Capítulo 71 (Alex)

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Los grandes ojos de color avellana de Rebeca me observan reticentes, y luego descienden hasta la pantalla de mi móvil una vez más.

Se encoje de hombros y arruga el ceño. Está perpleja, pero es demasiado correcta para admitirlo.

Todos los gestos que hace tratando de comprender lo que está leyendo resultan tan inocentes y expresivos que sé lo que está pensando sin necesidad de que lo diga con palabras.

No tiene ni puta idea. Es obvio...

No me sorprendo por que no sepa ruso.

Contaba con ello. En cualquier caso, eso no es lo importante.

Rebeca resopla como quien está haciendo tiempo para salir de un gran apuro y no encuentra el modo.

En ese instante, tengo que hacer un gran esfuerzo para no reírme a carcajadas agarrado de la barriga.

¡Cuánto me gustaría tirar de ella hasta sentarla en mi regazo! Y, sobre todo, acabar lo que dejamos a medias mientras le susurro a la oreja algunas nociones básicas de mi idioma paterno, pero sé que no es el momento.

Me humedezco los labios, me quedo muy quieto y decido no hacer el primer movimiento aún. Antes quiero escuchar su suave y comedida voz y ver cómo pierde la vergüenza.

Me gustaría ver cómo se lanza cuando está conmigo: es una parte de ella que sé que muchas veces esconde a los demás, pero desearía que dejase de pensar en mis sentimientos o en los de otras personas y que por fin se abriera por completo al mundo tal como es. No obstante, no es una tarea fácil: con cada segundo que pasa, me impaciento más.¡Maldita sea! Si supiera lo que deseo hacer con esos labios carnosos y rojos como cerezas, saldría huyendo como alma que lleva el diablo y no querría volver a saber nada más de mí.

Quizá esto fuera bastante mejor que dejar que se meta en esta porquería. La estoy poniendo en peligro.

Pero ya es demasiado tarde: en el momento en que me acerqué a ella en el aparcamiento del Florida Night y le hablé, ya la convertí, sin quererlo ni pretenderlo, en cómplice de esta historia.

¡Ojalá mi relación con ella pudiera ser de otro modo! Sin embargo, mi pasado es una bomba de relojería, como también lo es mi presente y tal vez lo sea, hasta mi último día, mi futuro.

Oigo una nueva exhalación de aire.

Creo que me he quedado cavilando demasiado tiempo.

Beca comienza a ponerse roja.

—Alex..., perdona, pero, en serio, no entiendo ni una pizca de lo que pone aquí. ¿Está escrito en ruso?

«¡Por fin!», pienso, y sonrío.

—Sí —contesto.

—Entonces, ¿me estás tomando el pelo? Si es así, no le encuentro ninguna gracia. —Rebeca hace una pausa y me mira molesta—. ¿Por qué te ríes?

—¡Eh! ¿Es eso lo único que ves? ¿Que está escrito en ruso? —la reto achicando los ojos al tiempo que acerco un poco más mi rostro al de ella.

¡Vaya! Huele genial de verdad.

Rebeca se encoje, pero no se aleja y tampoco responde.

Sin darme cuenta, cierro los ojos para sumirme en ese aroma a brisa de mar, a fresas y a algo definitivamente suyo que me vuelve loco e imprevisible.

No poder adelantar el ritmo de todos los acontecimientos hace que me sienta igual que si estuviera a un solo paso de poner mis dedos sobre un arcoíris y, al aproximarme, este huyera de mí. Ella me hace sentir así, como si nunca pudiera alcanzarla del todo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora