿no?

Marta da un paso hacia adelante y desliza una mano por el torso de Carlos, cubierto únicamente por una sencilla camisa de vestir recogida en las mangas por los codos, e introduce uno de sus dedos de manicura perfecta por la zona desabotonada, jugando a hacer circulitos en el pecho de él.

—¿Tienes algún plan que me incluya?— pregunta en tono coqueto mi amiga.

Carlos sonríe, pero su expresión sociable se ha transformado en otra oscura y traviesa. Baja la cabeza y le susurra algo a Marta que no llegó a oír y a ella la hace reír. De repente, una envidia que no había conocido hasta ahora hace que me haga a un lado, incomoda.

—Claro, nena, tengo un gran plan y se titula: tú y yo, esta noche.

Se oye una escandalosa tos mezclada con una risa masculina mal disimulada.

—Bien, entonces eso significa que yo estoy fuera del cuadro. ¡Me voy al catre! Y tío, controla—se despide Alex, hablando por primera vez desde que nos hemos vuelto a encontrar.

Luego nos dedica una rápida mirada a todos nosotros y se cubre los brazos como si tuviera frío.

—Si tanto frío tienes, ¿por qué no te pones un puto abrigo de una vez, he, tío?—Alex le da la espalda a su amigo y comienza a marcharse ajitando una mano en el aire.—Espera —le detiene Carlos.— ¿Por qué no llevas a...?

—Rebeca —se apresura a decir mi amiga. La miro con ojos asesinos, ella me envía un beso.

—Mejor Beca —le corrijo, aclarándome la garganta.—Y no hace falta que me lleve, puedo llamar a un taxi.—Hago un cálculo mental del dinero que eso se llevaría de mis ahorros. «Ni hablar. Tiene que haber por aquí algún metro cerca», pienso.—Además, tampoco quiero ser una molestia.

—Rencorosa...—dice Alex moviendo los labios en silencio, de modo que yo soy la única receptora del mensaje. Aprieto los labios; es la segunda vez que hace eso.—No me importa llevarla—añade en voz alta. Carlos y Marta lo miran agradecidos. Yo no salgo de mi asombro; debe de estar tramando algo.

—Pero Laura aún...

—Deja que yo me encargue de ella—intercede mi amiga rápidamente con un rostro medio suplicante, medio sonrisa postiza.

Tiro de la correa de mi bolso al ver que me estoy quedando sin argumentos; sin embargo, siento que no puedo esperar a comprobar qué ha ocurrido con Óscar. No solo eso; es puro instinto, algo que no puedo describir con palabras.

—¿Vienes o te quedas? No tengo todo el día— me apremia Alex recolocándose los cascos con aburrimiento. Me dedica una breve pero intensa mirada que me pone la piel de gallina.—Está bien, me largo.

Cierro los puños y me muerdo el labio inferior.

—Espérame —le pido, poniéndome a su altura.

—Llámame cuando sepas algo—grita mi amiga con una sonrisa cómplice.

Pero yo acelero el paso al ver que Alex no se detiene.

Caminamos hasta que llegamos a una furgoneta destartalada que parece un viejo con achaques de tos.

Tragó saliva y decido dirigirme hacia el lado del copiloto sin hacer ningún comentario sobre el vehículo, pero antes de que pueda tocar la manilla, Alex coge mis dedos y me hecha hacia atrás.

—Solo un momento—se disculpa amablemente.

Yo me limito a asentir; el calor de su piel envía corrientes eléctricas por toda mi extremidad, impidiendo que diga o haga nada más.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora