Capítulo 75.

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NARRANDO DANIEL.

Me quedo totalmente impactado, me echo encima de Ezequiel para inmovilizarlo, le pongo la pistola en la cabeza y frunzo el ceño.

— Ahora si que tu muñeca está perdida. —Amenaza él.

— ¡Solo me ha defendido!

— Ha disparado a alguien muy importante Daniel, acaba de meterse en todo esto de lleno.

— ¡Págalo conmigo, pero a ella no la toques!

— Si yo doy la orden acaban con ella.

— Más te vale que no la des porque te vuelo la tapa de los sesos en este instante sin pestañear.

— Ahora entiendo porque la quieres —La mira— carita de inocente pero es una fiera, que pena que tenga que morir por quererte.

— No vais a tocarla ¿Me oyes?

— Tú amor por ella te ciega y no te deja ver lo más importante, la pasta que puedes conseguir con nuestro trabajo.

— Mi amor por ella es lo más puro que he sentido en mi vida, no pienso perderla por ti.

Le golpeo, sus guardaespaldas me apuntan, Jesús mete a Ledra dentro de la casa aunque grita como una loca, la cierra con llave y apunta a los guardias.

— Dile a tu hermano que baje el arma. —Dice serio.

— Cuando tus guardias dejen de apuntarme.

— ¿Y si no doy la orden? Pueden matarte, también a tu hermano y después se divertirán con tu muñeca hasta el cansancio.
— No te conviene, antes de que me disparen tú habrás muerto.

Hace una señal para que bajen las armas, lo obedecen y me mira riendo. De repente escuchamos sirenas de policía, me levanto deprisa, él hace lo mismo aunque bastante más lento por el balazo en su pierna, me señala amenazante y sube en su coche, yo entro rápidamente en casa de Raúl, Ledra me abraza con fuerza y acaricio su cabeza aliviando.

— Estas loca ¿Me oyes? ¿Cómo se te ocurre dispararle?

— Iba a matarte —Beso su frente.

— Pero no tenías que meterte en esto, ahora ya no puedo sacarte.

— No me importa Dani, no iba a permitirlo.

— ¿Y tú para qué le dejas la pistola? —Le pregunto a Jesús.

— Me la quitó, no pensé que fuera a disparar, ella es una niña fresa.

— Lo siento.

— Ya no hay nada que podamos hacer, debemos irnos.

— Está la pasma —Murmura— los vecinos deben haberla llamado.

Me siento, Ledra se sienta encima de mi y me cura la herida de la cabeza.

— ¿Cuándo has pasado de niña fresa a esta fiera?

— Cuando he estado apunto de perderte —Agarro su rostro.

— No quería meterte en esto, joder.

— No te atormentes, nadie me ha obligado a disparar el gatillo. —Dice mirándome a los ojos.

Besa mi frente, cierro los ojos y suspiro, no puedo permitir que ella siga en este mundo, que siga en peligro por mi maldita culpa.

— ¿Sigue la pasma fuera?

— Si, están hablando con los vecinos pero tienen demasiado miedo para decir de dónde han venido los disparos, todo controlado. —Me responde Jesús.

Nuestro amor es animal. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora