Capítulo 111 (Alex)

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Mick ya se ha marchado, lo cual significa que acaba de recibir la confirmación que necesitábamos. Una embriagadora calidez por la satisfacción me invade por las venas y me sube al pecho ante la expectativa de lo que está por suceder, de lo que cambiará de una vez todo. Mientras tanto, mi tía todavía contempla a Elisa como si no diera crédito a su presencia aquí, y esta a su vez le devuelve una mirada en la que percibo verdadero miedo. Ambas no parecen ver nada más excepto que a la otra, y desdibujan su entorno con el poder de sus miradas.

Frunzo el ceño desconcertado.

Elisa no es el tipo de persona que se aterroriza con facilidad, y en cuanto a mi tía..., esta es quizá la primera ocasión en que noto que pierde parte de su frío semblante y demuestra verdadera preocupación.

—Elisa, ¿tú también estás aquí? —consigue preguntar Sofía después de recuperarse de la impresión—. ¿Por qué no dijiste nada, Alex?

—¿Acaso eso es un problema? —inquiero extrañado y sin amilanarme ante su tono áspero, pero controlado—. Tú tampoco me dijiste que fueran a estar aquí mis padres.

—No culpes a tu tía, hijo. Tu madre y yo te extrañábamos y queríamos pasar un poco de tiempo contigo como una familia —sale a defender mi padre a Sofía. Esta le coloca una mano en el hombro para que no intervenga.

—Déjalo, Dima. Esta es mi casa, por supuesto que podéis venir cuando queráis. En cuanto a lo otro. No... —hace una pausa tensa—, claro que no es un problema, sobrino. ¿Y tu profesor? ¿No venía con vosotros?

—Ha tenido un imprevisto, pero se unirá a nosotros más tarde —explico sin dar muchos detalles.

Veo que mi tía agacha la cabeza en ese momento y le susurra a su marido inválido unas palabras. Este cierra los ojos brevemente y realiza un lento movimiento de cabeza que delata su cansancio. Al instante, Sofía gira la silla de ruedas y se da la vuelta sin molestarse en hacer las presentaciones.

Elisa no se queda tampoco quieta, y va tras ellos hacia el interior de la casa, después de intercambiar unas apresuradas palabras con mis padres.

«¡Mierda! Siento como si algo importante se me estuviera escapando de las manos», pienso con el presentimiento de que yo no soy el único que guarda secretos. Elisa esconde más de lo que parece a simple vista.

Sin perder la calma, tomo la mano de Rebeca. Está fría. Me la llevo a la boca y vierto un poco de mi aliento sobre ella.

—Tranquila —digo en voz baja, y le beso los nudillos. A continuación nos acercamos para saludar a mis padres, que están esperándonos en el umbral de la puerta. Beca camina a mi lado con aire sereno, pero sé que está temblando por dentro. Ella nota que la observo y me lanza una mirada titubeante. —Rebeca, ya conoces a mi madre, Ángela, y a mi padre, Dmitry, ¿verdad?

Beca asiente con una sonrisa, me suelta de la mano y da un paso hacia delante. Enseguida mi padre sale a darle dos besos y la abraza con entusiasmo.

—Es un placer para mí y mi esposa volver a verte, Beca. ¿Cierto, Kalinka?

—Por supuesto, Dima —responde al instante mi madre, y le da un beso en cada mejilla a Rebeca. Su cárdigan gris se le abre por el centro y deja entrever un traje pantalón color albaricoque que combina con la camisa de mi padre—. Hola, hijo, ha pasado un tiempo desde la última vez que te vimos —saluda despacio, como si vacilara en tocarme. Sin previo aviso, Rebeca me da un pequeño empujón hacia delante y mi madre se acerca para darme también dos besos; no obstante, me acaba envolviendo en un fuerte abrazo—. Me alegra mucho verte de nuevo, Alex. ¿Has estado bien?

Todo mi cuerpo se vuelve rígido al contacto. Esto ha sido inesperado.

—Sí —respondo cortante, y me libero de ella, sintiéndome demasiado incómodo.

Mariposas en tu EstómagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora