Capítulo 89.

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Vestimenta de Mía en multimedia.

Mía.

Estaba satisfecha. Me veía en el espejo del baño y me encantaba como me quedaba el hermoso vestido blanco que me había comprado hace algún tiempo –no mucho– cuando fuimos al shopping con Marizza.
El escote quedaba perfecto con mi pecho, lo realsaba y dejaba ver una muy buena vista de mis tetas bronceadas. La parte descubierta de la espalda dejaba ver todavía más mi bronceado y un pequeño lunar que se encontraba por ahí. La cintura del vestido era apretada y se ajustaba muy bien a mía mientras que la parte baja del vestido era suelta y cómoda.

Espero que a Manu le guste.

Volví a la cama donde se encontraba Marizza ya lista, se veía hermosa y su cuerpo era precioso. No sé como es que antes no se dejaba ver un poco más, usando cosas más de su talle en vez de esas remeras holgadas y aburridas. Pero al menos ahora ya lo hacía y me sentía satisfecha con que me deje ayudarla en su look. Simplemente se veía prefecta ahora, y podría decir que ya somos hermanas. Al menos ahora estamos las dos decentes y sin defectos. O bueno, al menos ella no tiene.

Tranqui Mía, sos hermosa. Las dos lo son.

Repetía en mi cabeza como loca para sentirme lista. Si bien nunca había sido insegura con mi físico, hoy estaba muy nerviosa y todo lo cuestionaba. Hoy era el único día en el que me sentía un poco insuficiente, pero no tanto. Mía Colucci siempre se va a ver bien.

— Te queda hermoso ese vestido eh, hueca. Manu te va a comer con la mirada. Además, es fácil de sacar. — Guiñó su ojo derecho.

— ¿Vos decís? Espero que sí. Aunque un cumplido menos grasa podrías haber dicho, ¿no?

Marizza rodó los ojos soltando un suspiro.

— No te peleo solamente porque ya quiero irme y hoy es tu día. Dale, vení que te hago las ondas.

Asentí y me senté frente a ella, pero de espaldas para darle mejor vista a mi pelo lacio. Acomodé los mechones que se encontraban por delante y los corrí hacia atrás. Marizza agarró la plancha previamente calentada y fué haciendo ondas mechón por mechón, sin quemar mi pelo ni tirar mucho de él. Bueno casi, porque recién acaba de tirar tan fuerte que un quejido escapó de mis labios.

— ¡Ay nena! Más cuidado, ¡¿Querés?!

— Bueno che, no soy peluquera. Quédate quieta así sigo, ya falta poco.

— Mejor, no aguanto más.

— Ay, ¿ya estás tan caliente? Mía, yo pensaba que eras más santa. ¿Quién iba a decir que la hueca quería ir tan rápi...

— Cállate, ¿qué decís? No es eso. Digo que no aguanto más porque ya me muero de calor con la planchita tan caliente y todo cerrado.

— Ah, si claro. Igual si estás caliente. Seguro estás imaginándote a Manolete desnudo con su cosita diminuta al aire — Soltó una carcajada.

— ¡¿Se la viste?! — Pregunté con los ojos abiertos como platos.

— ¿Qué? ¡No, Mía! Te estaba jodiendo nada más, tarada.

— Ah... me asusté. Digo, como ustedes habían estado, ya sabés...

— Mía, apenas y fueron unos besos, tranquilízate. Manuel es mi amigo, ¿sí? Siempre lo ví de esa forma, no sé.

— Bueno, pero a los amigos no se los besa.

Dale Mía, dejá de ser tan celosa. Es tu hermanastra.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora