Capítulo 42.

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NARRANDO DANIEL.

Veo que se asoma a la ventana y arranco de nuevo, termino marchándome mucho antes de que ella salga, no quiero seguir haciéndole daño, no se lo merece. Voy a por más mercancía porque es lo único que hace que me distraiga.

— Vaya, vaya, esta vez vienes solo. —Dice Ezequiel.

— No me asustas —Digo mirándolo— Quiero lo mío.

— Ya pensaba que lo habías dejado, aunque los dos sabemos que nadie sale de esto sin morir.

— No dejaré esto y si lo hago no es tu puto problema ¿Estamos? —Arrugo la frente muy molesto,

— Hasta solo tienes cojones. —Murmura sorprendido.

— Si ¿Y?

— Puedo proponerte un trato, a los dos nos beneficiará. —Sonríe.

—  A los tres, mi hermano también.

— Por supuesto.

— Habla, no tengo todo el día.

— Tengo un par de colegas pasando mercancía a varias islas.

— ¿Y?

— Tú podrías llevársela.

— Me arriesgaría yo, no me beneficia en nada.

— Ellos te pagarían muy bien por hacerlo, además de que puedes vender tu mierda también y ganar dinero a parte sin tener que repartir. —Insiste.

— Me está empezando a parecer buena idea.

Sacan mi mercancía, le doy el dinero pero no me muevo.

— Piénsalo. —Guiña el ojo.

— Lo hablaré con mi hermano.

— Espero una respuesta.

— Te la daré cuando me apetezca volver.

Me marcho, subo en mi moto y me marcho, recojo a mi hermano para irnos a vender la mercancía.

— Entonces te arriesgarías tú. —Dice no muy convencido.

— Ganaría el doble. —Aseguro.

— Pero pueden cogerte.

— Soy muy inteligente, no me dejaré.

— No confió en ese imbécil.

— En este mundo para ganar, hay que arriesgarse. —Niega con la cabeza.

Suspira, nos ponemos a vender la mercancía en las discotecas, Jesús entra a casa de Raúl para vendérsela, yo espero en la moto fumándome un cigarro.

— Dani. —Murmura Anabel.

— Lárgate, no quiero más tiroteos con tu hermano. —Señalo la puerta.

— Nos escuchó a mi y a mis amigas, yo les conté lo nuestro —La detengo.

— ¿Nuestro? —Me rio— Nosotros no hemos tenido nada, solamente sexo y se acabó.

— No tiene porqué, mi hermano ya lo sabe y lo ha asimilado. —La miro.

Se acerca a mi, se acerca a mis labios y la aparto.

— He dicho que no. —Me mira sorprendida.

— Vámonos.

— Nos vemos. —Le hago un gesto con la mano.

Subimos a la moto, nos vamos a uno de los parques donde siempre vendemos, delante de la zona de los fresas. Vendemos varios gramos, Jesús compra dos cervezas y nos sentamos.

— Que bien sienta después de un día de venta.

— Sienta de maravilla.

— Vámonos de aquí. —Susurra.

Me giro, ahí está ella, con varias amigas y varios amigos, riendo como si nada, creo que nada nunca me había dolido tanto, uno de los chicos habla con ella, de repente me ve, la sonrisa se le borra del rostro e intenta marcharse rápido, pero uno de sus amigos se detiene con nosotros.

— ¿Tenéis mierda? —Pregunta un chico.

— Ya decía que tu cara me sonaba de algo. —Ríe Jesús.

— Este es el fresa que no te quiso pagar y tuve que hacerlo pagar a la fuerza. —Le recuerdo.

— Si, espero no tener que romperte la boca.

— Ahora si tengo dinero. —Asegura.

— Más te vale. —Advierto.

Aparece Ledra.

— Jorge, vámonos. —Le dice ella sin mirarme.

— Déjale, esta comprando. —Le digo.

— Que les compre a otros. —Su voz es seria.

— Mejor me viene que me compre a mi.

— Claro, a ti te viene genial.

— Por supuesto.

— Después de esto te vas con tus amigas y les dices que las quieres, a no, que eso sólo lo haces con las que quieres follar. —Me río.

— O tú te vas con tu amigo a tomar algo, quizás él consiga lo que yo no.

—  ¿Estás celoso? Que pena, será porque tú no conseguiste meterte entre mis piernas. —Ríe a carcajadas.

— ¿Celoso yo? Yo no soy celoso.

— No demuestres lo contrario. —Asegura.

— Chicos, no peleéis. —Se mete Alicia.

— Eso. —Murmura el chico.

— Tú te callas o te presento a mi puño. —Amenazo.

— Ya salió el chulo agresivo, no das ni pizca de miedo.

— No lo pretendía.

— Vete a la mierda, gilipollas. —Me saca el dedo del medio.

— Con verte a ti ya tengo suficiente niña fresa.

— Quizás pensabas que no me verías en un tiempo y te ha jodido que las lágrimas me hayan durado un solo día. —Frunzo el ceño.

— Me parece genial pero la próxima vez búscate a un chico mejor, ese me compra droga en la puerta de tu instituto. —Guiño el ojo.

— Bueno, me besé con un narco estúpido, mucho no os diferenciáis.

— Bastante, yo la vendo, él la consume.

— Él puede dejar ese mundo, tú te aferras a él porque eres un puto cobarde que necesita alejar a la gente que lo quiere de su vida por miedo a quererlos mas de lo que te quieres a ti mismo.

— No soy ningún cobarde.

— ¡Cobarde! —Me grita.

— ¡Cierra la boca! —Le grito.

— Ledra, vámonos. —Insiste el chico.

— Hey —Jesús lo  aparta—Yo que tú no lo haría.

Ledra sigue muy cerca de mi mirándome desafiante.

—  Te afecta que te diga así porque es lo que eres, un puto cobarde que no es capaz de salir de todo esto.

— Cállate.

— ¿O qué? —Me empuja.

La beso, sin más, ella golpea mi pecho con fuerza pero acaba dejándose llevar, pasa los brazos por mis hombros mientras yo agarro su cintura, coloco la mano izquierda en su nuca agarrando con suavidad su pelo, nuestros labios se entrelazan convirtiendo todo lo demás en nada.

Nuestro amor es animal. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora