Capítulo 86 | primera parte.

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POV  Martín.

21 de julio, año 2002.

13:24pm.

— Tenés razón, toda la razón, yo... — Titubeó cabizbaja. — ... creo que lo mejor es hacerlo cuanto antes. Tengo miedo, lo admito, pero ella merece saber todo.

— Aprecio que lo hagas a pesar de tu miedo, Sonia. Yo no sé como es ella, su forma de ser, ni como va a reaccionar. Pero supongo que debe ser una exelente hija, y va a entender la situación, ¿no?

Ella asintió.

La mujer de mi vida, mi ex novia, mi ex amiga, mi ex compañera. Ella, la que amé por tantos años y aún así no le importó lastimarme, estaba frente a mis ojos. Ella se encontraba otra vez frente a frente conmigo, ésta vez en una oportunidad para conocer a mi hija, Marizza, no como otras veces: cuando nos encontrábamos para darnos cariño, para demostrarnos amor y lealtad, a pesar de las consecuencias y/o engaños a su ex pareja, Fabrizio.

A su lado estaba su nueva pareja, quien creo se llama Franco Colucci, un importante empresario de moda por lo que sé. Ellos dos se ven unidos, tranquilos y, por sobre todo, amados. Es decir, se nota a distancia el amor que se tienen, como sus cuerpos emanan cariño, como sus manos se unen y se dan fuerza mutuamente cada vez que parece ser un momento duro para el otro. Eso es lo que puedo observar cuando él le da fuerza y contención a mi amada Sonia cuando suelta cada palabra dirigida a mí. Y duele, pero es un dolor que sé que pronto va a sanar, como todo, porque así es la vida.

Superar es algo que nunca supe hacer cuando se trata de ella, pero es lo mejor que se me ocurre en estos momentos. Y acá estoy, hace más de dieciséis años que no la veo pero sigo sintiendo el mismo amor hacia ella, sólo que ahora lo oculto por el temor y los nervios de conocer a mi hija.

Marizza, mi nena. La hija que nunca hubiese pensado tener, pero que, sin embargo, tengo. Aunque la vida se encargó de que yo no supiese de eso, ya que no quiero culpar a Sonia, por suerte hoy lo sé, y es el mejor regalo que pudiese tener. Saber que soy padre, aunque ella no lo sepa, y que a partir de hoy voy a poder acercarme a ella para disfrutar y recuperar el tiempo perdido, me alegra como nada puede hacerlo.

No lo sé, es raro, nunca había sentido un amor así: siempre mi amor fué hacia la única mujer que quise en mi vida, la única que amé. Pero éste amor es distinto, es paternal, es para toda la vida. Porque si de algo estoy seguro es que toda la vida voy a amar a mi hija sea como sea, haga lo que haga, porque soy su padre y no hay amor como el de un padre o madre.

Tal vez no soy perfecto y podría tener mil errores, claro, nunca la tuve en mis brazos ni supe lo que esto conllevaba, pero sé que voy a poner mi mayor esfuerzo en quererla y cuidarla como un padre debería hacerlo. Eso es lo que quiero y eso es lo que voy a hacer.

Marizza tendrá al mejor papá. A mi mejor versión.

3 de enero, año 1986.

El amor de mi vida acababa de dejarme para irse con su marido, el dolor que sentía en el pecho era horrible. Si bien aguanté muchos años conformandome con ratos, momentos de amor mientras Fabrizio era quien la tenía todos los días a su lado, tenía su compañía y su dulce sonrisa frente a él todo el tiempo y no lo apreciaba como lo merecía ella, esto era peor. Peor porque ahora ya no podría disfrutar de unos minutos de sus cálidas sonrisas, de su hermoso cuerpo, de sus chistes, anécdotas de adolescentes enamorados, de sus gestos y expresiones, de su simpleza y complejidad.

— Cuánto te amo, mi amor, — Dije con la respiración entrecortada. — no sabes lo mucho que lo hago.

Me recosté en mi cama a pensar, a encontrar una forma de volver a verla y sentir sus suaves labios sobre los míos. Pero nada, ni una idea pasaba por mi cabeza en estos momentos.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora