Capítulo 13

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Siento que me pican los ojos y la boca se me reseca. Los labios me tiemblan, al igual que la mano con la que sostengo la tirita. Intentó decir algo, cualquier cosa para explicar mi comportamiento, pero entonces Alex me agarra  de la cabeza sujetándome por las mejillas y tira de mi hacia él, acoplando mi rostro en su hombro.

—Hace frío— dice con voz ronca.

Ha sonado áspero y torpe, pero funciona. Comienzo a llorar, primero en silicio, con mudos sollozos, y luego soltando el aire en pequeños estallidos que pronto se convierten en débiles convulsiones de furia e impotencia.

—¿Por qué? —digo sofocando el grito en la camiseta de Alex.—¿Por qué? —repito antes de sumirme en un torbellino de emociones.

Gimo una y otra vez con una desesperación que  me asusta, pero él no se separa de mí. Está ahí quieto como sombra, esperando con paciencia a pesar de que apenas me conoce. Sin darme cuenta, extiendo mis brazos hacia la zona inferior de su espalda y hago con los dedos pequeños revoltijos con la tela de su ropa, a la vez que niego con un movimiento lateral de mi frente sobre su cálido pecho. Poco a poco, me voy quedando sin energía y empiezo a escuchar los tranquilizadores latidos de su corazón.

—Creo que se me ha dormido un pie —comenta en voz baja, haciéndome cosquillas en el oído con su aliento.

Alzo la vista y me ruborizo. No sé cuánto tiempo llevamos tirados en el suelo de la calle junto a la furgoneta, abrazados de aquella manera.

—Lo... Lo siento —balbuceo, sintiéndome culpable al ver que estoy sentada en una de sus piernas. Intentó levantarme, pero descubro que a mí me sucede lo mismo.—A mí también se me han dormido las piernas.—Hago un gesto de dolor.—Tengo calambres.

Alex se echa a reír, des colocándome. No parece nada enfadado por todo lo sucedido. Al contrario.

—Lo siento —insisto de nuevo.

Él elude mi disculpa con un movimiento de la mano y suelta otra carcajada. Es un sonido agradable.

Me arrastró hacia atrás, liberándolo de mi peso, y me agarro de la manilla de la puerta del vehículo, impulsándome hacia arriba. Cuando creo que estoy más o menos segura, le ofrezco mi ayuda. La acepta sin pensar, lo que hace que tire instintivamente de mi cuerpo hacia el suyo. Otra vez nuestras miradas se cruzan pero el sentimiento es diferente.

Retroceso un poco, inquieta, y él se aclara la garganta, también un poco incómodo. Sin decir ni una palabra, abre mi puerta y la sostiene abierta hasta que entro. Luego la cierra y rodea el automóvil para pasar al lado del conductor. Una vez enciende el motor, se vuelve hacia mí.

—¿A dónde vamos ahora, princesa? —pregunta solícito al tiempo que enciende la calefacción.

En ese mismo instante, mi móvil vibra dentro del bolso, así que tardó unos segundos en responder a Alex.

—A mi casa, por favor —le pido, y le doy la dirección.

Al cabo de un rato, noto que actúa de forma extraña, pero no digo nada. Estoy demasiado molesta por la cantidad de llamadas y mensajes que he recibido de Miguel en los últimos diez minutos. Si decir nada, guardo provisionalmente el teléfono en la guantera.

—¿No sería mejor que lo apagases? — sugiere Alex.

Pienso en mi madre y mis tres hermanos pequeños esperándome en casa.

—No puedo hacerlo —contesto con cautela.

Alex hace un rápido gesto de asentamiento y luego se queda en  silencio, concentrándose por completo en la conducción.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora