Epílogo

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El sol comenzaba a bajar. Las paredes de la casa se hacían naranjas y rosas, románticas, pero depresivas. En la casa de mi tía Lucy todo huele a recuerdos, instantes desde mi infancia hasta las caricias de quien solía ser mi amante.

Bueno, había salido corriendo -practicamente- del parque aquella tarde. Subí al taxi y apenas pronuncié la dirección de la gran casa el mi tía me solté a llorar. Ella me preparó un caldo de pollo, dice que eso te tranquiliza, quizá sea verdad, pero ese día parecía que no. No dejé de pensar en qué posiblemente me había equivocado, pero ahora ¿qué procedía? Alex me estaría odiando a los cuatro vientos. No podía volver, no sabía a dónde ir, con tía Lucy todo podía parecer estar bien, pero no, siempre me faltaron los brazos de Alex en la cama, y las pesadillas se hicieron cada vez más constantes, él ya no estaba ahí para decirme que todo estaría bien, ya no acariciaba mi frente ni sentía sus besos.

Sí. Me había enamorado.

De hecho nunca dejé de sorprenderme cómo es que estaba tan dentro de mi corazón.

Fui una estúpida.

Tan sólo con recordar su expresión, sus ojos decepcionados... Es como si me atravesaran con una espada justo en el pecho. Leí diez libros en cuatro meses, cada párrafo me recordaba lo imbécil que me volví, me torturaba pensar que ahora jamás volvería a verlo, que estaba lejos, que estaba odiándome.

Sigo acostada en la cama, viendo como se esconde el sol. Atenta a cada segundo que marca un reloj, voy resumiendo mis años en minutos. Con un reproductor de música fluyendo en tono bajo, me pregunto si algún día podré ser una mejor persona, ¿qué es lo que espero yo de mí?

—Nelly, hija, te traje té — la puerta se abre y por ella entra mi tía —. Hoy te ves mejor.

—Ya sé que no, pero, aún así, gracias.

—¿Quieres hablar? — niego lentamente —. Bien. Te tengo una sorpresa.

—¿Para mí? — digo con voz mormada.

La puerta vuelve a abrirse. De ella se asoma una cabeza despeinada, con pelo castaño y ojos carismáticos, además de tener una sonrisa, tierna y coqueta. Detrás de él hay alguien más, peinado, como siempre, en forma, limpio, pulcro. Sonrío ampliamente y abro mis brazos para recibirlos.

—Reno. Nicolás — susurro.

—Pequeña, hace tanto no sé de ti. Estoy tan feliz de que vuelvas.

Dice mi hermano mientras se sienta a mi lado y me abraza, como si intentara protegerme de cosas que no existen,exactamente, como si quisiera arreglar mi corazón. Reno sólo camina de aquí para allá, a paso lento, y, de cuando en cuando, lee algunos mensajes de su móvil. Suelto algunas lágrimas, confundiendo alegría con nostalgia, Nicolás intenta hacerme reír, pero sólo atino a quedarme callada. Después del llanto comienzo a respirar con tranquilidad, mirando hacia el atardecer que aun no se extingue. Mientras tanto tía Lucy sale cadí desapercibida, y Reno ocupa lugar en una silla de madera que está cerca de mi cama, del lado derecho.

—¿Quieres contarme algo? — susurra viéndome.

—No, yo estoy bien — le sonrío —. Es sólo que... extraño... muchas otras cosas.

—Cosas o personas, llámalas como quieras. Pero ya estás en casa, ¿no te basta conmigo?

—No, claro que sí. Es que... — suspiro decaída.

—No. Claro que no le basta contigo, Nico. ¿Tú crees que a ti te puede besar? ¡Obvio no! ¡Nico, no seas más idiota! — nos mira exasperado — ¡Y tú! ¡Deja de llorar! ¡Eso es para nenas! ¿Tú eres nena? — niego enérgicamente — Muy bien. Ahora, dime, ¿qué fue lo que en realidad pasó?

Alex TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora