Capítulo 90.

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Vestimenta de Manuel.

Manuel.

Perfecta.

Esa es la única palabra que encuentro ahora para describir lo bien que está Mía. Está hermosa, aunque siempre lo está, pero hoy se lució y no hablo de sólo su ropa, su maquillaje, su peinado, o lo que sea. Hablo de su hermoso rostro, su carita se ve distinta, como si estuviese iluminada por verme. Sus ojitos brillan y dejan ver mil cosas a través de tan sólo una mirada. Sus preciosos y carnosos labios tienen un tono rojizo suave que encaja perfecto con sus facciones y el color de sus ojos, simplemente una exelente forma de acentuar cada parte de su cara.

Y, además, su cuerpo se ve espectacular con ese vestido. Cada curva de su bronceado e infernal cuerpo se destaca a su manera. Sus caderas se pierden en la tela blanca del vestido mientras que su cinturita de modelo está muy bien marcada. Sus hermosas tetas se ven por el escote y es una vista estúpidamente sexi. Sus piernas desnudas tienen un encanto único y llamativo.

En pocas palabras, Mía se encuentra jodidamente buena.

Me quedé helado al verla, pero no podía quedarme como un bobo mientras ella espera que nos vayamos o que al menos actúe y diga algo, como tendría que hacer.

— Eh... estás hermosa, mi amor. — Recorrí nuevamente su cuerpo con mi mirada — Muy, muy hermosa — Balbucee.

— Vos también, te ves muy bien amor. — Sonrió.

Con ese simple gesto, una sola sonrisa y esas palabras junto a su perfecta apariencia, podría llegar a tener una erección. Pero estoy controlando me lo mejor posible para que todo salga bien ésta noche. Como ella merece.

— ¿Vamos, princesa?

— Vamos. — Mostró sus blanquesinos dientes en una adorable sonrisa.


Entrelacé mis manos con las suyas y sonreí ante el leve roze de nuestros brazos al juntar los dedos. Cerró la puerta detrás de ella y comenzamos a bajar a recepción. Afuera nos esperaba el taxi para irnos a nuestro primer destino: el restaurante.


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— ¡Buenas noches! Y muchas gracias — Despedí al taxista.

— Nos vemos, jóven.

El auto siguió su ruta y nosotros volteamos a ver el gran restaurante que estaba justo frente a la playa, tal y como yo quería para seguir con el plan de la noche perfecta.

— ¿Acá es? — Mía abrió sus ojos sorprendida y recorrió toda la cuadra con su mirada.

Mis manos comenzaron a sudar y sentía como mi pecho latía fuertemente.

— Sí. ¿No te gusta? Podemos cambiar el lugar, si querés. No tenemos porqué quedarnos acá si te parece muy grasa. Eso, eso haremos. Cambiaremos de lug... — Me interrumpió agarrándome de los hombros.

— Es perfecto, amor. En serio, es re lindo. Éste lugar parece muy elegante, me encanta.

Sonreí nervioso y asentí. Entrelazamos nuestras manos nuevamente y entramos en el gran edificio hasta la recepción del lugar, donde pedís una mesa o la reservación ya hecha, en éste caso la segunda.
Una chica de pelo castaño oscuro, anteojos y ropa formal, nos sonrió.

Eterno amor.  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora