Capítulo 17.- The element of surprise

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La fina ciudad de Paris. Un lugar realmente hermoso, lleno de luces nocturnas, fábulas del amor, escenas románticas, bellos detalles para enamorados, anillos de compromiso, sonrisas felices, besos robados, declaraciones esperanzadas, parejas por todos lados, putas que sueñan con ser amadas, hombres que encuentran al amor de su vida, y yo.

El viaje resultó ser un poco pesado, porque mientras Miles se divertía compartiendo lugar con Nelly, yo observaba por la pequeña ventana todo el recorrido, intentando, una vez más, aclarar todo el jodido asunto.

Ella suele lanzarme esa clase de miradas de complicidad cuando Miles toca el tema sexual en cualquier momento, y no puedo evitar recordar la última vez que cogimos: esas arrebatadas caricias suyas, drogándome hasta hacerme perder la razón, actuando como un animal, restregándome en la cara todo lo que estaba perdiéndome: noches de sexo, caricias y amor. Pero, después de esa ortodoxa entrega todo se acabó, volvimos al papel de "la ley de hielo" y no nos hablamos más que para saludar, sólo por no levantar sospechas. Supongo que a ella le gusta jugar de esta manera, le gusta disparar siempre, pero que su contrincante no tenga balas.

La suit que rentamos estaba bastante amplia, eran tres habitaciones residenciales en la parte de arriba, la escalera de caracol podía conducirte; había una amplia sala, piscina, billar, cantina, cocina, comedor y todo lo favorito. La noche cubría a la ciudad, y desde la parte acuática se podía apreciar francamente el firmamento, todas esas estrellas, todos los edificios, todo lo bello... [.]

Hoy teníamos una cena de gala, se presentarían algunos cantantes, integrantes de bandas, algunos compañeros nuestros, entre otros que apenas empezaban. Le pedí a Nelly acompañarme antes de que Miles lo hiciera, pero él no pareció molestarse, al parecer la ciudad lo tenía tan de buen humor que sentía que pronto encontraría el amor de su vida.

—Es tierno, ¿no crees? — me dijo sentada en el sofá, mientras yo jugaba con algunos acordes y ella bebía té —, que crea todavía en esas cosas.

La miré reírse a manera de burla, y... cabe decir, que me sorprendió su comentario, porque... entonces ella ya no creía en el amor, o al menos no en encontrarlo en Paris (la ciudad del amor).

No sé por qué seguía su conversación como si fuéramos los mejores amigos, eran cambios tan drásticos y sin patrón que siempre llegaban a sacarme de órbita: a veces me sonreía, a veces ni me miraba, a veces me preparaba el desayuno, y unas veces me evitaba a toda costa; y ahora venía a decirme que el amor no existía, pero me hablaba con esa voz derretida en sentimiento caluroso.

—Parece muy emocionado — concluí levantándome del sofá y llevándome la guitarra consigo.

Ella se quedó quieta mirándome, sin decir nada, como un maniquí de ropa de otoño. Le había comprado la ropa necesaria para toda ocasión, pero nada de eso le servía aquí, en Paris todo era elegancia, y aunque ella tenía vestidos finísimos, no podía estar paseándose a toda hora con ellos por la casa.

Se levantó de repente dejando el té en la mesilla de centro, y caminó a paso firme hasta quedar cerca de mí. Me tomé la libertad de mirarla completamente: vestía unos jeans ajustados, una playera de manga larga color lila, y unos tenis vans, su cabello estaba suelto, la raíz castaña oscura, casi negra, comenzaba a asomarse; anhelé tanto poder tocarla sin sentir temor a que se marchara, fue por eso que preferí tomar distancia, dándole la espalda y dejando la guitarra y un portador de instrumentos, luego me seguí de largo a la cocina para servirme un poco de agua. Ella me siguió curiosa y sonriendo inocente, imitó mi acto, y, al momento de que sorbía de su vaso, sus dedos golpeaban la barra, uno tras otro, causando estrés en mi cuerpo.

Alex TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora