Capítulo 2: "Mi amigo de ojos azules"

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Habían pasado varios días desde el encuentro de Bombón y sus amigas. Durante ese tiempo ella había estado pensando en lo que hablaron y estuvo a punto de iniciar una conversación sobre ese tema con sus padres, pero finalmente no lo había hecho. Cuando lo había intentado, había aparecido un mensajero con una nota y los Reyes habían tenido que salir de viaje esa misma noche. Dada la situación, Bombón decidió dejar estar ese tema. De todas formas, tarde o temprano tendrían que hablar de ello, así que por el momento pensó que eso sería lo mejor.

Ahora quería concentrarse en otra cosa: su cumpleaños. Faltaban apenas unos días para que cumpliera diecinueve años y se emocionaba más a cada día que pasaba. Se imaginaba la gran fiesta que iban a hacer; iban a estar sus amigas como todos los años, habría un gran pastel de fresas y chocolate, y por supuesto muchos regalos. Todos los regalos le gustaban, pero en especial los de su amiga Robin, la princesa de Rosixia. Robin siempre le regalaba libros que ella leía con mucho interés; de historia, novelas, cuentos... de todo. Sería un gran día, estaba segura. De repente, vio por la ventana cómo sus padres bajaban del carruaje. Sin pensarlo mucho corrió a recibirlos, sin sospechar que no habían estado en las Islas Verdes, al oeste del reino, como les habían dicho a ella y a su hermano.

Narra Burbuja.

Me levanté temprano para practicar con el arco, como casi todos los días desde hacía años. Aunque el jardín de mi casa era lo bastante grande para practicar, normalmente prefería hacerlo fuera de la ciudad. Mi lugar preferido era el pequeño bosque que había junto al Charco Corazón, un lago en forma de corazón justo en la Frontera mágica que separa Nordixia y Carixia.

La Frontera pasaba más o menos por la mitad del lago y también sobre el puente que unía nuestra orilla con la otra, que ya se encontraba en el reino vecino. Era un lugar de lo más tranquilo, pues los únicos que iban ahí eran los pescadores, y tampoco lo hacían muy a menudo. Nunca comprendí cómo la gente no iba a ese sitio tan bonito, perfecto para hacer un picnic o dar un paseo, pero siempre supuse que el motivo era la barrera. Curiosamente había más gente en los lugares que no se veían afectados por la barrera, que eran dos: las Torres Trillizas al sur y el Bosque Encantado al norte. Las Torres Trillizas estaban protegidas por un muro enorme sin más entrada que una puerta cerrada con llave, y el Bosque Encantado podía ser peligroso así que nadie se atrevía a intentar cruzarlo. Además, el bosque desaparecía durante las noches de luna nueva, y a muchos les asustaba tanto misterio.

Sin embargo, desde esos sitios y sus alrededores se podían ver las tierras de nuestros vecinos, así que tal vez por eso la gente se acercaba más. A mí me pasó una vez cuando era pequeña, de unos nueve años. Hacía poco que me habían regalado mi primer arco y estaba de lo más emocionada. Un día salí para probarlo y me alejé un poco de la ciudad, hasta las afueras, donde estaba el lago. Disparé una flecha y salí corriendo tras ella para recuperarla. Vi cómo aterrizaba sobre el puente y corrí hasta el lugar donde había caído.

Al recogerla, escuché un ruido en el agua. Me asomé y vi a un chico nadando al otro lado de la Frontera. Era la primera vez que veía a un habitante de Carixia, así que me quedé observándolo un rato, hasta que se dio cuenta. Él también me miró durante un rato y de repente me saludó con la mano y le sonreí.

Luego estuve un rato disparando flechas, sin darme cuenta de que él estaba en el puente mirándome y me hizo un gesto con la mano para que me acercara. Yo me acerqué con un poco de miedo, aunque sabía que la barrera le impedía el paso. Cuando le tuve cerca me di cuenta de que era mayor de lo que me había parecido de lejos; era una cabeza más alto que yo, debía tener unos doce o trece años y tenía los ojos de un color azul oscuro. Yo murmuré un hola, y él me dijo que para ser tan pequeña tenía buena puntería.

Después de aquel día, seguimos viéndonos cada semana durante dos meses, nos hicimos amigos. Él nadaba y yo practicaba con el arco, después nos reuníamos en medio del puente, hasta donde la barrera lo permitía, y comentábamos lo que nos había parecido el entrenamiento del otro. Era un chico muy simpático, pero nunca me dijo su nombre. Yo sí, le dije que me llamaba Burbuja. Nunca le conté a nadie nada sobre todo eso.

La última vez que nos vimos, me dijo que no dejara de practicar hasta convertirme en la mejor arquera del mundo. Yo le di las gracias y le dije que seguro que él se convertiría en un gran nadador, él sonrió. Nunca olvidaré esa sonrisa tan sincera. Antes de irse me dijo que era posible que no nos viéramos durante algún tiempo, pero que esperaba que volviéramos a encontrarnos algún día y que si para ese día no había mejorado todavía más con el arco, iba a regañarme. Yo reí sin imaginar que, nueve años más tarde, todavía no nos habríamos vuelto a ver.

Yo seguí yendo al bosque casi todos los días. Al principio esperaba encontrarle allí, pero cuando pasaron varios meses acepté que probablemente no volvería a ver a mi amigo de ojos azules. A veces me preguntaba si se acordaría de mí, pero si no había vuelto, lo más seguro era que no.

— ¡Burbuja! — la voz de mi amiga Bellota me sacó de mis pensamientos. Me giré y la vi acercarse corriendo a mí con una manzana en la mano. Le encantaba hacer eso: se ponía una manzana en la cabeza y yo tenía que disparar y darle a la manzana. Por suerte, nunca había fallado. — Sabía que estarías aquí, Burbuja. Voy a ponerme junto a ese árbol, ¡prepara la flecha!

Reí y saqué una flecha, la coloqué en el arco y apunté hacia el árbol. Tiré de la cuerda y al soltarla la flecha salió disparada, para finalmente atravesar la manzana y quedar clavada en el tronco del árbol. Bellota se apartó aplaudiendo, y acto seguido sacó la flecha y le dio un mordisco la manzana.

— ¿Qué? Tengo hambre... — murmuró con la boca llena.

Los colores del amor - (PPG y RRB).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora