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—Aquí es—señala María, apuntando a un restaurante que no parecía tener mucha gente—. Me pidió vigilar desde afuera, pero si pasa algo adentro, ya sabes qué hacer.

—Está bien. Nos vemos—ella sale del auto y María busca estacionamiento.

Adelaide camina hacia la entrada y un mesero se acerca, preguntándole si ya tenía reservación.

—Yo...

En eso, un hombre de traje se acerca al mesero y le susurra algo, permitiéndole a Adelaide entrar al establecimiento sin ningún problema.

—Disculpe—habla la joven—, ¿de parte de quién viene? Sólo para asegurarme...

—Adelaide—escucha una voz que le resulta muy acogedora, pero ya empezaba a olvidarla. La voz de Tony—. Qué bueno verte.

—Tony—susurra y se acerca para tomarlo por los brazos con sorpresa—... pensé que mandarías a alguien...

—Esa era la idea, pero yo quiero ser quien te de las buenas noticias.

—¿De qué hablas?

—Primero toma asiento, sé que tienes cosas por contarme y soy todo oídos—mueve la silla para que ella se siente—. María me ha dicho que vas muy avanzada en tus clases. ¿Te está gustando la escuela en línea?

—Yo...—trata de procesar todo, y aunque ya quiere saber la razón de su visita, decide darle el gusto a Tony—Creo que es mejor que una particular. Por lo menos no tengo que ver tantas caras desagradables en el día.

—Con una te bastará, supongo—bromea, refiriéndose a María—. Y tu entrenamiento... ¿han habido cambios?

—No—se adelanta, tratando de no sonar sospechosa—. Todo sigue igual. Sólo las molestas voces.

—Bueno, me alegro. Supongo que esto hará aún más fácil las cosas.

—¿De qué hablas?

—Lo solucioné—suelta, como si ya no pudiese contenerse—. Ya no eres una fugitiva de la ley. Y eres, oficialmente, mi mano derecha en Industrias STARK.

Adelaide se queda boquiabierta. No podía creer sus palabras, palabras que esperó por cuatro meses antes de darse por vencida.

—Pero...

—¿Pero qué? ¿Quieres quedarte en este país?

—No, para nada... es sólo... ¿qué tuviste que hacer para que los convencieras?

—Siempre tengo trucos bajo la manga, chica holo. Confía en mí. Todo está arreglado—la tranquiliza, para luego pedir el menú con uno de los meseros entusiasmados por su visita.

—¿Cómo están todos?—le pregunta, pensando en el último mensaje de voz que Peter le había dejado, hace ya veinte días.

—Están bien. Te extrañan, como es de suponerse—empieza, pero ella nota que intenta ocultarle algo—. Michelle regresó a la industria tan pronto arreglé tu asunto, y Peter nunca se fue.

—¿Y Kevin?—se atreve a preguntar, aunque en realidad no le había dedicado mucho tiempo a pensar en él en estos meses.

—Está encargado del Orfanato—contesta, revelando que es lo que no quería contar—. El doctor Jones se puso grave hace algunas semanas, le dio un infarto.

—Pero, ¿no había mejorado desde el ataque?

—Sólo externamente. Es un tema muy delicado, no hables de ello con Michelle a menos que ella lo haga—le sugiere, tratando de concentrase en el menú con indiferencia, pero no es un tema que le resulte indiferente.

Adelaide finge hacer lo mismo unos instantes, deseando con ganas que cuando regrese a Queens, no escuche el nombre de Arvell Jones.

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—María, ¿haz visto mi mochila gris?—le pregunta desde su habitación, o bien, antigua habitación. Estaban a pocas horas de tomar el avión para regresar a casa.

—La tiré a la basura, compré una maleta para que quepan todas tus cosas—contesta, acercándose a la puerta de la habitación.

—¿Tú...?—empieza, asimilando sus palabras para luego convertirse en un reproche— ¿¡por qué lo hiciste!?

—No pensé que fuera tan importante, era muy vieja...—se excusa María, tratando de no adoptar el mismo tono de la adolescente.

—¡No tenías derecho!—le grita, cerrando la puerta del armario con un golpe.

—Adelaide, tranquilízate—le pide María, pasmada por su reacción.

—¡No me digas qué hacer!—vuelve a gritarle, pero se da cuenta de lo que está haciendo y se detiene de inmediato para echarse a llorar—Lo siento... lo siento, no te mereces esto...

—Ade, ¿qué te pasa?—la mujer se acerca a ella para tratar de consolarla—No tienes que ocultármelo.

—Esa mochila... le perteneció a Logan, mi amigo. Se que es algo material, y que en realidad no parece tener mucho valor emocional, pero es lo único que tenía de él—contesta, tratando de controlar el nudo en su garganta.

—Lo siento, Adelaide. De verdad no fue mi intención, pensé que te gustaría tener algo más apto para tus cosas, de verdad lo siento.

—No había forma de que lo supieras. Es mi culpa, por aferrarme a cosas sin valor.

—Todos lo hacemos. Tenlo por seguro—le dice, mientras la toma por el hombro y le ayuda a sentarse en su cama—. Pero se que tienes algo más, no haz sido la misma desde hace mucho tiempo.

—No se si estoy lista para regresar—admite, sintiéndose culpable—. No ha pasado tanto tiempo, pero si han cambiado muchas cosas. Por lo menos en mí—da un suspiro entrecortado, aún aguantando las ganas de llorar— ¿Y si cuando regrese, algo malo pasa?

—No puedo decir que nada pasará, porque en este mundo siempre pasan cosas—empieza, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Pero no puedes vivir con miedo y olvidarte de disfrutar de lo bueno.

María tiene razón, pero la joven ya había descubierto que la muerte la rodea, y en dónde sea que esté, algo malo pasa. Adelaide es un imán de la muerte.

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Banshee [MARVEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora