Capítulo 69.

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continuación...

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Pablo.

Deseé tanto que este momento llegara, pero no esperaba que fuese tan jodidamente bueno. ¡La puta madre!
Estaba haciendo el amor con Marizza, el amor de mi vida. Y no saben lo que siento en este momento, porque ni yo lo sé. Lo único que sé es que la amo con toda mi alma, que no puedo vivir sin ella, es la persona que más amo y quiero en el mundo.

Antes creía que tener relaciones era sólo un acto que acababa en el placer, sin sentimientos, ni algo más. Sólo placer. Pero al conocer a Marizza todo eso cambió, y más ahora que estamos haciendo el amor. Haciendo el amor. Haciendo el amor. Haciendo el amor.
Jamás en mi vida pensé que haría el amor con alguien, sino que tendría simple sexo con cualquier mina, ya que nunca me había enamorado ni había amado a nadie con la intensidad que amo a Marizza. Nunca quise hacerlo tampoco, pero enamorarse no es algo que se elige, no. Te enamoras y punto, no importa de quien, como o porque. Simplemente lo hacés, y pasa así porque sí, rompiendote la cabeza mientras tu vida da un giro de 180° aunque vos no quieras, ni lo hayas esperado.

Y ahí me encontraba yo. Enamorado, loco y muerto por una chica, por mi chica. Marizza.
Y acá estábamos, haciendo el amor, disfrutando el uno del otro, amándonos con todas nuestras fuerzas, entregándonos a todo por nuestro amor.

Antes de entrar en ella pregunté algo que todos debíamos preguntar, no por obligación ni nada de eso. Sino que por amor, por cuidado y por hacerlas sentir bien.

- Pablo: ¿Estás segura de ésto?

- Marizza: Segurísima.

Sonreí aliviado de no estar haciendo mal las cosas, y la bese. Comencé a bajar mi mano hasta tocar su feminidad. Algo que anhelaba hacer desde hace tiempo; sentir con mis dedos su cuerpo desnudo, proporcionándole placer.
Sus gemidos eran música para mis oídos. Me calentaban más de lo que podría llegar a pensar. No aguantaba más, quería sentirla de todas las maneras posibles. Quería entrar en ella y hundirme en su cuerpo, sintiendo el calor que se encontraba en su interior.

- Pablo: Voy a entrar, mi amor. Si te duele, me decís y paro. ¿Si? - dije algo nervioso.

Ella asintió y sin dudarlo, froté mi pija contra su sexo. Tratando de ser lo más suave posible para ella. Sin lastimarla.
De a poco fuí metiendo mi miembro, con cuidado. Se sentía tan bien. Ella estaba completamente cerrada, por lo que sentir como apretaba mi pija que ya palpitaba y dolía por la calentura, era una delicia. ¡Estaba tocando el cielo con las manos!
El amor de mi vida estaba haciendo el amor conmigo, Dios mío.

A ella se le escaparon algunas lágrimas, lo que me preocupó. ¿Y si fuí muy bruto? ¿Le habré hecho mal? No, no no. No me lo perdonaría jamás a mí mismo.
Como acto reflejo besé sus lágrimas, y después con miedo le pregunté.

- Pablo: ¿Querés que pare?

- Marizza: Un segundo nada más, hasta que se pase el dolor

- Pablo: Te amo, te amo mucho - dije siendo demasiado sincero. Necesitaba que lo sepa.

Unos minutos después pareció relajarse y comenzar a sentir placer, por lo que me pidió que lo haga más rápido. Escucharla pedirme eso me ponía mucho más caliente. Todo lo que hiciera me causaba algo. Sea lo que sea.

La besé mientras aceleraba mis movimientos, entre gemidos y jadeos de ambos. Esto era algo indescriptible. Realmente nunca había sentido algo así.
No sólo sentía placer y calentura por la situación, sino que sentía amor. Sentía que la amaba con todas mis fuerzas, aunque era imposible amarla más de lo que ya la amaba antes de hacer esto. Sentía que no había nada en el mundo que me haga tan bien como ella. Esto era otro nivel, no era un acto sexual, era un acto de amor.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora