Capítulo 80.

1.9K 76 54
                                        

continuación...

.

.

.

Pablo.

Voy a ser sincero, la interrupción de Mía me había jodido un poco. Deseaba seguir besando a Marizza y hacerla mía, nuevamente.  Pero bueno, parecía urgente lo que necesitaba hablar con ella y yo no iba a interponer me por la calentura que tenía. Además, unos minutos después de que se fueron a la habitación de Mía, Manuel entró por la puerta de mi habitación, parecía que él también quería hablar conmigo, aunque su pelo despeinado y su ropa mal puesta demostraban que lo habían sacado a patadas, y no porque él quisiera. Al menos tendría una distracción para no pensar en mi novia.

Me cubrí rápidamente la erección desnuda con una almohada, no quería que Manuel me viera y se riera por mi problema con querer tener sexo todo el día.

- Pablo: Eh, ¿qué pasa?

- Manuel: Nada boludo, las minas me echaron de mi habitación. Están locas.

- Pablo: Que yo sepa fué Mía la que rompió las pelotas para que vayan a hablar juntas, no Marizza. ¿Y vos? Estás raro.

- Manuel: No estoy raro, nada más que hay algo de lo que quería hablar con vos.

¿Conmigo? ¿Qué quiere hablar conmigo?

- Pablo: ¿Ves? estás igual que las chicas - afirmé riéndome -  Dale, decime.

- Manuel: Bueno, aprovechando que ellas se fueron y quedamos nosotros nada más...

- Pablo: Ay no me digas, te me vas a declarar, mi amor - bromeé.

- Manuel: No me gustan las rubias taradas, sin ofender.

- Pablo: ¿Y por qué estás con Mía? - solté una carcajada - Dale boludo, es joda - aclaré al ver como me fulminaba con la mirada.

- Manuel: Cállate y escuchame, tarado - rió.

Este pibe estaba siendo un bipolar de mierda, un segundo se ríe y al otro está serio como Franco. Estaba realmente raro, pero bueno, es así desde que lo conozco, ahora no podría quejarme de sus estupideces.
Reí internamente por eso.

- Pablo: Dale, te escucho.

- Manuel: En realidad... yo quiero escucharte a vos - enarque una ceja - Vos ya estuviste con Marizza, el otro día supongo. Pero yo con Mía todavía no.

- Pablo: ¿Y? No entiendo, Manuel. Si Mía no quiere espera y listo, como hice yo.

- Manuel: No, no, no entendés. Ella me dijo que está lista, me lo dijo hoy, pero necesito tu ayuda - se sentó en el borde de la cama.

En el fondo me alegré por mis amigos, estaban por dar un gran paso, ese paso que di yo con Marizza y que nos ayudó tanto en la relación. Ahora, gracias a eso, siento que estamos mucho mejor que antes, como que hay más confianza, más complicidad entre nosotros. Ya no somos esos dos nenes que se pelean cada dos segundos, aunque tampoco es que tener relaciones te cambie completamente, no. Yo sigo teniendo mis miedos al igual que ella, pero al menos ahora no somos tan inseguros, no después de habernos entregado completamente. Y si eso les hacía falta a Manu y Mía, me alegraba que lo consiguieran.

- Pablo: ¿Ayuda con qué? ¿Para planearlo?

- Manuel: Si, pero además de eso, no sé como hacer, Pablo. Nunca estuve con una mina vírgen, y Mía no es cualquiera, es única, no quiero lastimarla ni nada de eso.

Y ahí lo comprendí: Manuel estaba aterrado a no saber como tratar a Mía. Yo estaba igual cuando tuve relaciones con Marizza, me moría de miedo por no saber qué necesitaba ella o si lo que yo hacía le gustaba. Tenía miedo de lastimarla y que se arrepintiera de dar ese paso conmigo, pero gracias a Dios no fué así, sino que pudimos entendernos y hacer de eso una noche única y especial. Y Manuel necesitaba eso, seguridad en que va a hacerlo bien y que, por más de que no tenga experiencia con chicas vírgenes, Mía iba a saber guiarlo a pesar de su inexperta sabiduría sexual.

Manuel ya había estado con varias chicas, supongo, pero Mía no. Ella era igual que Marizza en eso, insegura y muy cuidadosa, eran dos mujeres aterradas a eso, pero por suerte supieron llevarlo bien y elegirnos a nosotros para que las ayudemos en su primer experiencia sexual. Eso era algo único, aunque sinceramente a mí no me hubiese importado que Marizza sea vírgen, eso no define a una mujer, aunque debo admitir que imaginarla en brazos de otro me provoca un enojo terrible.

- Pablo: Entiendo, me pasó lo mismo con Marizza. Yo te voy a ayudar, hermano.

- Manuel: Gracias, Pablo, de verdad.

- Pablo: De nada, mexicano. Bueno, a ver, ¿qué querés saber?

- Manuel: Todo. ¿Cómo fué hacerlo con fosforito?

- Pablo: Eh, pará. Tampoco te voy a decir detalles, ella es mi novia.

- Manuel: Ya sé, dejá tus celos - ¿Celos? No eran celos, solamente no quería que sepa las intimidades de mi mina - Contame así nomás, no todo lo que hicieron. No me quiero imaginar a mi mejor amiga y mi amigo en una cama.

- Pablo: ¿En una ducha entonces? - reí - Joda, mexicano. Dale, te cuento.

Comencé a contarle como fué hacerlo con Marizza, mis miedos, las sensaciones que tenía cuando la acariciaba, los pequeños detalles dulces que recuerdo cuando ella me decía que estaba segura, la tranquilidad del lugar, la playa, mis intentos por no ser bruto. Todo lo que podía contarle sin ser desubicado, sin contar sus hermosos gemidos, el delicioso sabor de sus fluidos en mis dedos, la inocencia que tenía, su cuerpo perfecto, la sensación de sus suspiros y susurros en mis oídos, ni nada que tuviese que quedarse solamente en la memoria de ella y yo, nadie más.

- Manuel: ¿Y cómo hiciste para aguantarte y no ser bruto? Me imagino que sentirla tan apretada debe ser torturante, ¿no?

Dale Pablo, ayúdalo. No pienses en como habla de Marizza.

- Pablo: Si, la verdad sí, pero el miedo que tenés porque ella no sufra o no le duela es más fuerte que cualquier cosa. Preferí cuidarla y que se sienta en confianza conmigo que satisfacer mis necesidades, supongo.

- Manuel: Entonces eso tengo que hacer, ser cuidadoso y satisfacerla a ella - afirmó.

- Pablo: Si, pero tampoco te pongas incómodo vos, trata de que los dos disfruten sin inconvenientes ni cosas brutas.

- Manuel: Creo que ya entendí todo. Que lindo debe ser eso, estar con la persona que amas. ¿Qué nos pasó, boludo? Estamos hechos dos cursis.

- Pablo: No sé, la verdad nos pegaron fuerte las chicas. A vos te pego fuerte Argentina parece, ya ni sos mexicano, sos trucho - reímos.

- Manuel: Puede ser, chamaco - rió - Necesito que me ayudes con algo más, rubio.

- Pablo: ¿Con qué?

- Manuel: Bueno, vos pareces más romántico que yo... necesito que me ayudes a planear algo perfecto para Mía.

- Pablo: Obvio mexicano, te ayudo. Pero vos conocés más a Mía, sabes sus gustos, yo no. Con Marizza me fijé en lo que a ella le gusta.

- Manuel: Tenés razón, ya se me va a ocurrir algo. Pero igual me ayudas eh, no puedo solo. 

Asentí y seguimos hablando de cosas triviales. Se sentía bien tener un amigo como Manu, alguien con quien compartis cosas como ser novios de las hermanas Colucci- Rey. Es buenísimo que los cuatro estemos juntos, somos como una gran familia de amigos, junto a Franco y Sonia, claro.

Me había olvidado completamente de mi erección, tanto que se bajó sola, por suerte. Así que, tapándome con una sábana, crucé la habitación dejando a Manuel mirando la televisión, y me metí en el baño. Necesitaba una buena ducha después de lo de anoche.

Al salir, me puse una bermuda y me quedé sin remera, hacía demasiado calor para estar tan vestido. Manuel me vió al salir de el baño y elevó sus cejas preguntándome algo.

- Manuel: Ahora que lo pienso... ¿Anoche tuvieron sexo? Porque esta cama esta muy desordenada.

Asentí sonriendo, recordé unos minutos como hacíamos el amor con Marizza en la ducha y me emocioné. Aunque la cama solamente estaba desordenada por el calor que hacía, no podíamos dormir del todo bien y desordenamos todo, nada más.

- Manuel: Que asco, y yo acá sentado - se levantó con cara de disgusto.

Reí al instante por su cara. Sacudí mi pelo mojado y fuí por desodorante y algo de perfume.

Marizza ama este perfume.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora