Capítulo 58: Situaciones imprevistas.

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El pasillo era estrecho y solo estaba iluminado por algunas antorchas colocadas en el trozo de pared que había entre una celda y otra. Cuando todo se quedaba en silencio, se oía un goteo lejano que tal vez provenía de algún lugar cercano a la entrada del calabozo. Pero cuando no era así, se escuchaban los murmullos de otros prisioneros hablando unos con otros, rayando las paredes con piedras o silbando.

Blaine se encontraba en una de las celdas más alejadas porque al llegar había insultado a los guardias. Sin embargo, aquella celda no era de las peores puesto que tenía una pequeña ventana; estaba demasiado alto para que el peliblanco pudiera ver adónde daba exactamente, pero al menos se veía el azul del cielo.

Llevaba horas allí encerrado; en ese largo rato había tenido tiempo para pensar en lo sucedido y mal que le pesara, no estaba enfadado con Bell. Quería estarlo, quería estar muy enojado con ella por haberle mentido y porque en lugar de darle las gracias por ayudarla le habían encerrado, pero no podía. En lugar de eso, simplemente estaba molesto consigo mismo por haberse metido él solito en esa situación, y frustrado porque no sabía cómo iba a salir de ahí.

Suspiró. En ese momento escuchó un ruido al otro extremo del pasillo: era la puerta abriéndose y alguien entrando. Eran los pasos de más de una persona, tal vez dos o tres. Supuso que los guardias traían algún nuevo prisionero, por eso se sorprendió al ver a Bell al otro lado de las rejas. Ella levantó la mano temblorosa para saludarle, pero él giró la cabeza hacia el otro lado.

— Si hay algún problema, llámenos — le dijo uno de los hombres y acto seguido él y su compañero se alejaron en dirección a la salida.

Los otros prisioneros intentaban ver quién era la chica que había entrado y empezaron a comentar entre ellos que ese no era lugar para una señorita; ella no les prestó la más mínima atención.

— Blaine... ¿podemos hablar?

— No tengo nada que hablar contigo, Blanca. Oh, perdón, Bell — se corrigió con sarcasmo.

— Siento haberte mentido sobre mi nombre, y sobre a quién venía a pedir ayuda... Pensaba decírtelo en cuanto llegáramos pero no me dio tiempo.

Blaine se quedó en silencio, pero por fin se giró hacia ella. La tenue luz les permitía ver el rostro del otro: triste el de ella, enojado el de él.

— Lo siento, de verdad — susurró otra vez la peliblanca, y él suspiró una vez más.

— No lo sientas — murmuró el chico. — No fue agradable descubrir que me habías mentido, pero no puedo culparte por ello. Fuiste prudente y cauta, si me hubieses dicho quién eras desde el principio, yo... — se quedó callado al llegar a esa parte y bajó la mirada.

— Pensaba que si te lo decía no querrías ayudarme y que me llevarías ante tus superiores — añadió ella al ver que él no continuaría la frase.

— Seguramente eso es lo que habría pasado — admitió Blaine con cierto pesar.

— Pero a medida que te fui conociendo empecé a confiar en ti, sentía que a tu lado estaba a salvo — continuó ella con una pequeña sonrisa. — Y además, teníamos un trato y estaba segura de que cumplirías tu palabra. Así que decidí decirte quién era antes de llegar al castillo, pero nos vieron y todo se fastidió. Siento mucho que haya pasado lo que pasó, pero te doy mi palabra de que convenceré a los reyes para que te liberen y te daré el dinero que te prometí.

Blaine soltó una risilla nasal, lo cierto era que a esas alturas la recompensa ya le daba igual.

— No me debes nada, Bell — dijo en voz baja, y a ella le costó identificar el sentimiento que acompañaba la frase. ¿Lo decía porque estaba molesto, o tal vez por orgullo? ¿De verdad no quería el dinero o solo estaba siendo sarcástico?

Los colores del amor - (PPG y RRB).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora