Capítulo 154

184 7 0
                                    

El corazón me palpita en los oídos y me esfuerzo en ahuyentar la creciente punzada de sospecha en el pecho. Dejo caer con más fuerza de la necesaria el disfraz de Natalia sin acabar a un lado, y me pongo de pie sobre la alfombra de cuadros verdes y blancos donde estaba sentada hace un segundo.

Para tranquilidad mía, escucho de nuevo la voz de Sara, pero no se está dirigiendo a mí.

—¡Ni hablar, Domingo! ¡Diles a los del equipo nacional de halterofilia que no intenten levantar las mesas de nuevo con mis chicas encima! Ya he tenido que mandar a casa a tres de las camareras con lesiones leves —vocifera Sara de tal modo que tengo que alejar el móvil a una cierta distancia para no quedarme sorda.

Marta me hace un gesto interrogante de barbilla y yo niego con la cabeza para que espere a que le explique después.

Me calzo las Converse negras y voy directa a por el bolso. Trato de no estimular mi imaginación y ponerme en lo peor.

—¿Sara? —la llamo con rigidez sin salir todavía del cuarto, pero con la mano puesta sobre el picaporte.

—Lo siento, cariño, tengo que dejarte. Por favor, no te retrases mucho. Hoy tenemos demasiado jaleo —dice, y de nuevo alza la voz—. ¡Domingo! ¡Por el amor de Dios, tesoro! ¡Dónde te has dejado las pelotas! ¿Con los del equipo nacional de baloncesto? —Continúa hablando, pero no llego a escuchar el resto, la línea se corta de forma abrupta, de modo que no puedo hacer ninguna pregunta.

Me suelto el pelo y me lo peino rápidamente con una mano. No tengo mucho tiempo para más.

Sara no ha sido en absoluto de ayuda. Siento como si un frenesí de oscuras imágenes pasara por mi cabeza en muy poco tiempo. Últimamente Alex ha estado sometido a bastante presión por su padre, quien de algún modo ha logrado convencerlo para que participe en los negocios de su empresa, sorprendiendo a todos, incluida a mí misma. ¿Y si...?

A mi lado, Marta se ha levantado también y me observa sin decir nada.

—Sara necesita que vaya al Florida Night —explico.

—Lo sé, lo he oído todo. —Pensativa, echa un vistazo por la ventana de la habitación—. Ya es de noche, Beca, y pronto cerrarán el metro —me recuerda.

—Pediré un taxi a la vuelta, no te preocupes, me las arreglaré —la tranquilizo al mismo tiempo que salgo de la habitación a paso rápido.

Ella me toma por el brazo y hace que me gire.

Marta tiene una expresión decidida en el rostro.

—Voy contigo —anuncia en un susurro para no despertar al resto de mi familia, y me pasa una chaqueta gris, que debe de haber tomado de la silla de mi habitación antes de seguirme—. Afuera hace frío —explica.

—Gracias —murmuro y me ajusto la chaqueta de lana gruesa sobre los hombros sin detenerme.

Esta me llega hasta las rodillas y oculta la mitad de mis vaqueros, abiertos a diferentes alturas.

Justo cuando estamos a punto de marcharnos, mi padre sale con aspecto soñoliento del salón donde duerme todas las noches, y yo hablo antes de que él diga nada.

—Tengo que ir a solucionar un asunto. Regresaré tarde... En caso de que ocurra algo, por favor, llámame —digo rápidamente mirándolo solo lo justo, y antes de que él responda o que pueda impedir que nos marchemos, ya hemos salido por la puerta.

Media hora más tarde, nos encontramos estancadas en el centro mismo del Florida Night.

Un grupo de atletas altos como cipreses nos ha rodeado y nos es imposible ver más allá de sus enormes cabezas y sus músculos. Todos son rudos, fuertes e impresionantes, pero ante todo lucen en sus rostros la felicidad reciente de una gran victoria. Están celebrándola.

Varias olas de calor me envuelven el cuerpo a medida que el círculo se estrecha más y más con nosotras en el medio mientras bailan, y siento cómo toda la ropa ya húmeda se me adhiere a la piel igual que la monda a una patata cocida. Un sudor frío se me introduce por el cuello de la camiseta.

Arrugo la nariz, todos ellos apestan a feromonas y sobre todo a alcohol. Algunos incluso dan traspiés mientras bailan, e intuyo que podrían ser peligrosos para nosotras si se nos caen encima.

Como una broma, Looking For You, de Justin Bieber, suena de fondo a todo volumen.

¿Dónde podrá estar Alex?

Marta y yo intercambiamos una mirada de preocupación. Estos gigantes deben de ser los levantadores de pesas de los que oí hablar a Sara por el teléfono a uno de sus empleados.

—Voy a intentar que nos dejen paso —grito sobre el oído de Marta.

Ella asiente con un gesto firme de cabeza; no obstante, en el momento en que la dejo sola, uno de ellos la convierte en el relleno de un sándwich junto a otro de sus compañeros. Marta me mira con sus ojos saltones pidiendo auxilio, y de nuevo regreso a su lado. De un tirón consigo sacarla, pero no acabamos mucho mejor.

—¡Eh! —protesta el atleta con pelo corto y rizado contra el que acabo de chocar. La cara le brilla de sudor, pero tiene unas facciones redondeadas con una sonrisa amable. Por suerte no parece enfadado. De pronto, su expresión cambia y los ojos se le abren con sorpresa—. Yo también soy fan de Breaking Bad —grita en mi cara y tardo unos segundos en darme cuenta de a qué se refiere. Bajo la vista hasta mi camiseta amarilla de Los Pollos Hermanos. La chaqueta no ha logrado cubrirla del todo—. Al menos me he visto cinco veces todas las temporadas, ¿sabes?

Sonrío tensa, puede que sea agradable, pero de cerca huele igual de horrible que sus compañeros.

—Perdona, pero estoy buscando a alguien y necesito salir de aquí, ¿te importaría...? —empiezo a preguntar, pero me detengo cuando me percato de que el chico ha deslizado con tremenda habilidad un brazo en torno a mi cintura. Sin darme tiempo a reaccionar, me atrae hacia él. De inmediato, introduzco el bolso entre ambos clavándoselo en la zona baja de sus pantalones.

—No —digo y le miro muy seria hasta que él me suelta.

—Vale, vale. Lo pillo —responde y levanta las manos en son de paz. A continuación, se gira hacia otro grupo de chicas. Por suerte para él, lo reciben encantadas.

A punto de perder la paciencia, me doy la vuelta para buscar a Marta, pero descubro que esta ya no está a mi lado.

—¡Oh, Dios mío! ¡Ahora no! —juro en voz alta.

Pego varios saltos para poder ver mejor.

Mientras hablaba, el círculo de atletas se ha abierto y ellos se han reunido unos metros más adelante. Durante una fracción de segundo, dos personas se deslizan bailando hacia un lado y descubro una figura que me es muy familiar.

—¿Víctor? —murmuro pálida.

Por si las cosas no podían empeorar... en ese preciso instante contemplo a cámara lenta cómo mi hermano se interpone de pronto entre Marta y el puño veloz de uno de los atletas, y recibe todo el golpe.

La gente empieza a moverse otra vez delante de mí y, de nuevo, pierdo la visión de lo que está sucediendo, pero no puedo quitarme de la cabeza lo que acabo de ver.

—Víctor —grito desesperada, y trato de llegar hasta él con todas mis fuerzas al mismo tiempo que rezo en silencio para que esté bien.

La masa de bailarines tira de mí hacia atrás con mayor energía y el avance se hace muy lento.

Los nervios se me crispan, la garganta me arde mientras me hago oír entre la multitud de mi alrededor para que me abran paso. Cuando logro alcanzar tanto a mi hermano como a mi mejor amiga, Víctor está a punto de volver a ser golpeado. Él se niega a apartarse y mantiene una mirada desafiante.

Sin pensarlo, salto delante ellos dispuesta a todo y abrazo a mi hermano, quien a su vez protege con su propio cuerpo a Marta. A continuación, cierro los ojos y me preparo para recibir el impacto.

Este nunca llega.

Como si me hubieran levantado la barbilla con un dedo, alzo la vista.

Todos mis sentidos se colapsan.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora