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— ¡Jiyong!

El chico apresuró su paso por el pasillo, todos estaban en clase.

— ¡Espera, Jiyong!

Negó con la cabeza sin mirar hacia atrás. Sus zapatos chocaban contra el piso pulido del instituto. Un poco más y llegaría a su salón.

— ¡Min Jiyong! — el nombrado sintió su brazo ser jalado hacia atrás, haciendo que se detuviese. Todavía evitando mirarlo.

— No puedes besarme y sólo escapar aparentando que no ha pasado nada.

Se deshizo del agarre con un jalón, acomodó sus ropas, seguía evitando mirar a su acompañante.

— Sólo olvidalo, Seungri... 

Tenían dieciocho años cuando Jiyong no había podido evitar besar a Seungri, su mejor amigo y quien siempre le había demostrado que podía contar con él. Que lo trataba como una persona común y corriente, y no con hipocresía como todos en la escuela, ya que era el nieto del fundador.

La mente de Jiyong siempre era un caos, complicaba las cosas pequeñas, y a veces las cosas grandes no significaban tanto para él. Iba en sentido contrario a los demás. No podía ser la línea, le era imposible. Siempre quería hacer lo que él creía correcto, lo que le hacía sentir bien. Y Seungri lo comprendía, comprendía y conocía cada parte de Min Jiyong.
Y a pesar de que a Jiyong le gustaba ir contracorriente, esta era una corriente que no quería desafiar. Estaba completamente seguro que un romance homosexuale sólo sería desgastante y haría más mierda su cabeza.

Simplemente no quería. No eran buenos tiempos para ello.

Luego de aquel beso, que jamás debió ocurrir, pero ocurrió, Jiyong se propuso alejarse de Seungri. Y era lo más jodido porque era el único que sabía armar todas sus piezas, aunque a veces estas no encajasen.

Entonces los años pasaron. Seungri se cansó de pedir explicaciones y Jiyong se acostumbró a su soledad. Si la conocías bien, no era tan molesta a fin de cuentas.

Seungri desapareció del mapa tan pronto se graduaron y Jiyong se concentró en sus estudios y en su prometida. Una chica hermosa, educada y nada abrumante. Le daba el espacio necesario a Jiyong para lidiar con sus pensamientos y no hacía preguntas tontas. La quería.

La diferencia entre ella y Seungri, era que Seungri hacía encajar sus piezas, y ella, si no encajaba a la primera, lo dejaba de lado.

La graduación llegó, y con ella su boda. Un evento lleno de caprichos de sus padres y de la novia, él no puso mucho de su parte, tenía otras cosas en qué pensar. Más importantes que un evento soso.

La música cliché de boda sonó, el padre de la novia, y la misma, caminaban sobre la alfombra a su dirección. Jiyong no estaba ni feliz ni nervioso. Sólo estaba.

Avanzaban tan lento, que estaba a punto de mover su rodilla en señal de desesperación, pero la llegada de un invitado le hizo caer en un agujero profundo.

¿Qué mierda estaba haciendo Seungri aquí?

Cerró los ojos tratando de concentrarse en la boda, en la vida que había bosquejado, y no permitiría que Seungri llegase a manchar con sus sucios dedos el lienzo.

Prometió cosas tontas frente a un juez, se pusieron las argollas y se dieron un tonto beso frente a todos. Ahora estaban en la mesa principal sonriendo como idiotas.

— ¿Has visto la sorpresa que traje para ti? — habló ella mientras tomaba la mano de su marido bajo la mesa.

— ¿De qué hablas?

— Siempre tan solitario, Jiyong... He traído al que era tu mejor amigo en el instituto, para que la pases bien en nuestra boda. No has invitado a nadie, cariño.

Si tan sólo ella hubiera conocido la verdad...

Fue después de el primer baile como esposos, que Jiyong fue al jardín trasero, los meseros se habían retirado y estaba vacío. Se había comenzado a sentir asfixiado dentro, con toda esa gente y la música.

— Jiyong.

Sus hombros se tensaron y volteó encarando a si pasado. Sin miedo.

— Seungri.

El mencionado esbozó una sonrisa y se acercó para abrazarlo con cariño.

— Muchas felicidades. Te ves muy diferente, te sentó bien el compromiso.

Jiyong lo miró mal.

— Estás siendo un hipócrita de mierda.

Se miraron a los ojos. La tensión era casi visible, palpable.

Esa noche, usando al frondoso árbol como una cortina que cubría su error, su cinismo, sus pieles se encontraron, sus corazones vibraron y disfrutaron del peligro que conllevaba ser descubiertos. Pero no importó en absoluto. Seungri estaba armando sus piezas mientras callaba sus gemidos con besos.

Y no pudieron parar. Incluso cuando Jiyong tuvo a su primer hijo, Yoongi. Seungri iba siempre a la casa, a convivir con descaro, a ser amigo de su esposa y amante de Jiyong cuando ella no estaba.

¿Jiyong realmente iba contracorriente? La única corriente que debía seguir era la suya, la de su corazón, y definitivamente no iba contra ello.

Siempre había sido de Seungri.

Y la farsa hubiera seguido, si no fuese porque su pequeña adoración los descubrió en pleno acto sexual en la sala de su casa.

— ¿Piensas en él?

La voz de su ahora esposo Seungri lo sacó de su viaje al pasado. Se refugió en los brazos del hombre y suspiró. Frente a ellos a través del un ventanal, podían admirar las luces nocturnas de New York.

Claro que pensaba en su hijo. En enmendar su error, en saber de él. Si era feliz, si estaba enamorado. Si lo había dejado de odiar.

— ¿Podemos ir a Corea?

Valium // YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora