Capítulo 108 (Alex)

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—Te quiero, Alex —repite por vigésima vez Rebeca. La acomodo a mi espalda. Vuelvo a sonreír y trato de mantener sus manos quietas.

—Yo también, mi musa —respondo.

A pesar de todo, ha merecido la pena ver cómo Rebeca arrasaba con todo por delante.

Héctor también parece tener serios problemas para mantener a Elisa inmovilizada. Acabamos de regresar al hotel, y ahora él se dirige a la habitación de esta para asegurarse de que descansa en su cama, y no en la del primer botones que pille por el camino.

—Espera, Alex —dice de pronto Mick, cuando ya estamos yéndonos—. Os acompaño.

La chispa de inquietud en sus ojos parece revelar que las cosas no están saliendo del todo como estaba previsto, aunque su voz no refleja ningún tipo de emoción. Hago un leve asentimiento de cabeza en silencio y juntos vamos al ascensor. La atmósfera dentro de la cabina está enrarecida y es incluso más asfixiante a medida que vamos subiendo una planta tras otra.

Ninguno dice nada, pero cuando regreso al pasillo, tras entrar en nuestra habitación para dejar descansando a Rebeca, el profesor todavía está esperándome.

—¿Qué sucede, Mick? —pregunto en tono despreocupado, y me giro para afrontarlo de una vez por todas.

Él se aclara la garganta, echa un vistazo al pasillo, vacío en estos instantes, y reduce la distancia que nos separa a solo unos centímetros.

—Ya lo he preparado todo para la cena de esta noche. ¿Todavía estás decidido a tirar esto adelante, Alex? ¿Estás seguro de que no te arrepentirás más tarde? Puedes perderlo todo —asegura Mick muy serio. La piel se le tensa en la cara como una doble máscara.

—Puedo empezar desde cero —respondo sin pensármelo.

—Puedes perderla a ella —advierte Mick crispado. Sus pobladas cejas se unen en un gesto de preocupación sobre sus ojos—. ¿Eso no te importa?

—Si decide dejarme, no la culparé—respondo pasados unos segundos. La mano derecha me tiembla y la contengo con un movimiento. Sin embargo, evito la mirada intensa de Mick y centro mi atención en uno de los cuadros colgados de la pared. La pintura es gris, sucia y apagada en todos sus colores.

—No sabes en lo que te estás metiendo, chico.

Ignoro la pulla escondida bajo esas palabras de advertencia, y Mick da un largo suspiro, resignado.

—Era esto a cambio de la exposición, Mick. Espero que no te eches atrás —le advierto.

—Está bien, está bien. No insistiré más, Alex. No obstante, todavía estás a tiempo. Por favor, si cambias de idea, ya sabes cómo hacérmelo saber —ruega esperanzado. No puedo culparlo, él también puede salir perjudicado por ayudarme en esto, pero lo conozco: estará bien.

—Te veo luego, Mick —me despido de él.

En cuanto cierro la puerta, dibujo una sonrisa y busco a Rebeca.

Está tendida de espaldas en la cama, todavía con el vestido y las sandalias puestas. Su cabello se extiende brillante por el edredón de color crema igual que hilos de chocolate, y sus gruesas pestañas se le aferran a los pómulos como ramitas de escoba.

—¿Rebeca? —la llamo en un susurro, pero ella no se mueve ni tan solo un poco. Pruebo a besarla por detrás de la oreja y a deslizar una mano por su vientre muy despacio, sin resultado alguno.

De repente, suelta un pequeño ronquido seguido de un suspiro y se gira al lado contrario. Está consumida por el agotamiento.¡Mierda!, está preciosa y solo puedo comportarme como un cabrón excitado.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora