Capítulo 41.

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NARRANDO LEDRA.

Me detengo, se que lo está diciendo para conseguir que me aleje de él pero sus palabras duelen, duelen como un puñal clavado en el pecho.

— Repítelo mirándome a los ojos.

— ¿Eso quieres? —Pregunta.

— Si, eso quiero.  —Respondo.

Se acerca a mi, miro sus ojos, aunque un poco borrosos por causa de las lágrimas.

— Solamente te quería para follar. —Dice mirándome a los ojos— No te quiero.

Trago saliva, paso por su lado, él se queda donde estaba y yo subo al coche, me niego a mirarle una sola vez más.

— Ledra. —Jesús intenta detenerme.

— Llévame a casa, si quieres después puedes volver, no me importa. —Murmuro.

— Llévala. —Insiste Daniel.

— ¡Deja qué se vuele la cabeza con esa pistola al muy cobarde! —Grito.

Jesús sube al coche, me lleva a mi casa, me mantengo todo el camino callada, seco mis lágrimas, él de vez en cuando me mira pero yo no lo hago.

— Hemos llegado. —Me dice triste.

— Gracias.

— Espera —Le miro— ¿Estás bien?

— Genial.

Bajo del coche, entro en mi casa sin mirar atrás y empiezo a llorar.

NARRANDO DANIEL.

Estoy sentado en el césped, mirando a la nada, inclino la cabeza hacía arriba y rompo en llanto. De repente aparece Jesús, se sienta a mi lado y me mira esperando una explicación.

— Le has hecho daño. —Reclama.

— Lo sé.

— ¿Y te quedas así? ¿Sin más?

— Si.

—  ¡Reacciona! —Me grita.

— ¿Para qué?

— Dile que la quieres como no has querido a nadie en toda tu puta vida. —Agacho la cabeza.

— No.

— Has sido un miserable con ella.

— ¡Déjame en paz! —Le grito lleno de lágrimas.

— Quizás dije que ella estaría mejor sin ti —Le miro— pero tú estarás peor sin ella.

— Me importa una mierda lo que digas en este momento, solo quiero estar aquí, mirando a la estúpida nada.

— ¿No vendrás a casa? —Pregunta.

— Esa no es mi casa.

— No tenemos otra.

— Tenemos pasta de sobra para tener otra, no necesitamos la caridad de esos señores.

— Son nuestros padres adoptivos. —Me río irónicamente.

— ¡Basta! ¡No son nada! Han traído a las dos personas que más odiamos ¡Quieren repararnos cómo si fuéramos objetos!

— Si, tienes razón.

— Vete tú, yo no volveré a pisar esa casa.

— Me quedo contigo.

Saca dos cigarros, le cojo uno, ambos lo encendemos y le damos varias caladas.

— ¿La has dejado en su casa? —Junto la valentía para preguntárselo.

— Si. —Responde.

— ¿Estaba muy mal?

— Ella quería disimularlo pero no ha podido.

— Es mejor así. —Aseguro.

NARRANDO LEDRA.

Entro en mi habitación, me tumbo en la cama, pongo la almohada en mi rostro y rompo en llanto, golpeo la almohada varías veces hasta que me quedo dormida por causa del agotamiento.

— Hija ¿Estás bien? Siempre te levantas la primera. —Pregunta mi madre.

— Me siento mal. —digo sin apenas ánimo.

— ¿Quieres qué llame al doctor? —Me pregunta preocupada.

— Solo es un resfriado, me visto y bajo a desayunar.

— No, hoy quédate en cama.

Besa mi cabeza, seguidamente se marcha, me pongo boca arriba y miro al techo. Entran mis hermanos, se tumban a mi lado y empiezan a molestarme.

— Mamá dice que está enferma. —Le dice Lorenzo a Matías.

— Será una excusa para no ir a clase. —Se ríe.

— Sois idiotas. —Les digo.

— ¿Has llorado? —Pregunta Lorenzo sentándose a mi lado.

— El resfriado también me ha afectado a los ojos.

— Somos mayores para saber que has estado llorando, solamente nos llevamos un año. —Añade Matías.

— Casi dos.

— Bueno, casi dos.

— ¿Algún chico te ha hecho daño?

— No —Sonrío falsamente.

— Vale mucho bruja, muchísimo.

— Es verdad.

Les acaricio la cara, a veces son insoportables pero les quiero, son mis pequeños hermanos idiotas.

— Gracias idiotas, sois maravillosos pero solo cuando queréis.

— Te adoramos hermanita. —Murmura Lorenzo.

— Aunque seas una gruñona. —Bromea Matías.

Ambos me abrazan, quizás era lo que necesitaba, un abrazo que me haga sentir mejor, que me construya un poco por dentro.

— Venga, que llegáis tarde.

— Insoportable. —Reímos.

Se marchan, me levanto, me miro al espejo, tengo los ojos muy rojos y una cara muy pálida, me doy un baño relajarte de media hora, desearía quedarme aquí. Salgo, me pongo el albornoz y seco mi pelo con la toalla.

NARRANDO DANIEL.

Jesús me lleva hasta donde dejó mi moto, sin dormir, sin descansar un poco, me subo en ella y me marcho sin escucharle. Paso por delante de su casa, me detengo para mirar su ventana.

— Claro que te quiero, con toda mi alma. —Susurro— se feliz sin mi.

Nuestro amor es animal. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora