Capítulo 30

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—Hola, chicas —responde Óscar.

Se frota los brazos y luego la nariz. A pesar del abultado abrigo que lleva encima, tiene la nariz roja por el frío, y eso le da el aspecto de una gran seta marrón. ¿Cuánto tiempo ha estado esperara dinos ahí fuera?

—Hola —contesto de forma automática.

Me doy cuenta de que al verme juega inquietamente con los dedos, como si no supiera que hacer con ellos. Cuando nos detenemos frente a él, termina por esconder las manos en los bolsillos.

—Eh —lo saluda Marta, que después niega con la cabeza y me mira significativamente —. Será mejor que hablemos dentro —le dice empujándolo hacia el portal —, si no quieres acabar congelado como Walt Disney.

—Gracias pero...¿eso no era una leyenda urbana? —pregunta él con una mezcla de duda y sentimiento de culpa por haberla corregido.

—¿Y eso importa? —le suelta Marta—. ¡Puf! Este vestido me está matando de frío —añade con un encogimiento de hombros que termina en tiritona.

¿Dónde habrá dejado su chaqueta? Sonrío, algo me dice que la razón de que no la lleve puesta tiene que ver con Carlos y un buen calentón.

—En realidad no. Yo solo... —empieza a farfullar Óscar.

—Déjala en su mundo. Ella es más feliz así —le tranquilizo.

—Te he oído —réplica la aludida con un mohín.

Marta me dirige un breve gesto de inquietud antes de abrir. Luego hace pasar a Óscar por delante de ella, y yo le sigo de cerca. Acabamos sentados en una escalera situada junto al ascensor. Mientras me acomodo, me fijo en que a mi derecha hay varios maceteros con plantas de interior mustias y de un verde apagado. Distraída, cojo una hoja prácticamente seca del suelo y comienzo a hacerle trocitos entre mis dedos.

La calefacción central del edificio consigue que entremos rápidamente en calor.

—Hace un rato fui a casa de Beca. Tú madre me dijo que estabas aquí —explica Óscar mirándome cabizbajo: varios tirabuzones oscuros le caen por la frente—, pero cuando llegué, tus padres —dice volviéndose hacia Marta— me informaron de que os habíais ido con tu hermano a una fiesta.

Le observo apenada, parece completamente abatido. Marta le da una fuerte palmada en la espalda, provocando que se sobresalte.

—Y por lo que hemos podido comprobar, tú has estado toda la semana de vacaciones, ¿eh, pequeño saltaclases?

Óscar comienza a toser igual que si se hubiese atragantado con algo.

—Vamos, tía, deja de acosarlo —la regaño amistosamente. Cojo las manos de Óscar en mi regazo para animarlo—. Mi madre me dijo que preguntaste por mi hace unos días. Perdona que no te haya devuelto la llamada —continuo. Aprieto los labios. Sabía que el momento de enfrentarlo llegaría, por eso estaba retrasándolo; sin embargo, ahora me siento más calmada de lo que creí que estaría al verlo—. ¿Qué es eso tan urgente de lo que querías hablar conmigo? —le pregunto.

Los ojos se le enrojecen y se echa a llorar. Le doy un abrazo y me emociono al verlo tan desamparado como un cachorrillo. Marta salta sobre nosotros también queriendo consolarlo. Al final, los tres acabamos con las mejillas húmedas.

Alguien entra.

—Chicas, ¿qué ha pasado?

Al oír la voz de Héctor nos volvemos hacia él. Él estudia nuestro rostro con cierta preocupación; se fija en Óscar pero no dice nada.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora