PRÓLOGO

161 9 1
                                    

Innegable: ella corriendo por la nieve, en vísperas de año nuevo, su cabello corto revoloteando, el humo espeso saliendo por su boca, sus mejillas sonrojadas, y una esperanza incomparable.

Había salido de casa, después de tanto tiempo a solas, después de tanto meditarlo, simplemente con la intención de "tomarlo por sorpresa", aunque la sorpresa sería más para ella. Las calles frías de Sheffield no se comparan con nada, y ella lo sabía, y tener que recorrerlas... jamás olvidaría esa sensación, ese escalofrío en la espina dorsal, las manos heladas, incluso la sonrisa destrozada. Todo estaba en su lugar, pero ahora era diferente, ahora podía sentir sus mejillas entumidas al marcar una sonrisa de vez en cuando.

Sí, esa era la casa de los Turner, adornada hogareñamente, con luces de colores por fuera, en los jardines y los arbustos, y esos venados inflables, llevando a un Santa artificial.

Era la hora, y el día exacto, incluso el año.

Corría y sonría ya en los últimos metros. Podía oír de vez en cuando algunos villancicos lejanos, esos coros que -ciertamente- le perforaban el cerebro, pero incluso eso no le afectaba ni importaba ahora. Metió las manos a su saco rojo, sólo para estar segura de que la pequeña caja negra estuviera aun ahí y que no se hubiera perdido entre tanto brincoteo.

Se detuvo en seco cuando tocó el césped de la casa, respiró por última vez y, en menos de un segundo, pasaron dentro de su cabeza todos los recuerdos que eran necesarios, lo que la habían impulsado a hacer aquello, los que le habían dado una respuesta, al fin, cierta y satisfactoria. Eran todas esas sonrisas, los labios delgados, los besos, los cantos, las caricias, desde las prohibidas hasta las que eran permitidas. Él era el indicado, no importaba cuánto tiempo se habían alejado, no importaba cuánto hubiesen cambiado, porque ahora que todo había tomado un giro más claro, amplío y a la expectativa de sus sueños del pasado, debía reconocer que esa era la razón por la que ahora se encontraba corriendo cerca de las casas de Sheffield, cerca de la casa de él. Pronto el viento helado le indicó que hacían falta sus abrazos esa noche en especial. Comenzó por dar sus primeros pasos en los últimos metros, con la reaparición cesada, pero las emociones disparatadas.

Ya no tenía más dudas, era más doloroso verle sonreír con alguien más, y que ella fingiese estar bien, cuando por dentro sentía esas ansias que quemaban, ansias que sólo serían calmadas con un buen café y un beso de más.

Si hacía esto, y si todo resultaba positivamente, pensaba, ya no habría más angustia ni depresión, podría respirar tranquila, podría amar y sentirse amada, como en las historias inventadas, como en libros y películas, podría existir de verdad la magia.

Sonrió, suspiró con la esperanza de un sí. Recordó las palabras de él, con esa ilusión que solía transmitirle en aquel año en que -ciertamente- lo intentaron: << Mi sueño es que me pidan matrimonio>>.

Avanzó, y antes de que ella misma pudiera tocar la puerta, alguien más la abrió: Miles. Atónito la miró, intentó saber cuál era su intención justamente en esa fecha, la sonrisa que ella le proporcionó dejó todo muy claro. Miles le indicó el sitio en el que seguramente se encontraba, después se largó al patio a fumarse un cigarrillo mientras la veía de reojo entrar. Él negó y sonrió para sí mismo.

Para su propia suerte, no le fue difícil hallarlo, su cabello castaño y semicorto lo dejaban al descubierto para cualquier espectador. Penny Turner rondaba melancólica por toda la casa, se preguntaba si algún día volvería a sentirse joven, y también si acaso su hijo volvería a sonreír como antes, cuando una chiquilla le robó el corazón. Hace ocho años que se habían conocido, con exactitud, y ninguno de los dos corazones había dejado de latir, ambos seguían palpitando esos sentimientos.

No importaba mucho lo que ambos se hubieran hecho, no importaban ya sus errores, lo único que sobresaltaba ahora era el suéter de él, uno navideño, sobre su camisa blanca de cuello. Estaba de espaldas, tomando una copa de vino, platicando y comiendo un bocadillo. Parecía un niño de nuevo, con ese corte, su piel sin barba, delgado, con ropa de hace años... era casi el mismo del 2007, la única diferencia es que ahora tenía más años encima, y esas ojeras no le favorecían del todo, lucía cansado, como si de un viejo de ochenta años se tratara.

Como si el destino estuviera a su favor, él se recorrió hacia la sala, justo al centro de la casa, a la vista de todos, distraído, pero con una sensación de incertidumbre nunca antes experimentada. La música se detuvo al instante, ella entró al salón principal, aun a su espalda, las personas, o más bien, familiares, le dirigieron la mirada al momento. Penny y David Turner no sabían cómo reaccionar bajo la mirada de Neir, sólo se tomaron de las manos, mientras al pequeño Turner, seguía distraído, pensando en que quizás ella ya hacía lejos, pasando la navidad con alguien mejor que él, pero estaba equivocado, él realmente estaba equivocado. [...]

–Sé que... no hemos tenido la mejor historia, pero... hay algo que es cierto, y no vas a negármelo, ¿verdad? – comenzó ella por hablar y desahogarse –. En el 2007, cuando te conocí, presentí que tú vendrías a romper todas mis expectativas, y por todo lo que ambos hemos pasado, y compartido... [.] Estoy feliz de haberte conocido, no quiero ni pensar qué hubiera sido de mí sin ti. Nos conocemos lo suficiente, sabes de mí tanto como yo sé de ti. Y... sólo mira el clima, me... me recuerda a nuestras primeras caricias. No estoy segura si de verdad esto funcionará para siempre, pero... tengo la certeza de que... – bufó – bueno, eres la persona más importante para mí... [.] Yo... he venido desde México, sólo para preguntarte... – negó con la cabeza agachada –. Estoy enamorada de ti. Te amo – susurró aguantando las lágrimas –. No... no espero una respuesta ahora. Quizá debería irme – agregó cuando notó que él aun le daba la espalda y no se movía. Ella retrocedió unos pasos para marcharse, pero, entonces, se detuvo –. Pero qué rayos – murmuró –. He venido hasta acá para decirte esto, y no me iré sin pronunciarlo e intentarlo. Al menos quiero saber en qué va a concluir la historia.

Volvió a tomar su cercanía, sacó la pequeña caja negra de terciopelo que guardaba dentro del bolsillo del saco rojo, y la abrió y miró dentro de ella. El resplandor de un anillo iluminaba sus pupilas como reflejo. Respiró profundamente, preparándose para el peor escenario, aunque aún permanecía su ilusión. Se hincó sobre una rodilla, tragó hondo y lo miró fijo:

–Alexander David Turner, te amo, te amo como no tienes idea y... – el tartamudeo comenzaba a afectarle en las próximas tres palabras – ¿Te... te... casarí... casarías conmigo?

Él al fin la miró.



Hola a todas :) espero que esta nueva etapa y próximo final les guste más que los otros <3 

Alex TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora